OPINIÓN
Relatos salvajes
DIANA MONDINO |
Una de las películas argentinas más reconocidas, taquilleras y comentadas es Relatos Salvajes. Lo que tienen en común las historias (no se preocupe el lector, si no la vio no le cuento nada) es la rabia que genera la impotencia. Los personajes toman distintas actitudes ante lo que consideran una injusticia, un error, o un impedimento innecesario.
Muchas veces esa misma sensación de impotencia la tenemos en Argentina en distintos temas vinculados a la economía. Menciono unos pocos ejemplos:
- Los mil trámites para cualquier actividad (que no sólo son muchos sino que rara vez nos enteramos de todos juntos para no hacer la cola hasta no estar seguros de tener todo lo necesario).
- La parsimonia con que el empleado de la municipalidad se mueve, si es que se digna atendernos.
- La pirámide de cargos administrativos que conforman una burocracia de difícil manejo y que diluye las responsabilidades.
Argentina tiene un gigantesco déficit fiscal y es sorprendente cómo se ha logrado instalar la idea de que “los gastos no se pueden reducir porque atrás de cada gasto hay gente”. El punto no es despedir a alguien sino que la tarea sea fructífera. Y muy especialmente en tareas que realmente competan al Estado.
Efectivamente el Estado – Nación, Provincias, Municipios- brinda malos servicios, y muchas veces en tareas que no le son propias.
Desde el año 2000 hubo un aumento de 20 puntos de PBI en el nivel de gasto, que surgen de un giro copernicano en la forma de atender necesidades: no es que alguien trata de entender lo que la gente quiere o necesita para dar un buen servicio y ganarse “su pan”, sino que el Estado decide brindarnos ciertos servicios, nos guste o no.
Pongo un simple caso: los espectáculos o festivales que siempre fueron organizados por el sector privado hoy tienen competencia del sector público. De esa manera hay tres pésimos resultados: hay gasto público innecesario, se funden los privados, y dejan de pagar impuestos por lo que antes hacían. Cierto, ahora el servicio es gratis… para los que van, ¡pero lo pagamos todos! Antes se cubrían los gastos con lo que los asistentes pudieran pagar. Y no eran caros porque la fuente de recursos no eran las entradas, como tampoco lo son ahora (hay sponsors, puestos de comida, etc.). Además, ¿quién decide a quién contratar y cuanto pagarle? ¿Cómo se controla que el gasto vaya donde se dijo? ¿Quién decide si es mejor que haya rock o tango? ¿Aquí o allí? ¿Qué horario? El gasto público debería tener múltiples controles y eso sólo ya encarece lo que cuesta respecto de lo que costaría si la decisión es del sector privado.
Esta competencia desleal del Estado con los privados debería terminar. También tiene que finalizar la reiteración y reivindicación de normas entre jurisdicciones. ¿Por qué sacar certificado de abasto en cada municipalidad? ¿Por qué los abogados pueden actuar sólo en ciertas jurisdicciones? ¿Por qué convalidar las materias entre universidades nacionales? Hay cientos de ejemplos. Todo es burocracia y sabemos que al final el trámite que sea siempre sale, sólo que perdimos mucho tiempo. Entonces, ¿para qué perderlo?
Esta inmensa cantidad de normas y el costo innecesario hacen que la actividad del sector privado sea mucho menos eficiente de lo que pudiera ser. Con poca actividad privada hay que bancar cada vez más actividad pública. La carga impositiva es feroz para los que sí pagan y esos fondos se dedican en parte a pagar servicios que no debieran haber existido o que hasta podrían haber sido beneficiosas, como el ejemplo de los festivales que mencioné.
A esta altura ¿el lector ya siente la rabia e impotencia de los protagonistas de Relatos Salvajes? Yo también.
El enorme déficit fiscal nos da una oportunidad para atacar ese tema. Ya que hay que reducir gastos como sea, cuando se estudie qué gastos se pueden quitar o modificar hay que hacer un replanteo total de los procesos. Para el próximo presupuesto – supongo que ya será 2019- pidamos que cada jurisdicción cubra fundamentalmente las actividades de seguridad, defensa y justicia. Pidamos salud, educación e infraestructura. Tal vez exagero, pero casi todo lo demás sobra en un país con déficit.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.