Dos novelas cuyas protagonistas viven marcadas por los recuerdos de la infancia
De latitudes y épocas distintas vienen a confluir hoy dos historias de mujeres marcadas por su infancia: desdichada una, (opresivamente) feliz la otra, solitarias ambas.
Joyita, de Patrick Modiano (Anagrama) fue publicada originalmente en 2002, en tanto que El andamio, de Emma Barrandéguy (Eduner) apareció por primera vez en 1964. Son novelas breves. La del Nobel francés se activa con una visión en el subte de París. Como la magdalena de Proust, el abrigo amarillo que la joven Thérèse divisa entre el gentío de la estación a la hora pico la hace volver en viaje de vértigo a los episodios más traumáticos de su niñez. Porque aquel abrigo envuelve el cuerpo derrotado de la mujer que podría ser su madre -esa madre que nunca la quiso y que la abandonó hace doce años-, si no fuera porque su madre murió en Marruecos. O al menos eso le dijeron. Aunque bien podría ser otra de las tantas mentiras de la mujer que, fracasada como bailarina y en un intento desesperado por llegar al cine, había dado a su hija el "nombre artístico" de Joyita para que la secundara, como una mascota, en sus escasas y olvidables incursiones en los arrabales del espectáculo.
Modiano narra la desolación con un lenguaje austero. Detrás de esa deliberada economía de recursos late la desesperación de Thérèse, su irremediable vulnerabilidad, su búsqueda patética de las piezas que componen el cuadro roto de su pasado. La herida del desamor abierta para siempre.
Así como en Joyita resuena la dura infancia de Modiano, El andamio es esencialmente una novela autobiográfica. Menos recordada de lo que merece, Emma Barrandéguy (1914-2006) fue periodista y poeta, además de ensayista y autora de ficción. Nació y se crio en Gualeguay, haciendo vida de campo y de pueblo, hasta que en 1937 se mudó a Buenos Aires, donde trabajó en el diario Crítica y conquistó para sí ese mundo que anhelaba desde niña, cuando lo vislumbró en la escueta biblioteca de la casona familiar: el mundo de los libros y, por extensión, de la cultura, el arte, el cine y los cafés donde todo eso se respiraba y se
discutía con fervor.
En las palabras preliminares de El andamio, Evangelina Franzot rescata una reflexión de Barrandéguy: "La literatura sirve para esclarecerse a uno mismo, para tomar conciencia y para, si es posible, que otros tomen conciencia leyendo lo que necesitan".
El comienzo de la novela revela más de lo que en apariencia cuenta. Emma-homónima de la autora-, ya adulta, vuelve de visita a la casa de sus padres. Sueña con recuperar la paz de la vida campestre y el sabor de los platos caseros. Pero el exceso de calma le recuerda peligrosamente el peso del tedio y aquellas comidas tan ansiadas desde el trajín porteño, la indigestan. Convaleciente a fuerza de "té de yuyos", en la cama y en el cuarto de su niñez, que permanecen intactos, Emma recuerda -y trata de comprender- quién era aquella chica y cómo se convirtió en esta mujer.
La felicidad sin sombras de los juegos infantiles, la aventura del paisaje por explorar, el deseo de volver a la naturaleza y, a la vez, la necesidad vital del mundo intelectual urbano son los temas de El andamio. También, el cariño que puede volverse una forma de prisión: "Su madre la rodeaba de un cuidado físico excesivo. Quizás el que estuviese en cama conformaba sus deseos de tenerla ahí, inmóvil, de saber que le era necesaria, que no podía huir, que integraba de nuevo el campo y la medida de sus aspiraciones: una recobrada niñez donde no se hacía sino lo que ella decía y en donde nadie pensaba por sí mismo, con independencia y fantasía".
JOYITA. Patrick Modiano, Anagrama
EL ANDAMIO. Emma Barrandéguy, Eduner
V. CH.
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