miércoles, 12 de julio de 2017

TERAPIAS GRUPALES Y GRUPOS DE AYUDA



Martín Lanatta tiene 35 años y hace casi dos que llegó a Aiken junto con su hijo Joaquín, de 8. Fue una conocida quien le recomendó que buscara ayuda en la fundación; luego de que, una madrugada de septiembre de 2015 y en un accidente de auto, murieran su esposa Leticia, de 37 años, y su hija Julia, de cuatro.
"Yo iba al volante. Veníamos de comer de la casa de una amiga y, en el camino del Buen Ayre, un policía borracho, que venía sin luces y en contramano, nos embistió de frente", recuerda Martín. "Mi señora murió en el acto, y a los pocos minutos, mi hija. Joaquín y yo fuimos trasladados al hospital, y cuando nos dieron el alta la primera decisión fue empezar una terapia."
En Aiken, tanto Martín como Joaquín comenzaron con una terapia individual (que mantienen en la actualidad); hace tres meses, el equipo les propuso sumarse a las grupales para adultos y niños. "Al principio, nos dio incertidumbre, porque no sabíamos cómo iba a ser. Pero hoy estamos más que contentos: para nosotros Aiken es un pilar fundamental para lo que actualmente es nuestra vida", confiesa Martín.
Escuchar desde otro ángulo
"Shockeante", así describe cómo fue el primer encuentro grupal para él, cuando, en una ronda, se encontró con hombres y mujeres que también atravesaban el duelo por un familiar fallecido. "Llegas a un punto donde podes escuchar, dialogar y entender desde otro ángulo que hay gente que vive la misma situación que vos, que están en la misma sintonía, y todos nos ayudamos. Eso te coloca en un ángulo totalmente distinto, que es emocionante y productivo", admite, a pocos minutos de empezar un nuevo encuentro. "Las charlas son muy emotivas, y sentís que no estás solo. Yo perdí a mi hija y a mi compañera de vida: uno queda vacío, anulado. En estos espacios te ves reflejado en el otro y eso suma un montón, genera un cambio radical".
En la sala de al lado, Joaquín comienza su terapia grupal junto con otros ocho chicos, guiados por Aldana Di Costanzo -psicóloga y fundadora de Aiken y otra profesional de su equipo. Sentados en una ronda, en almohadones de colores, empieza cuando uno de los chicos enciende una vela.
Luego, se pasan un cuenco de mano en mano y, a medida que lo tocan, los que quieren se presentan (ese día, hay dos varones y una nena nuevos) con su nombre, edad y contando quién es el ser querido que falleció y cómo.
"Todos estamos acá y vamos a vernos cada 15 días porque se nos murió alguien a quien queríamos mucho", explica Aldana antes de empezar a pasar el cuenco. Un nene de 101 años y su hermanita de cinco cuentan que están ahí porque se murió su papá, de una "crisis al corazón" y otro de nueve explica que su hermano gemelo falleció de un "problema del riñón y el intestino". Cuando llega su turno, Joaquín dice: "Yo me llamo Joaco, me dicen Panqui, y mi mamá y mi hermana se murieron en un accidente de auto".
Finalizadas las presentaciones, se leen en voz alta las reglas, pegadas en hojas blancas en la pared ("todo lo que se dice queda en el grupo"; "no hay correcto ni incorrecto, es como es y es así"; "respeto los momentos de tristeza de los demás"; "cada uno tiene derecho de estar solo si así lo desea"). Y, con juegos y mientras se comparten caramelos, continúan otras dinámicas.
Sobre los progresos de su hijo, Martín afirma: "Para él fue una vuelta de hoja. Puede plasmar sus miedos e inquietudes, ya sea con dibujos, trabajos plásticos, o charlas". Y concluye: "Acá encuentra un espacio totalmente diferente, con amigos nuevos que pasaron por situaciones similares. En el colegio o en el club, él no encuentra esos pares. La terapia grupal lo relaja, lo libera, hace que se exprese y hable. Eso es más que sano".
El sueño de un espacio propio
Tener un espacio propio: ese es el mayor anhelo del equipo de la Fundación Aiken, que actualmente funciona en la sede de una fundación amiga que les presta algunas horas el lugar. Ése sueño comenzó a hacerse realidad, ya que les donaron una casa que se convertirá en su primera sede.
Sin embargo, para ponerla a punto, la casa necesita muchas reformas y, entre otros elementos, la donación de 40 sillas plásticas, aires acondicionados, computadoras, equipo de audio y una pantalla para proyecciones.
Los interesados en colaborar pueden llamar al (011)-5245-4189 o escribir a info@fundacionaiken.org.ar


