viernes, 29 de septiembre de 2017

ALBERTO MANGUEL Y EL JUSTO RECONOCIMIENTO


Alberto Manguel, el historiador de la lectura que conquistó un sillón en Letras
El actual director de la Biblioteca Nacional asumió como miembro de número de la Academia y, en su discurso inaugural, hizo un fino y personal "elogio del diccionario"
"Los diccionarios lo saben todo", afirmó Alberto Manguel después de describir los puntos en común entre su vida y las biografías de quienes ocuparon el sillón Francisco Javier Muñiz que le tocó en suerte en la Academia Argentina de Letras (AAL), Ángel Gallardo, Bernardo Houssay, Eduardo González y Horacio Armani. Desde ayer el escritor y actual director de la Biblioteca Nacional ocupa ese sillón, según dijo, "desvergonzadamente". Si bien desde 2013 era académico correspondiente con residencia en Francia, ahora fue incorporado como miembro de número. Contó que accedió a esos datos a través de la Gran Enciclopedia Argentina de Abad Santillán y, con el fino humor que acompaña su gran erudición, hizo en su discurso inaugural un "Elogio al diccionario", al que definió como "un talismán contra el olvido" y entre otros conceptos agregó que, "si somos [...] la lengua que hablamos, los diccionarios son nuestras biografías". En un gesto que asombró a todos los presentes terminó su discurso cantando versos de María Elena Walsh. Aquellos que ella escribió en las vísperas de la dictadura militar: "Tantas cosas ya se han ido/al reino del olvido./ Pero tu quedas siempre a mi lado,/ Pequeño Larousse ilustrado".
Antes, había sido recibido formalmente por el presidente de la AAL, José Luis Moure, quien hizo una completa semblanza del nuevo académico.
En ella afirmó: "Eligió una vida trashumante, escribió en inglés la mayor parte de las obras que le dieron prestigio y, cuando la necesidad de establecerse se lo aconsejó, optó por la nacionalidad canadiense. En esta Academia nos hemos acogido entonces al aspecto más generoso de la convicción de Manguel: puesto que él descree de los pasaportes, nos permitimos calladamente hacer lo propio y, privilegiando lo que la calidad de su obra, original o traducida, regaló a los lectores de nuestro país hemos decidido volver a imponer al director de la Biblioteca Nacional la carga de la argentinidad".
Como es habitual, el acto se hizo en el Palacio Errázuriz, vecino a la sede de la AAL. Participaron, además de un nutrido grupo de académicos, Agustín Campero, secretario de Articulación Científico-Tecnológica del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, al que hasta junio pertenecían las academias nacionales. Del ámbito cultural, entre otros, asistieron Edgardo Cozarinsky, Pablo Ingberg, Javier Negri, Vlady Kociancich.
El nuevo académico es doctor honoris causa por la Anglia Ruskin University y por la Université de Liège, y miembro de The Canadian Writers Union, entre otras instituciones. Es autor de varios ensayos, antologías y obras de ficción para teatro, radio y televisión. Entre sus títulos publicados en castellano figuran Una historia de la lectura, Personajes imaginarios,Historia natural de la curiosidad y Con Borges
S. P. 
¿Los diccionarios se consultan o se leen? Según cómo se responda esa pregunta se desprenderá una ética de lector. Alberto Manguel parece optar por la segunda. Es posiblemente a eso mismo a lo que Manguel se refirió en su discurso  con la cita de Aby Warburg sobre "la ley del buen vecino". La cosa es así: el libro que buscamos no es el que creemos necesitar, pero sí lo es, en cambio, el que está al lado, en el mismo estante. Lo mismo pasa con el diccionario: vamos a él con un interés muy claro, pero ese interés puede ser sometido a un desvío. Los libros del propio Manguel, su detallismo de cuño enciclopédico, su erudición convertida en sintaxis intelectual, son prueba de esos desvíos
Revisar definiciones se parece a la composición de un collage intelectual; dos palabras disímiles en un plano desemejante de ambas: la imaginación. Esta experiencia no admite ser replicada fácilmente en Internet, donde el motor de búsqueda entrega el resultado que se busca pero no los adyacentes. Los diccionarios son los únicos libros que pueden definirse a sí mismos.
En cuanto registro, los diccionarios fijan. Pero lo fijado se pone de nuevo en movimiento cuando el diccionario cae en manos de un auténtico lector como Manguel, ése que extrae consecuencias de todas las posibilidades que, como el mensaje en la botella, se encierran en él.
P. G.

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