sábado, 30 de septiembre de 2017

EL NUEVO LIDERAZGO


Los cambios históricos no son realizados por prohombres iluminados, sino por aquellos líderes capaces de leer las circunstancias y oportunidades del momento. Las revoluciones no son otra cosa que el punto cúlmine de una serie de pequeñas transformaciones que terminan eclosionando.

Luego de un largo período de apoyo a liderazgos de tipo carismático caracterizados por el desapego a la institucionalidad, que no es otra cosa que el contrato social plasmado en leyes e instituciones, los ciudadanos argentinos elegimos hace apenas algunos meses comenzar a transitar un nuevo camino en cuanto al tipo de relación con la autoridad política y la manera en que el país debe avanzar en la senda del desarrollo con equidad social.
Se dejó atrás la aceptación del líder mesiánico intérprete de una verdad revelada, verdad que no esconde otra cosa más que la perpetuación de tal poder antes que el empoderamiento de la ciudadanía. Se cambió la vieja concepción del poder entendida como un decisionismo que detenta y concentra autoridad en un solo puño o dentro del grupo de fieles, sellos distintivos de la anterior administración, por una visión más horizontal que deriva del consenso social fruto del diálogo propuesto por el gobierno actual. La búsqueda de equilibrio, acertar y errar -como en toda tarea humana-, pero inmediatamente tener la grandeza de asumir errores y humildad para corregir y retomar el camino común, es entendida ahora como un valor antes que como una debilidad, algo novedoso por lo infrecuente en nuestra historia cívica.


Es real que en las últimas décadas ha mermado de modo creciente la confianza en la política como fuente de liderazgo. Esta misma situación se presenta en otros ámbitos como el empresario, gremial, intelectual, religioso, etcétera, aunque se espera en democracia que sea la esfera política la que conduzca el proceso social. Esto lleva también a que el líder sea el primer candidato a ser chivo expiatorio. Se delegan todos los males de la sociedad en los políticos, ya que en ellos se siguen cifrando las expectativas y en consecuencia también las frustraciones. La dirigencia con sus valores y disvalores no es otra cosa que el emergente de la media de valores de la sociedad a la que representa. Ello no significa como más de una vez se ha dicho que "el problema es de todos" para que los verdaderos responsables no se hagan cargo del mismo.



Sin embargo el liderazgo que apoyó y demanda la mayor parte de la ciudadanía tiene características más horizontales y es promotor de ideas superadoras nacidas del punto de encuentro de miradas diferentes. Un liderazgo dialoguista, plural, que tenga la habilidad para conducir la vida comunitaria hacia el desarrollo de sus capacidades.
El desafío en países como la Argentina pasa por liderar la consolidación y por el cumplimiento cabal del rol de las instituciones antes que por buscar liderazgos mesiánicos. Esta institucionalidad será fundamental para resolver problemas arraigados y cada vez más graves de nuestro país como la inseguridad, la pobreza o la exclusión para poder exhibir con orgullo nuestra categoría de ciudadanos antes que de meros habitantes, de Nación antes que de pueblo.


Existe hoy un horizonte claro y consensuado de país que puede dar pie a un acuerdo multisectorial y político que sea respetado por diversas administraciones de gobierno. Una visión de una Argentina en su amplia geografía, con recursos naturales potenciados en la agroindustria, con mejora de la calidad educativa y sesgos claros hacia la integración social. Un país inserto en el mundo, que muestre orgullosamente liderazgos positivos y respetuosos por las normas, antes que liderazgos duros y reaccionarios.


Este nuevo tipo de liderazgo tiene la capacidad de transformar la visión en realidad. Es la fortaleza de las propias convicciones, la capacidad de soportar los embates y la energía para promover nuevas ideas. El liderazgo no puede ser otorgado, sino que es ganado por la confianza de los representados. El desafío pasa por modificar una matriz cultural con rasgos autoritarios, al sentar las bases de una sociedad abierta que desarrolla vínculos horizontales basados en el mérito, con capacidad de escucha y grandeza para rectificar rumbos.
El presente siglo nos confronta con un necesario cuestionamiento, y nos motiva a preguntarnos acerca de nuestros objetivos como sociedad, planteándonos caminos superadores al tradicional derrotero argentino.

G. P. 

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