Los motivos del lobo, de Liliana Escliar
Figuras sobre fondo negro
Lo sabe todo el mundo: en el policial negro no se narra un crimen anterior al relato; el crimen coincide con el momento de la acción. Daniel Parodi, el protagonista de Los motivos del lobo, de Liliana Escliar (ganadora del Premio Planeta por La arquitectura de los ángeles y guionista televisiva), es un criminólogo capaz de entrar en la mente de cualquier delincuente y descifrarla. Nunca falla. Pero unos meses después de la muerte de su esposa, un psicópata asesina a su hija. La tragedia lo expulsa de su vida y lo coloca en una cacería mutua.
El Lobo, un delincuente siniestro, encarna todos los males. O casi todos. Si la pregunta en los primeros capítulos pareciera ser qué pasa cuando la maldad selecciona al azar a un hombre como blanco, muy rápido la trama se desliza hacia la zona inquietante de la secta "Los hijos de Saturno". Parodi pierde su capacidad de investigar, se vuelca a la bebida, comienza a destruir todo lo que lo rodea. Y continúa armando un mapa de pistas en una pared. Las desgracias siguen sucediendo de manera inevitable sin que puede preverlas.
De algún modo, no tiene alternativa. Perdida su familia, su casa y su trabajo, se recluye en la librería de su amigo y aliado, Ernesto Soria, un policía retirado, fanático de Borges, que lo va a ayudar en la investigación. La historia de Parodi -su apellido juega con el del detective creado por Borges y Bioy que investiga desde la cárcel- va a girar en torno a las reglas del juego, un poco gastado, del gato y el ratón. Los criminales se valen de ardides demasiado torpes para la organización que pretenden encarnar. Parodi -y la justicia y el poder- llegan indefectiblemente tarde. Los papeles de perseguidor y perseguido se van alternando y la tensión del relato continúa oscilando hasta el final.
No faltan en la historia los personajes que la hacen digna del género. Hay un amor cercano e inalcanzable, la fiscal del caso; también un discípulo inexperto en todo, excepto en la tecnología que maneja mejor que nadie. Tampoco falta el contrapunto imprescindible de todo investigador: su compañero fiel. Ese hombre es, al mismo tiempo, su confidente y el equilibrio entre la racionalidad y la intuición, esenciales para el avance de la pesquisa. Por momentos, lo que parece estar ausente, sin embargo, es la cualidad esencial que los vuelve vitales. Aparecen como meros estereotipos y transmiten la impresión de ser figuras recortadas sobre fondo negro (el color esperado del género).
Pedirle a un texto realista que se parezca a la realidad sería ridículo. Parodi no tiene que actuar como si fuera un criminólogo obsesivo por luchar contra el mal más abominable: debe ser ese hombre atormentado por un perseguidor que lo enloquece. Explicar sus desgracias no basta, debería vivirlas en el mundo del lenguaje. En Los motivos del lobo trastabilla y se vuelve a incorporar.
LOS MOTIVOS DEL LOBO
Por Liliana Escliar
Tusquets. 255 págs., $ 349
V. B.
Seres queridos, de Vera Giaconi
Seres queridos comienza con una cita de Clarice Lispector que hace referencia a "la crueldad de la malignidad de amar". En el cuento de la escritora brasileña que incluye la frase, se cuestiona el amor como construcción única e idílica. Vera Giaconi (Montevideo, 1974) retoma ese concepto en su nuevo libro de relatos y lo extiende a todas las relaciones humanas. Ya no es una mujer pequeña la que evidencia las desigualdades, sino las personas comunes y corrientes -niños, adolescentes, mujeres, hombres- que dejan a la vista sus pensamientos más oscuros.En Carne viva, su primer libro, Giaconi presentaba a una mujer asqueada de sus sobrinos: en éste, los sentimientos no dichos hacia los "seres queridos" se multiplican. Cada uno de los diez cuentos que componen el volumen incluye a un personaje que muestra el pliegue de sus pensamientos recónditos. En "Los restos", Marta y Graciela preparan la casa para el funeral de su hermana menor. En la habitación principal, Marta encuentra el vestido de novia de la muerta y decide probárselo. Con muy pocas palabras, la autora uruguayo-argentina revela la envidia, la fascinación morbosa del personaje y cómo la muerte puede resultar un alivio.
