lunes, 25 de septiembre de 2017

LA LEALTAD CON UNO MISMO


Lealtad con uno mismo
Un amigo me envió un texto maravilloso de un intelectual brasilero llamado Mario de Andrade. Fue uno de los fundadores del modernismo en ese país y murió hace 72 años. Sin embargo, por la sabiduría de sus palabras parece escrita ayer y para afrontar el mañana.
Pensé que podía ayudarnos a todos frente a los problemas de cada día. Y salir un poco del vértigo y la locura cotidiana. Se llama: “Lealtad con uno mismo” y dice así:
Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…
Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada
Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido. Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades. No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados. No tolero a manipuladores y oportunistas. Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.
Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos. Mi tiempo es escaso como para discutir títulos. Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…
Sin muchos dulces en el paquete… Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana. Que sepa reír, de sus errores. Que no se envanezca, con sus triunfos. Que no se considere electa, antes de hora. Que no huya, de sus responsabilidades. Que defienda, la dignidad humana. Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena. Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas… Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñó a crecer con toques suaves en el alma. Sí… tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar. Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.
Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.

Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una. Una lección impresionante para todos. Deberíamos leerla cada noche como una plegaria o cada mañana para arrancar con energía y alegría. 


Quiero hablarles de lo que considero uno de los temas más importantes de nuestra existencia. Buscar una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo vivir bien para morir bien? Es una reflexión de Mariana Jacobs. Ella trabaja en cuidados paliativos. Es una especialidad de la medicina que se encarga de acompañar a los pacientes en situación extrema y cuando están a un paso de la muerte. Ella escribió un texto conmovedor donde cuenta todo lo que aprendió en su trato con seres humanos en estado terminal. Quiso compartir esa experiencia que te sacude hasta la fibra más íntima.
Primero, el trabajo.
Dice Mariana que los que se enfrentaban con la muerte inminente le enseñaron que hay que bajar 50 cambios. Que no importa la gravedad que parezca tener lo que te pasa hoy en el laburo. Nada es tan grave. El trabajo es lo que haces, pero no lo que sos. Si nuestra identidad sólo pasa por nuestro trabajo eso se convierte en una fuente segura de sufrimiento y stress. Todo lo que pasa en la vida cuando terminas de trabajar es lo que más valoras cuando todo se termina y entras en el túnel negro.
¿Qué es lo realmente valioso? Ella dice que nunca en todos los años que acompaña a personas hasta la muerte escuchó a alguna que le dijera que le daba pena morirse porque le hubiera gustado trabajar más, ganar más plata o tener un mejor puesto en la empresa. Nunca nadie le dijo algo semejante, ni una sola vez. Claro que esto no significa que el trabajo no importa. Yo agrego que en mi caso, por ejemplo, mi oficio es parte de mi disfrute, de mi felicidad cotidiana porque tengo la bendición de trabajar en lo que amo. Es mi vocación. Es lo que me da orgullo. Siento que me completo como ser humano y que de paso puedo ser más útil a la comunidad en la que vivo y en la que vive mi hijo.
Lo que Mariana dice, y la entiendo, es que a la hora del balance final, todos añoramos a nuestros hijos y a nuestros padres, todos lamentamos no haber compartido más tiempo con ellos. Para decirlo en el más crudo castellano: ¿Cuánto tiempo perdimos ocupados y preocupados por boludeces sin tirarnos en el suelo a jugar con nuestros hijos, en contarles un cuento en voz alta, en abrazar fuerte y entrevistar a nuestros padres para conocer más de sus vidas y por lo tanto de nuestras vidas.
¿Cuántas veces por un compromiso formal y laboral postergamos una comida con amigos o una salida al campo o ir a la cancha a gritar por nuestro equipo? En síntesis, cuantas veces nos perdimos de hacer cosas que nos producen felicidad sin ningún otro objetivo que ese. Mi sicoanalista lo sintetiza cuando me dice: tenés que hacer cosas donde vos puedas sacar sin poner.
No podés estar poniendo todo el tiempo
. El Doctor López Rosetti muchas veces receta de verdad, con formulario y todo y de puño y letra, más sexo, más cine, más encuentros con amigos y familia. Más mimos con tu pareja, más besos, más cama y menos burocracias y pavadas cotidianas. No hay mejores remedios para curar cualquier mal que esos. Cuando todo se termina, nadie se arrepiente de no haber comprado un auto más caro o de no haber tenido un puesto de gerente más alto. ¿Qué importa cuántas sucursales abriste y que imperio económico pudiste levantar?


