jueves, 28 de septiembre de 2017

TECNOLOGÍA Y MACHISMO ¡¡FUERA!!


A James Damore lo echaron de Google el martes. ¿La razón? Escribió un memorándum de 10 páginas en el que, entre muchas otras cosas, asegura que los hombres están biológicamente mejor preparados que las mujeres para hacer ingeniería de software. Dicho simple, para escribir, mantener y documentar código. Para programar, en suma. Damore se encarga de hacer esta afirmación de manera explícita en la tercera nota al pie de su documento, en la que aclara que la mayor parte de las veces en las que usa la palabra "tech" se refiere a "software engineering". Para que nos queden dudas, digamos.
El texto es un collage de prejuicios tan básico y primitivo que mi primera pregunta es cómo llegó su autor a trabajar en la corporación de Mountain View. Nunca lo sabremos. Y además eso es pasado. Damore fue despedido, según Google, porque su memo viola el código de conducta de la compañía. El texto y el despido suscitaron toda clase de reacciones, sacando a la luz que la brecha ideológica también alcanza al Silicon Valley.
Cambalache
Todo el runrún en torno a este episodio es mayormente irrelevante. Suena poco menos que increíble que en el siglo 21 todavía haya individuos que discriminen a las mujeres. Pero sabemos que es así, que es epidémico. Es que, como escribió José Ingenieros, "los prejuicios son como los clavos; cuanto más se los golpea, más se adentran". Lleva tiempo erradicarlos, y el hecho es que todavía no ha pasado un siglo desde que en Estados Unidos las mujeres tenían vedado el derecho al voto. En el nivel nacional, Suiza les concedió ese derecho en 1971. Otro ejemplo que cuesta creer: sólo en 1965 se derogaron las leyes que segregaban a los afroamericanos del resto de los estadounidenses.
Quizá no sea necesario aclararlo, pero buena parte del mundo sigue discriminando a las personas por su sexo, su orientación sexual, su clase social, el color de su piel y sus creencias religiosas, entre otra larga lista de pretextos insólitos.
No me asombra, pues, que haya todavía personas que piensen como James Damore, incluso dentro de una industria que no sólo mira al futuro, sino que tiene íconos culturales que dejaron atrás estos prejuicios hace más de 50 años. Ni siquiera me parece extraño que, además de opinar de esta suerte, lo haya puesto por escrito y lo haya compartido públicamente. El problema con los discriminadores no sólo es que discriminan, sino también que creen tener razón. Más aún, cualquier hecho que confirme sus creencias (una programadora mediocre, un afroamericano condenado por robo a mano armada) se convierte en una prueba irrefutable de que todas las mujeres son programadoras mediocres y que todos los afroamericanos son unos patanes.
Así que Damore no ha hecho sino lo que mejor hacen los discriminadores: no tener dudas.
Visto desde fuera de la estrecha rendija de la mirada segregacionista, su memorándum dice mucho más de él que de las mujeres. Juzgar a los seres humanos por cualquier cosa que no sean sus actos es síntoma de una honda, insondable inseguridad. No porque sí Damore asegura en su perfil de LinkedIn que tiene un doctorado en biología de sistemas, cuando en realidad, según informó Harvard el mismo martes, sólo completó un máster, no un doctorado. Son cosas bien diferentes. Triste como pueda sonar, pero para nada raro, los sitios que comulgan con su ideología antediluviana nunca se ocuparon de poner en duda si ese doctorado era verdadero o no. Así, echando mano del criterio de autoridad -una forma de razonamiento que ya criticaba Aristóteles-, el hecho de que tenga un PhD en Harvard (que en realidad no tiene) de alguna manera validaría sus afirmaciones discriminatorias.

