viernes, 25 de agosto de 2017

LECTURA RECOMENDADA


Sobre Tiene que llover, de Karl Ove Knausgård
Compulsión autobiográfica

Si existiera alguien capaz de disputarle al Funes imaginado por Borges el epíteto de "el memorioso", ése sería Karl Ove Knausgård (Oslo, 1968), un escritor que no necesita andar comprando tarjetas para expandir su memoria; le alcanza con sentarse a escribir libros. Tiene que llover es la antepenúltima entrega de Mi lucha, título incómodo con el que el noruego más fotogénico de las letras dio a conocer su desbordado proyecto autobiográfico.
Este quinto volumen narra los catorce años que Knausgård vivió en Bergen, desde 1988, cuando tenía diecinueve años, hasta el 2002. "Lo único que ha permanecido de todos esos miles de días que pasé en esa pequeña ciudad del oeste de calles estrechas relucientes de lluvia, son unos cuantos sucesos y un montón de estados de ánimo."
Allí se enamora y es infiel, asiste a la Academia de Escritura, se casa, recibe la noticia de la muerte de su padre y escribe su primer libro.


Inseguro con las mujeres, convencido de la superioridad de Ingve, su hermano mayor, vulnerable en cuanto a su vocación de escritor, narcisista y autodestructivo, competitivo y con una capacidad de llanto que sería la envidia de cualquier actor dramático, Knausgård se presenta a sí mismo como un monstruo, o mejor, un romántico. Las pruebas son contundentes: "Sería escritor, una estrella, una luz para los demás", piensa para sí, mientras le confiesa a sus nuevos amigos que la novela que está escribiendo es una mezcla de Knut Hamsun y Charles Bukowski. Este impudor, esta candorosa falta de ironía es la contracara perfecta de su compatriota Kjell Askildsen, ese sofisticado paladín del nihilismo que en sus Cuentos reunidos, traducidos al español hace ya algunos años, prefiere mostrar sólo la punta envenenada del iceberg y abstenerse de dar explicaciones.
En la verborrágica saga de Knausgård hay lugar para todo; y si bien Tiene que llover no incluye, desafortunadamente, desvíos ensayísticos en medio de una anécdota, ni abusa de la lógica del inventario, como sucedía en libros anteriores, no por ello deja de ser una novela omnívora. En ella hay letras de canciones, poemas irreverentes, principios fallidos de novelas, de cuentos, títulos posibles e imposibles, fragmentos de entrevistas y hasta el contenido desordenado de un archivo de computadora.
Las referencias a las bandas de la época son, como de costumbre, ineludibles. En las charlas están presentes Queen, Genesis, Pink Floyd, Rush, Bruce Springsteen y David Bowie. Sobre estos últimos dos, por ejemplo, el hermano de Karl Ove tenía su propia teoría: "Ingve opinaba que no había nada que fuera auténtico o verdadero en sí, todo era, de una u otra manera, pose, incluso, como dijo, la imagen de Bruce Springsteen. Lo normal en él era igual de amanerado y estudiado que lo excéntrico y lo posado en David Sylvian o David Bowie.". Mientras tanto, para no ser menos, un joven Knausgård defendía a Dylan y anticipaba sin saberlo a la Academia Sueca: "¡Tiene unos textos tan buenos! Es un despropósito que no le den el Premio Nobel." Otra marca de la época está dada por la literatura del boom latinoamericano, tan pegada siempre al realismo mágico que Borges y Cortázar terminaban a veces con domicilio en Macondo.

A excepción del tomo inaugural, La muerte del padre, que tenía el claro objetivo de dar cuenta de esa bestia negra que para Knausgård fue su progenitor, el resto de los libros no tiene plan ni montaje, sino un automatismo torrencial, salvaje e hiperrealista. En tiempos de un exhibicionismo tan falso como intervenido, esta falta de filtro se parece a un oasis; aunque al mismo tiempo deja la sensación de que en su escritura no sucede gran cosa. Dicho de otro modo, el proyecto narrativo de Knausgård es un tanto naif. En su compulsión autobiográfica no hay ambigüedades, silencios que requieran ser descifrados, ni una voluntad de estilo. Por todo esto, Roland Barthes, si viviera, lo colocaría seguramente en la categoría de "escribiente" antes que en la de "escritor". Sea como sea, la novela de Knausgård no deja de ser adictiva; su literatura replica el mundo con tal precisión que el lector, falto de perspectiva, se vuelve una suerte de acompañante terapéutico del autor, incapaz de abandonarlo, no importa lo que escriba.
TIENE QUE LLOVER
Karl Ove Knausgård Anagrama
Trad.: K. Baggethun
y A. Lorenzo
691 págs., $ 495