Otra enseñanza que los pacientes antes de cerrar sus ojos para siempre le dieron a Mariana es no haber escuchado más lo que le decía su instinto, su panza o su conciencia. Porque aguantó tanto tiempo a ese jefe que odiaba o se bancó a tal pariente que no podía ni ver. Nadie lo obligaba y sin embargo se cargaba de broncas y puteadas sin necesidad. La ira se multiplica y luego es difícil extirparla.

Hay que patear más tableros. Tener honestidad brutal con nosotros mismos. No pensar en el que dirán. Pensar en lo que más placer me produce. Cuando ya no tenemos más tiempo nos lamentamos de todo el tiempo que perdimos en boludeces a las que solo nosotros nos obligamos. El tiempo es lo más valioso que tenemos, dice Mariana. Y creo que tiene razón. El tiempo y la calidad que le demos a la utilización de ese tiempo. ¿Por qué no me anime? Tendría que haber mandado todo a la mierda. No me atreví a vivir en otro país.
Me autocensuré en mis fantasías. El tiempo no vuelve. El reloj no retrocede.A dónde irán los besos que guardamos, que no damos /dónde se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo /dónde irán tantas cosas que juramos un verano dice la poesía talentosa de Víctor Manuel. No hay apariencia que nos haga mejores. Solo se trata de vivir. Y de viajar. Dicen que viajando se fortalece corazón y te hace olvidar del anterior, según el evangelio de San Lito Nebbia.
Ojalá que eso suceda así podrá descansar la pena, hasta la próxima vez. Hay otra carga pesada que nos hace transitar muy lentamente y en forma sufrida. Son las broncas que acumulamos, las facturas que tenemos para cobrar, los odios que nos envenenaron el alma. Los que se mueren lamentan no haber tirado ese lastre por la borda. Le confieso que yo digo esto pero me cuesta muchísimo llevarlo a la práctica. Conscientemente sé que debe ser así. Pero no me resulta fácil que sea así. Me han hecho mucho daño y me cuesta sacarme la bronca de encima.
Y a los que le hicieron daño a mi hijo, confieso que los aborrezco y que no los puedo olvidar tan fácilmente aunque me lo proponga. Le doy mucho valor a la dignidad de las personas y a los que se plantan frente a las injusticias. Hay que tener un coraje y una voluntad que después es muy difícil transformar en olvido. O en memoria. Perdonar, reconciliar, olvidar, borrón y cuenta nueva son cuestiones complicadas.
Tal vez la fe religiosa que yo no frecuento ayude a esa liberación. Mucha bronca y odio nos enferma a nosotros y nos hace iguales que nuestros enemigos. Se trata de valorar lo que se tiene y no lamentarse todo el tiempo por lo que se perdió. De cicatrizar heridas y mirar para adelante. Y de agradecerle a la vida todos los días.
Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me dio dos luceros que cuando los abro distinto lo negro del blanco, los dos materiales que forman mi canto, decía Violeta Parra. Todo finalmente termina en el amor. En el amor a nuestros hijos y padres, a nuestra pareja, a nuestros semejantes. Esa capacidad de dar y recibir afecto nos hace más plenos y felices, aunque suene medio de bolero romanticón.
Mariana aprendió muchas de estas cosas de sus pacientes a punto de morirse. Y ella lo quiso compartir con otra mucha gente. Es una frase que dice para morir bien hay que vivir bien. Que cada minuto valga la pena. Que no aflojemos nunca en la batalla por ser felices y hacer felices a nuestros semejante. Solo se trata de vivir bien para morir lo más sano posible. Sólo se trata de vivir, y de ser leal con uno mismo. Para averiguar a dónde van los besos que no damos.
A. L. 

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