La fuerza de la empatía: hablar con pares ayuda a superar situaciones difíciles
Los encuentros grupales, en el formato que sea (psicoterapia, de ayuda mutua, de reflexión, etcétera) colaboran para que, aquellos que viven situaciones de dificultad, puedan saberse parte de un conjunto de semejantes con quienes sentirse acompañados.
No se trata solamente de curar, sino de generar pertenencias, redes afectivas, espejos en los cuales mirarse. El grupo es un espacio en donde la experiencia de uno es eco de la experiencia de otro, y es un contexto dentro del cual la frase "creí que era yo el único que sufría esto, pero ahora veo que no es así y me siento menos solo e inadecuado" aparece sanadoramente en todo momento.
La vivencia de poder decir lo propio ayuda, pero también lo es el percibir la propia capacidad de ayudar a otros, de decir algo que a algún compañero le pueda servir, lo que permite salir un rato de la propia rumiación de los problemas, para explorar aspectos más generosos de la propia personalidad. Es allí donde la solidaridad sana: no solamente actúa como elemento moral, sino que es parte de un proceso de sanación profunda.
El ser humano moderno se siente exiliado en muchas ocasiones. Lo siente dentro de un mundo que a veces le parece ajeno. El grupo le permite salir de esa vivencia y volver a lo común, a los otros, para forjar redes que, posiblemente, nunca debieran haber sido rotas.
No se trata tanto de solucionar problemas. Lo esencial está en el acompañar, algo que tiene un efecto a veces menospreciado por los "solucionadores seriales" .
Estos no ponderan el valor anímico del estar con otros en clave de unión, porque valoran solamente las soluciones prácticas, mecánicas.
Pero si bien estas últimas son bienvenidas, el vivir las cosas duras de la vida desoladamente es bien diferente a hacerlo con otros cerca, otros con quienes poder estar en clave solidaria.
Por eso la grupalidad es buena: no solamente porque el ser humano es constitutivamente grupal, sino porque aun en las situaciones aparentemente irresolubles, el acompañamiento hace bien, humaniza y es puente para que la vida continúe más allá de todo.
El autor es coordinador general del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano
M. E.