D. V.



Sobre Cultura, de Terry Eagleton
Alrededor de un concepto moderno clave
¿Cuál es el concepto moderno de cultura? De lo que se ocupa el crítico Terry Eagleton (Reino Unido, 1943) es de componer un paisaje de ideas alrededor de esta pregunta, cuya aparente delicadeza no debería engañar al lector.

A grandes rasgos, ese paisaje es el siguiente: si a finales del siglo XVIII la noción de cultura cobró relevancia como crítica del industrialismo y como rechazo de la idea de revolución, también fue en ese momento cuando se convirtió en un concepto clave en el discurso del nacionalismo romántico.
Después, durante el siglo XIX, el concepto de cultura se vio inmerso en los debates del colonialismo y la antropología, e incluso empezó a sustituir ciertos valores religiosos en declive. Hasta que en el siglo XX se convirtió también en una gran industria, capaz de transformar "el inconsciente popular" de maneras sin precedentes.




En ese punto, lo que suele entenderse como "cultura" pasó a ser un factor vital alrededor de conflictos que ahora, señala Eagleton, se desenvuelven entre nosotros bajo nombres como el "multiculturalismo" y la "política identitaria", los cuales suelen resultar muchas veces convenientes para desplazar a la política. De hecho, al tensar al máximo su propia cuerda retórica, Eagleton escribe al respecto que "el propio discurso de los estudios culturales es marcadamente excluyente: presta gran atención a la sexualidad pero no al socialismo, a la transgresión pero no a la revolución, a la diferencia pero no a la justicia, a la identidad pero no a la cultura de la pobreza".
Trazado el teatro de operaciones, y aunque los interlocutores del autor de Esperanza sin optimismo van desde Platón hasta la Escuela de Fráncfort y cristalizan en nombres como Edmund Burke y Oscar Wilde, a quienes dedica capítulos enteros para analizar los vínculos de época entre cultura, sociedad, política y estética, la vena polémica de Eagleton sabe también cuándo despegar de la cátedra y aterrizar sobre la realidad inmediata.
Por eso es que si, para insistir en la cuestión del multiculturalismo y la identidad, el teórico inglés no duda en afirmar que, a los fines de producir verdaderos cambios, "abolir las jerarquías no significa alterar la desigualdad" -y es por eso que estas nobles causas sociales suelen adaptarse, sin inconvenientes, a la lógica misma del capitalismo avanzado, "una esfera de consumo que acoge a todos los que se acerquen"-, tampoco el terrorismo es una mera disputa cultural.
Pensado y escrito en un país donde ni siquiera los conciertos de Ariana Grande son neutrales frente al islamismo, las ideas de Eagleton despliegan el tipo de coraje intelectual y político que no sobra entre quienes suelen arrogarse la capacidad de cuestionar el orden simbólico de Occidente. De ahí que, a su entender, lo que ese terrorismo que recorre Europa transparenta es el efecto terrible de planes geopolíticos, resentimientos y movimientos del mercado. Un conjunto de fuerzas que hacen del fundamentalismo "el credo de quienes se sienten abandonados y humillados por la modernidad, y las fuerzas responsables de esta mentalidad patológica están lejos de ser culturales en sí mismas".
Entre las derivaciones más sutiles y civilizadas de esas mismas fuerzas explotadoras en marcha podría pensarse incluso, dice Eagleton, la rápida transformación de las viejas universidades en "empresas pseudocapitalistas bajo la influencia de una ideología de gestión brutalmente filistea".
Con la astucia, el rigor y el humor de uno de los críticos culturales más inteligentes en actividad, el eje definitivo de Cultura consiste así en el acto de destejer con paciencia el velo falsamente inocuo de una palabra que a veces confundimos, apenas, con entrar a museos, leer novelas o contemplar cuadros.
CULTURA
Por Terry Eagleton
Taurus. Trad.: Belén Urrutia. 198 págs., $ 177

N. M. 

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