martes, 14 de febrero de 2017
TEMA DE REFLEXIÓN
La carne no es un alimento más para los argentinos. Primero, porque el asado es un emblema nacional. Pocas cosas simbolizan la argentinidad como el arte de cocer en su punto exacto un trozo de carne sobre las brasas. En segundo lugar, porque el consumo per cápita es de los más elevados del mundo. Apenas un puñado de países son más carnívoros que nosotros. Finalmente, también es fundamental porque, dotada de enormes y fértiles llanuras, la Argentina es el sexto productor mundial de ganado y uno de los grandes productores mundiales de granos, por lo que el campo ha sido siempre uno de los pilares de nuestra economía.
Ambientalmente, de todos modos, la ganadería tiene un aspecto complicado. Por un lado, la digestión de las vacas produce metano y éste genera 20 veces más efecto invernadero y cambio climático que el dióxido de carbono de los autos.
Por otro, la producción de carne es tremendamente intensiva en el uso de agua: cada kilo de animal requiere de 15.000 litros. Por último, para maximizar la productividad, las condiciones de vida de los animales muchas veces difieren bastante de su medio natural.
Los vegetarianos y los veganos utilizan esos argumentos para intentar desalentar el consumo de proteína animal. Y los carnívoros, así como los chacareros, elegimos hacer la vista gorda y no pensar en las consecuencias ambientales o en el posible sufrimiento animal.
Sin embargo, la biotecnología está generando una tercera vía, que minimice los efectos nocivos de la fabricación de carne, pero mantenga los beneficios que su consumo moderado nos aporta y el placer de comer un buen bife. Después de todo, ese bife no es otra cosa que muchas células musculares vacunas y algo de células grasas. La clave reside en la ingeniería de tejidos, que nos está permitiendo hacer crecer tejido vivo en un laboratorio, fuera del vientre de una vaca.
Es importante aclarar que no hay nada artificial en esta carne. Son las mismas células, sólo que gestadas en otro ámbito.
Esto no es ciencia ficción: la primera hamburguesa producida por este método fue presentada en Londres en 2013. Todavía la calidad era inferior en sabor y textura. Pero dentro de una década o dos, quizá sacrificar vacas en un matadero nos parezca una costumbre tan insensible y salvaje como nos resulta hoy despellejar zorros para hacer tapados, a pesar de que una generación atrás los abrigos de piel constituían una prenda de uso corriente.
El impacto de esta tecnología será claramente positivo. Por sus beneficios ambientales, por la reducción a largo plazo del costo de la carne y por el menor sufrimiento animal que implica. Pero para la economía de países agrícolas y ganaderos como la Argentina representa una amenaza considerable. No hay que perder de vista que criar menos ganado implica también una caída en el consumo de granos, ya que el 40 por ciento de lo que se produce es para alimentar animales de cría. Sin embargo, el hecho de que no nos convenga no quiere decir que no vaya a suceder. Quien lidera en el mundo el desarrollo de esta tecnología es Holanda, un país que casi no dispone de terreno adecuado para la cría de animales y no tiene nada que perder.
Más pronto que tarde los argentinos deberemos adoptar una postura frente a esta disrupción de mediano plazo a nuestra economía. ¿Invertiremos en el capital humano y el desarrollo científico para seguir liderando la producción de carne en la nueva era que se viene? ¿O nos aferraremos a nuestras llanuras y nuestras vacas tanto como podamos y terminaremos comiendo carne importada de Holanda?
S. B.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.