Juntos en el dolor: la terapia grupal, clave para superar duelos y enfermedades
Aunque no siempre intervenga un profesional, en los encuentros las personas se sienten entendidas por otras que están atravesando una situación similar; también es efectiva para superar adicciones
Los integrantes de Aiken se unen para superar la muerte de un familiar.
Haydée llegó a los Grupos de Familia de Al -Anon para tratar de encontrar una respuesta a lo que estaba viviendo en su casa. Su marido era alcohólico y ya no sabía qué más hacer para poder ayudarlo. Ahí, bajo la mirada y la palabra del otro logró que alguien realmente la entendiera.
"Lo que más me impactó fue escuchar a uno de los integrantes contando lo que le pasaba y era como si esa persona hubiese estado viviendo en mi casa", recuerda 26 años después la voluntaria de Al-Anon, entidad que ayuda a personas afectadas por el alcoholismo de un familiar o amigo.
Ese grado de identificación que sintió Haydée es lo que encuentran las personas que deciden asistir a diferentes grupos de autoayuda para atravesar situaciones difíciles, que resultan terapéuticos en sí, más allá de que cuenten o no con un profesional que los coordine.
La clave del éxito en este tipo de terapias es el encuentro con el otro. Eva Rotenberg, de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), sostiene que en los grupos se generan lazos afectivos muy importantes basados también en relación al secreto de confidencialidad que se establece entre los pares.
"Cuando la persona siente que hay respeto por lo que cada uno dice y confidencialidad, cuentan hasta lo más íntimo remarca Rotenberg. Estos grupos funcionan como una 'mini sociedad' donde los terapeutas podemos ver mucho más claro emociones y vivencias que a veces las personas no pueden explicar porque no encuentran las palabras exactas para hacerlo".
Compartir experiencias
Además de la identificación, otro efecto terapéutico que también tienen los grupos es el respeto mutuo. "En los hogares con personas alcohólicas, todos hablan, gritan y acá es todo lo contrario. Se trata un tema, se lee y van levantando la mano", explica Mauricio Riba, director ejecutivo de Al-Anon. Y añade: "Son grupos autogestionados donde una persona, que es elegida por sus pares, modera la reunión. Pero es sólo quien da la palabra".
Otro de los beneficios señalados es la fuerza positiva y la fortaleza que se va generando en estos grupos. Escuchar casos similares, ver que se puede salir adelante, que la vida sigue, son todas vivencias que dan esperanza y energía a quienes están en un mal momento.
"La persona llega a un grupo psicoterapéutico para hablar, en principio, de lo que en realidad le importa que es su diagnóstico afirma Claudia Fernández, psicóloga y coordinadora terapéutica de los grupos en el Movimiento Ayuda Cáncer de Mama (Macma). Pero, a medida que transcurren los encuentros, va construyendo un pronóstico de esperanza: en la interacción con sus pares obtiene fortaleza, mejora su adherencia al tratamiento médico, disminuyen los pensamientos catastróficos y expresa sus emociones, porque sienten un fuerte respaldo emocional que la anima a experimentar cambios hacia una nueva forma de vida".
También para acompañarse desde la propia experiencia surgió la asociación civil Ultreya. "Son un grupo de jóvenes con discapacidad adquirida por daño cerebral que tiene como fin ayudar a otros que estén en las mismas circunstancias cuenta Guadalupe Díaz Usandivaras, terapista ocupacional y coordinadora voluntaria de la asociación. Hay dos grupos en paralelo, el de los jóvenes y el de acompañamiento de familiares y amigos. Cada uno tiene su espacio y se juntan una vez al mes para poner en común sus historias. Se trata lo que surja en el momento."
Desde Ultreya señalan que, si bien no son grupos terapéuticos al igual que Al-Anon, a la mayoría de sus miembros les resulta así. "Ellos vivieron una vida normal hasta los 20 y pico y, de un día para el otro, adquirieron una discapacidad. Es algo muy difícil y muchas veces los amigos desaparecen por no saber cómo ayudar dice Díaz Usandivaras. Encontrar un grupo donde todas estas dificultades adquiridas son compartidas es bastante contenedor para ellos. Lo mismo para los familiares."
Mónica Rodríguez llegó con su diagnóstico bajo el brazo a Macma. Tenía 45 años y una enfermedad con la que había que luchar. "Me había agarrado una angustia muy grande, me tuvieron que hacer una mastectomía. Llegué al grupo y recibí el apoyo que estaba buscando", recuerda 10 años después la voluntaria de la asociación, quien hoy recibe a los pacientes y hace las admisiones en la entidad.
Así, con un té o un café y algunas galletitas de por medio, las pacientes de Macma se juntan cada 15 días durante más de una hora y con un terapeuta como guía, en el grupo que les corresponda de acuerdo con el momento que estén transitando de la enfermedad.
"Con la excusa de tomar algo, salen diferentes cosas, compartimos experiencias y luego vamos trabajando en el emergente de cada persona, de lo que estuvo transitando. La dinámica varía en relación a lo que el grupo demande. Muchas veces hay que ayudar y prestar palabras de uno para que emerjan las del otro", explica Fernández.
Por su parte, la Fundación Aiken trabaja con grupos para niños, adolescentes y adultos que tiene un tema en común: la pérdida de un familiar cercano.
"La muerte, que es el tema que los une, genera en sí un sentido de pertenencia muy fuerte sostiene Aldana Di Costanzo, directora ejecutiva la fundación. En los niños, en general, como no es lo más habitual que se muera un papá o una mamá o un hermanito, se sienten muy solos. Entre pares se hacen preguntas, comentarios que son habilitadores para el proceso de cada uno y enseguida, como sienten esa identificación con el otro, se hacen amigos."
Lo más valioso: la continuidad de los espacios
"En el grupo pasa mucho esto de mirar al otro y que ese otro movilice a la persona a generar algún cambio", explica Aldana Di Costanzo, fundadora de Aiken. Y ejemplifica: "Nos pasó que una nena de 7 años a la que se le había muerto el papá cuando tenía 3, escuchó que otra de su misma edad había pasado por lo mismo, y lo nombraba todo el tiempo. La nena le dijo: ?Vos te acordás un montón de cosas de tu papá y yo no me acuerdo ni como se llamaba el mío, le voy a preguntar a mi mamá'. Y la nena encontró el momento y lo hizo".
En Ultreya rescatan como parte del éxito que las personas no abandonen el espacio. "Cuando uno asiste regularmente a un grupo significa que le está haciendo bien, y eso habla de que hay algo del encuentro y de la experiencia que les sirve", señalan.
"¿Por qué no dejan de asistir a los grupos por más que la enfermedad se haya ido? Porque cuando llegan los controles el miedo vuelve a aparecer y en el grupo tienen un lugar, una base segura donde pueden apoyarse. Ahí pueden ser ellas mismas. Es la incondicionalidad de un grupo: cuando se conforma, todo se puede decir, entonces ahí todo posible", concluye

 Fernández.

Para saber más
Grupos Al-Anon
alanon.org.ar
Macma
macma.org.ar
Fundación Aiken
fundacionaiken.org.ar
Ultreya
grupoultreya.com.ar

C. M.



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