martes, 26 de septiembre de 2017

LA PERFECTA DÍADA DE AMOR



No importa que este mundo esté dominado por el dinero. A la hora del balance, muchos nos sentimos millonarios. No en lujos ni propiedades, pero sí en experiencias emocionantes e instantes de deslumbramiento. Son esos "activos" que tenemos depositados en la caja fuerte de la memoria los que nos hacen latir más rápido el corazón o hacen que una tibieza nos recorra el cuerpo cuando los evocamos. Personalmente, en esa "cuenta de ahorro" inasible anoto el privilegio de haber podido amamantar a mis cuatro hijos.
Privada de partos "naturales" (todos nacieron por cesárea), me di el gusto de prolongar ese encuentro sin igual durante dos años con cada uno. Recuerdo la cara de reprobación de mi madre cuando los veía correr por la casa, ya con los primeros dientes, y asistía a una de esas sesiones. El mundo parecía disolverse a nuestro alrededor mientras ellos me miraban con expresión de embeleso y un tanto adormilados. "¿No te parece que ya es hora de terminar con «eso»?", me amonestaba. Pero yo hacía oídos sordos a sus reproches y le citaba ejemplos de mujeres kenyatas o estudios de una remota universidad finlandesa (para disimular que en el fondo sólo me guiaban el gozo y la intuición). Tras algunas molestias los primeros días, pocos placeres superan el de esos ojos entrelazados, las caricias de esas manitos diminutas y suavísimas, la paz absoluta de esos cuerpitos palpitantes. Para la mamá y su bebe, el amamantamiento es, como se dice ahora, "lo más".
Pero a pesar de todo esto, de que la leche materna es portátil, no necesita calentarse ni enfriarse, ni pasteurizarse ni racionarse, el informe global que dio a conocer esta semana la Organización Mundial de la Salud muestra que ningún país alcanza niveles adecuados de amamantamiento.


En uno de mis libros preferidos, Woman. An intimate geography (Mujer. Una geografía íntima, Houghton Mifflin, 1999), Natalie Angier dedica un capítulo a revisar las virtudes de la leche materna, que ya en el papiro de Ebers, del siglo XVI a.C., se recomendaba como "tratamiento de las cataratas, las quemaduras, el eczema". Cuenta que las mujeres la producimos a un costo de 600 calorías por día y continúa fascinando a los científicos; por ejemplo, por su notable capacidad de preservar el delicado equilibrio de su composición incluso en presencia de una dieta desventajosa de la madre.


Químicamente compleja, es una solución de cientos de componentes multifuncionales. Los azúcares ofrecen calorías y también permiten el metabolismo de otros nutrientes, explica Angier. La lactoferrina ayuda a que el hierro sea absorbido por el bebe y también detiene las bacterias patógenas. Sus propiedades inmunológicas son legión y la mayoría de ellas están ausentes de las leches de fórmula. Los ácidos grasos desbaratan las membranas de los virus mientras la lisozima hace lo mismo con las bacterias. También promueve el crecimiento de la flora benigna del intestino y nutre el cerebro infantil con las proteínas que sus neuronas requieren para diferenciarse. Los chicos alimentados a pecho tienen menos infecciones, sufren menos diarrea y constipación. Y, cuando se enferman, se recuperan más rápido.


Dicen que la leche materna es el alimento perfecto y, en este caso, el marketing no exagera. Pero a algunas madres el amamantamiento no se les da tan fácil. A pesar de ser natural, exige un cierto aprendizaje. A veces se frustran al ver llorar a sus bebes o los ven crecer muy despacio. Están agotadas o deben hacer malabares para extraerse leche y acopiarla en la heladera, porque sus lugares de trabajo carecen de nurseries o lactarios. Y a lo mejor hasta las miran con desaprobación si amamantan en público.
Por eso, todavía se necesita hacer campaña para promover la lactancia materna. Y, como dice la OMS, todos tenemos que ayudarlas y apoyarlas. Es otra forma de bregar por un mundo un poquito más feliz.
N. B.

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