Históricamente, la tesis de Damore es, para decirlo cortésmente, un delirio. Las mujeres fueron las primeras programadoras. Algunas, como Grace Hopper, son verdaderas heroínas de la informática. Pero, con todo y ser esto cierto, no quiero de ninguna forma justificar que las mujeres pueden hacer ingeniería de software igual de bien que los hombres. No necesitan ninguna justificación. Tampoco para votar o conducir automóviles. ¿Justificar ante quién? En serio lo pregunto.
Es la testosterona, estúpido
Para casi cualquier persona más o menos informada el argumento más dislocado de Damore es el biológico. Pero precisamente por eso vale la pena desmantelarlo. Es evidente que hombres y mujeres somos biológicamente diferentes, ¿cierto? No. Falso en un ciento por ciento. Somos biológicamente idénticos, pertenecemos a la misma especie, somos humanos. Por algún motivo, que estoy tentado de adjudicarle a la más supina ignorancia, el discriminador no puede comprender que si fuéramos biológicamente diferentes no podríamos procrear. No quiero sonar por completo sarcástico, pero cualquier hombre puede procrear con cualquier mujer, incluso con una buena programadora.
Morfológica y hormonalmente no somos exactamente iguales, eso es bastante claro, pero sólo en aquello que concierne a la reproducción. Y en general, aunque con mucha variación individual, también se observa otra diferencia, una bastante común en muchas especies, desde insectos hasta mamíferos superiores. Es decir, los hombres tienden a ser más corpulentos que las mujeres. Así como hay especies de arañas y peces en las que la hembra es mucho mayor que el macho, y así como hay animales en los que prácticamente no hay distinción de tamaño entre los sexos (los gorriones, por ejemplo), entre los humanos el hombre tiende a ser un poco más fuerte y más grande.
Ahora bien, excepto en el caso de que la programación de alguna forma se vea afectada por los órganos reproductores o que ciertas partes del código demanden mayor fuerza muscular, no existe motivo para que las mujeres sean menos aptas (biológicamente) para escribir programas. Pero esto de ninguna manera es lo más falaz del argumento de Damore. Lo más falaz es que, si fuera cierto que uno de los dos sexos está biológicamente mejor preparado para escribir código, entonces es perfectamente válido postular exactamente lo contrario. Es decir, que las mujeres están mejor preparadas biológicamente para programar. Suena contradictorio, pero no lo es. Damore sólo dice, sobre este punto, que las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres "tienen claras causas biológicas y se relacionan con la testosterona prenatal". ¡Apa!
En resumidas cuentas, puesto que Damore no ofrece detalles acerca de cuáles son los mecanismos orgánicos que convierten a un hombre en más apto para la programación, la afirmación de que las mujeres son más aptas es igualmente válida. Habiendo descartado la influencia en la programación de las únicas diferencias orgánicas que pueden verificarse entre hombres y mujeres, cualquiera sea la justificación, podría funcionar en ambos sentidos. El vínculo entre testosterona prenatal y programación es opaco (y surrealista). Pero suena como algo científico, y el que quiere creer en estos dislates encuentra aquí un argumento sólido en el que anclar su prejuicio. ¡Es la testosterona prenatal, claro que sí!
Esto de intentar justificar alguna presunta inferioridad por medio de la biología tampoco es algo nuevo. En The Mismeasure of Man, un libro que recomiendo enfáticamente, Stephen Jay Gould desarma uno por uno todos los estudios supuestamente científicos que demostraban que ciertos grupos eran inferiores que otros por motivos biológicos. Por "biológicos" debe leerse "irrefutables", que es precisamente el motivo por el que tales afirmaciones son tan tóxicas.
Tan esquinados son estos planteos que hemos llegado a un punto en el que tenemos que exigirles diversidad de género por ley a instituciones y compañías privadas. Si uno lo analiza racionalmente, el único criterio que debería primar para incorporar a una persona a un equipo es si tiene las destrezas para la labor que deberá cumplir. Pero como civilización nos fuimos tan a la banquina que sin tales leyes muchas mujeres quedarían fuera de juego sólo porque existe el prejuicio de que los hombres son mejores (biológicamente).

Así, las leyes de diversidad no sólo sirven para visibilizar a las mujeres (y otros grupos discriminados), sino que deberían alertarnos de lo bajo que hemos caído. ¡Hace falta una ley para que les demos las mismas oportunidades a hombres y mujeres! Deberíamos sentir vergüenza, en lugar de discutir si estas leyes sirven o no. En el hipotético caso de que no sirvieran para nada (y no creo que sea así), son un síntoma de una barbarie que, a todas luces, sigue latente.
Lo de visibilizar no es un detalle menor. El acto discriminatorio busca, entre otras cosas, convertir a sus víctimas en menos humanas. Es decir, invisibilizarlas y anestesiar a la sociedad acerca de sus padecimientos.
Queda, por fin, una sola cuestión por despachar. Es bastante simple. ¿Damore está equivocado en sus dichos? No importa si nos gustan o no. ¿Está equivocado?
Sí, por completo. OK, ¿pero por qué? Porque la ingeniería de software, el escribir, mantener y documentar código equivale a pensar. Así que lo que dice el ex empleado de Google es que los hombres están biológicamente mejor preparados para pensar.
Puesto así ya suena de otra manera, ¿cierto?
A. T.

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