Querer saber más es un motor que lleva a estudiar, investigar y llegar a descubrimientos; sin embargo, es un fenómeno que fue poco explorado por estudios académicos y científicos
Twitter suele servir para obtener referencias y consejos útiles en forma rápida, y Walter Sosa Escudero, economista, experto en estadística y colaborador frecuente , apeló a la red social la semana pasada para consultar por recomendaciones de tecnología para empezar a estudiar diseño gráfico. Hubo tips al instante y también bromas: "Me parece una excelente idea... para la Florencia del siglo XV", le respondí, en esa reacción primaria de burla de colegio secundario que suele emerger en este ámbito de conversación. Walter comentó que todos los años elegía campos nuevos de aprendizaje sin pensar en si servían para algo o no. Por simple curiosidad.
De Adam Smith para acá, la noción de "especialización" suele encorsetar la forma de pensar de los economistas: la idea de que hay que focalizar en lo que mejor sabemos hacer, y delegar el resto. En los últimos tiempos, la agenda de la innovación puso este concepto en duda desde diversos ángulos. En el MIT y en Harvard, el físico chileno Cesar Hidalgo y el economista venezolano Ricardo Hausmann vienen trabajando sobre la hipótesis de "complejidad": los países que más crecen son aquellos que tienen una matriz muy compleja -en términos de diversidad- de producción de bienes y de servicios, y no aquellos que se concentran en uno o unos pocos verticales. La misma línea argumental puede aplicarse a las personas.
Detrás de las ganas de estudiar datanomics, diseño gráfico, guitarra o lo que se nos ocurra, está el motor de la curiosidad, una de las habilidades -paradójicamente- menos estudiadas e investigadas en forma seria y sistemática. "Es sorprendente advertir cómo, a pesar de que la curiosidad es la fuente motivacional de la mayor parte de las cosas que hacemos, el número de académicos que se focalizaron en su estudio es tan pequeño", dice Mario Livio, astrofísico y autor de varios best sellers. Livio acaba de publicar Why? (Por qué: Qué nos hace curiosos), un libro que bucea en el fenómeno de la curiosidad desde varios aspectos. Los capítulos van desde las cuestiones más macro (qué es lo último que se sabe a nivel de neurociencias y ciencias cognitivas en general sobre la curiosidad) hasta historias de vida de "superatletas de la curiosidad" como Leonardo Da Vinci (para Livio, la persona más curiosa de la historia) hasta Richard Feynman, Nobel de Física y el primero en imaginar en los 80 la posibilidad de acceder a la computación cuántica, una de las grandes novedades de la agenda de la disrupción 2017, que volvió a colocar a los físicos como protagonistas en la discusión sobre los cambios que se vienen.
Livio siempre se sintió atraído por este terreno, pero dudaba en profundizar, porque como astrofísico se veía lejos de la especialización de las ciencias cognitivas. Hace cinco años lo convocaron para dar una charla TedxMidAtlantic y fue la excusa perfecta para zambullirse. Más allá de la presentación, siguió explorando, conversando con neurocientíficos, visitando laboratorios y hablando con personajes famosos hipercuriosos, como Brian May, el guitarrista de Queen que tiene un doctorado en astrofísica (¿sabían eso?), o Fabiola Gianotti, la científica que ayudó a descubrir los bosones de Higgs, y que también es una excelente pianista.
Uno de los descubrimientos más recientes de las neurociencias sobre la curiosidad es que no hay un solo "tipo" de esta reacción, sino varios, que producen fenómenos muy distintos en el cerebro, y también diferentes sensaciones. Una primera familia de la curiosidad corresponde a aquellas situaciones en las que aparece un elemento "raro", que no conocíamos o que no se corresponde con nuestro sistema previo de creencias. Allí, la sensación que prima es la aversión y la incomodidad (se "encienden" áreas del cerebro vinculadas a estas percepciones), de algo que nos queremos sacar de encima cuanto antes. La segunda familia abarca todo lo que es el amor puro al conocimiento, que lleva al progreso de la ciencia, por ejemplo, y que provoca reacciones de placer y expectativa, como cuando está por empezar una película o una obra de teatro que ansiamos disfrutar.
Feynman, curioso insaciable, una vez dijo que "no le hace daño al misterio del universo saber un poco más sobre él. Porque es más maravillosa esa verdad que cualquier cosa que se haya imaginado un artista en el pasado". El conocimiento, en este sentido, se asemeja al contorno de una isla que nos separa del océano de la ignorancia. Cuánto más sabemos, mayor es el contorno de la isla y mayor la conciencia que tenemos sobre la vastedad de lo que no sabemos.
Curiosamente, uno de los académicos que más estudiaron el fenómeno es un economista del comportamiento (la rama que cruza psicología y economía), George Lowenstein, de la Universidad Carnegie Mellon, quien en 1994 escribió un estudio sobre La psicología de la curiosidad. Lowenstein asegura que la curiosidad es un motivador potente, y que más que un estado mental es una emoción que nos lleva a querer llenar los baches de información que tenemos.
La curiosidad se puede entrenar y fomentar, según el economista del comportamiento. Para ello, recomienda una práctica que suelen ejercitar los publicistas y expertos en innovación: dedicarle tiempo a plantear buenas preguntas. Las preguntas activan regiones cerebrales distintas a que las que encienden las frases que no lo son. En la práctica, conviene enunciar los pendientes u objetivos para una reunión de trabajo en forma de preguntas y no de frases neutras (¿Cómo conviene encarar el video de fin de año?, en lugar de "Video de fin de año" a secas).
Y en su estudio de 1994, Lowenstein advirtió que se necesita algún conocimiento inicial para querer saber más sobre ese tema (no podemos ser curiosos de un tópico que desconocemos en absoluto). Las investigaciones muestran que cuanto más sabemos, más queremos saber. Por eso Lowenstein recomienda "encender la máquina" de alguna forma, por ejemplo, yendo a una librería y leyendo en diagonal libros al azar. John Maynard Keynes, padre de la macroeconomía moderna, sostenía: "Uno debe entrar a una librería vagamente, casi como en un sueño, y permitir que los libros que están allí atraigan nuestra atención en forma libre. Caminar por estos negocios, dejándonos llevar por nuestra curiosidad, es una muy buena forma de entretenerse una tarde".
Las charlas TED, a menudo criticadas por su "falta de profundidad", suelen funcionar bien como disparadores de curiosidad: son la chispa que enciende el fuego de la expectativa por obtener un conocimiento que luego podemos explorar con más detalles.
Fue lo que le pasó, al fin y al cabo, a Livio, y que terminó derivando en su nuevo libro. "La curiosidad inspira las cosas más excitantes de nuestra vida, desde conversación es hasta leer libro o ver películas. Motiva todo el avance científico, y la educación. Otras especies animales son curiosas, pero la posibilidad de preguntarnos «por qué» es exclusivamente humana", dice el autor, "creo que todos deberíamos ser curiosos sobre la curiosidad".
Fue lo que le pasó, al fin y al cabo, a Livio, y que terminó derivando en su nuevo libro. "La curiosidad inspira las cosas más excitantes de nuestra vida, desde conversación es hasta leer libro o ver películas. Motiva todo el avance científico, y la educación. Otras especies animales son curiosas, pero la posibilidad de preguntarnos «por qué» es exclusivamente humana", dice el autor, "creo que todos deberíamos ser curiosos sobre la curiosidad".
M. C.
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