viernes, 21 de julio de 2017
TEMA DE MUCHA DISCUSIÓN
La chica que trabaja en casa necesita que le den una mano
Por Mercedes D'Alessandro
Según la Organización Internacional del Trabajo, más del 80 por ciento de todos los trabajadores domésticos del mundo son mujeres. A su vez, 1 de cada 7 mujeres ocupadas en Latinoamérica trabaja en ese sector en donde las tasas de informalidad rondan también el 80 por ciento, con salarios por debajo del promedio general, jornadas extensas y sin acceso a la seguridad social.
Dora Barrancos señala que en la Argentina, hacia 1895, la docencia y el servicio doméstico eran casi las únicas ocupaciones a las que las mujeres podían aspirar. El censo nacional de 1947, en una época en la cual el derecho a trabajar ya se había conquistado aunque no el derecho al voto para las mujeres, también muestra al servicio doméstico como principal ocupación, con un 28,3% de las trabajadoras en esa rama de actividad. En la actualidad, cerca del 20% de las trabajadoras es empleada doméstica, ocupación que aventaja a la de ser maestra o enfermera. Todas estas profesiones están ampliamente feminizadas y responden a un modelo social que concibe y sitúa a las mujeres en el ámbito del hogar y de los cuidados. En contraste, solo el 3 por ciento de los trabajadores domésticos son varones.
El caso de las trabajadoras domésticas es muy elocuente a la hora de entender el lugar que ocupan las mujeres en los planes de los gobiernos que se sucedieron. Durante mucho tiempo, el trabajo doméstico estuvo regulado por una ley de 1956 que otorgaba un espectro restringido de derechos, que solo contemplaba a quienes trabajan para un mismo empleador por lo menos cuatro horas diarias durante cuatro días a la semana. Recién en el año 2014 se reglamentó el “Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares” enviado al Congreso Nacional en marzo de 2010 y aprobado por unanimidad por la Cámara de Diputados en marzo de 2011. Es a partir de entonces que estas trabajadoras pudieron contar con los mismos derechos que poseen otros trabajadores del sector privado, entre ellos licencia de maternidad de 90 días (inexistente hasta entonces), límite de jornada laboral a 8 horas diarias y 48 horas semanales, seguro por riesgos de trabajo e indemnización por despidos, entre otros. En el momento de aplicarse la ley, las trabajadoras domésticas eran 1 de cada 5 trabajadores precarizados, 3 años después de reglamentada la ley más del 75% de estas trabajadoras del servicio doméstico persiste en iguales condiciones de precariedad.
La famosa “chica que ayuda en casa” pertenece a un sector poblacional con características bastante específicas; se trata de mujeres adultas y pobres, muchas de ellas con varios hijos que ocupan el lugar de jefa de hogar, la mayoría sin haber terminado la secundaria. Las estadísticas disponibles muestran que solo el 2 por ciento de ellas completó una carrera terciaria o la universidad. Son mujeres que necesitan trabajar pero no tienen calificaciones para acceder a otro tipo de empleo. También muchas chicas jóvenes que ven en esto una posibilidad de escapar de la pobreza de los suyos, migrar de sus provincias o países de origen, aunque terminan en un cuarto de servicio de una familia acomodada que, en la mayoría de los casos no se da por aludida de la ley que regula este trabajo.
El trabajo doméstico, la “cadena de valor” de las mujeres
A medida que las mujeres se incorporaron al mercado de trabajo, y dejaron su rol tradicional en el hogar como amas de casa full time, empezaron a necesitar cada vez más de estas otras mujeres que se ocupan de sus casas y cuidan a sus hijos. Además, como pocas veces hay un varón como niñero o fregando pisos y platos, se perpetúa la idea de que los cuidados (del hogar, niños y mayores) son cosa de mujer.
En algunos países, en los que las políticas de género y las discusiones feministas están más avanzadas, aparecen dudas en torno a esta situación que arrastramos hace siglos: ¿es que acaso las más ricas o profesionales oprimen a las más pobres y sin educación? La salida de este laberinto no pasa tanto por condenar la contratación de trabajos domésticos sino más bien por reconocer y valorar estas tareas, profesionalizarlas, a fin de mejorar la forma en que todos las percibimos y también la calidad con la que se realizan. Pero la valoración en nuestra sociedad está puesta en el salario; por tanto, si queremos que la labor de las empleadas domésticas o niñeras tenga mejores condiciones, necesita tener salarios más altos. Y aquí radica el problema para las profesionales de clase media: en países con grandes desigualdades sociales es más fácil encontrar mujeres pobres y con poca educación dispuestas a trabajar en una casa por poco dinero. Revalorizar el trabajo doméstico implica volverlo más caro. A las familias de medianos ingresos les viene bien pagar sueldos bajos, ¡de otro modo no podrían acceder a ellas!, ¡y sin ellas no podrían salir a trabajar!
Según el Director Regional (América Latina y el Caribe) de la OIT José Manuel Salazar, hay también “una situación de discriminación compleja, con arraigos históricos en nuestras sociedades en regímenes de servidumbre y con actitudes que contribuyen a hacer invisible el trabajo de las mujeres, muchas de ellas indígenas, afrodescendientes y migrantes”. En la Argentina, más del 40% de las trabajadoras domésticas son migrantes (internas y externas). En muchos casos estas trabajadoras son explotadas física, mental y sexualmente. A nivel mundial, Latinoamérica tiene 37 por ciento de los trabajadores domésticos del mundo, ubicándose en el segundo lugar después de Asia. “Este trabajo, insuficientemente regulado y mal pagado, sigue siendo el principal proveedor de cuidados, a falta de políticas públicas universales en la mayoría de países de la región”, explica María José Chamorro, especialista de género de la OIT.
Lo personal es político, y es por eso que estas tareas del hogar que se ocupan de cuestiones tan íntimas como lavar calzones, tienen su dimensión en nuestro sistema de relaciones sociales: falta de regulación del trabajo doméstico, incumplimiento de leyes y un Estado ausente en el control de la legislación, ausencia de un sistema de cuidados que brinde alternativas accesibles para que mujeres de bajos recursos puedan compatibilizar su trabajo y familia. La profesionalización de los y las cuidadoras también mejora la calidad del empleo de estos trabajadores que de otra forma son castigados económicamente. Otro paso necesario es el de desnaturalizar que estas tareas son algo “de mujer”. Mientras la única alternativa sea la mercantilización y feminización de los trabajos domésticos, la desigualdad entre mujeres ricas y de medianos ingresos que utilizan servicios que proveen mujeres pobres solo se ampliará (así como la desigualdad en general).
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