Los amores prohibidos se repiten en "Reunión", el cuento más extenso del volumen y uno de los más inquietantes. Retrata en primera persona el vínculo triangular entre la narradora, Clara y Javier. La pareja de amigos pasó un año y medio en Bangkok, y al regresar, la invitan a cenar. Le presentan a su hija de seis años, semisalvaje, cuyo origen apenas se vislumbra y de la que la protagonista debe cuidarse. La autora lleva la narración al límite. Si bien Seres queridos podría inscribirse en la línea del fantástico, que abunda entre los escritores contemporáneos, aquí predomina lo extraño, lo perturbador como parte de lo cotidiano.
En "Survivor", se repite la temática de la envidia fraternal, pero entran en juego escenas cotidianas y actuales como los reality shows y YouTube. Es una sátira sutil de la posmodernidad, aunque lo que busca revelar es, en el fondo, intrínseco del ser humano. Como en "Bienaventurados" donde la relación entre una empleada doméstica y su jefa depresiva son el centro de la acción.
Incluso los chicos manifiestan su costado perverso. "Pirañas" narra en primer plano la horrorosa historia de un chico que perdió los dedos en el río al ser atacado por pirañas. En paralelo, se cuentan las peleas con su hermana, las manipulaciones contra sus padres, y las discusiones sottovoce de éstos, de las que él saca provecho.
En el libro también se cuela la historia política y la pregunta por los lazos durante la dictadura, escenas que pueden remitir tanto a su versión uruguaya como a la argentina. En "Dumas", situado a mediados de los años setenta, el hijo del protagonista debe exiliarse y deja a su esposa e hija con sus padres, hasta que puedan irse con él. Mientras que en "A oscuras", ubicado en 1981, dos hermanos se encierran en un refugio, escapando de la niñera, con instrucciones para no salir hasta que regrese su madre. La familia, las ausencias y los silencios se potencian en ambos relatos. "Dumas había llorado una sola vez en su vida, cuando tenía ocho años. Recordaba cada detalle de ese momento y nunca se lo había contado a nadie. Y se iba a morir, tres años después de que se llevaran a su nieta, sin tampoco haber hablado de ciertas cosas que recién esa noche estaba empezando a entender", se lee en el cuento.
En todos los relatos hay un denominador común: la pérdida. Si no es una nieta, como en "Dumas", son amigos, hermanos, dedos. La falta es la que motiva cada una de las historias de Seres queridos. El cuerpo, ya sea en partes o en su totalidad, es el epicentro de la carencia. Uno de los relatos mejor logrados es "Limbo", donde una paciente ve a su médico deteriorarse por una enfermedad, hasta no soportarlo más. Visibilizar esa decadencia en cada uno de los personajes del libro es uno de los logros de la autora.
SERES QUERIDOS
Por Vera Giaconi
Anagrama. 160 págs., $ 275
N. J.
Británicos placeres vintage
Del siglo XVIII al siglo XX, jugosas intrigas que viajan en cartas y en libros misteriosos
A simple vista podría parecer que, hoy en día, la lectura de una novela epistolar no presenta al lector ninguna situación especial: reemplacemos las cartas por mensajes electrónicos y en una simple operación formal habremos convertido la narración decimonónica (o dieciochesca) en una ficción del siglo XXI. Sin embargo, una mirada más reflexiva descubrirá sutilezas que vuelven singular al género, porque las misivas que hacen evolucionar la trama eran entonces la única vía de comunicación a distancia; distancia, a su vez, que sólo podía ser salvada en el transcurso del tiempo y no en la inmediatez. Esa condición confería al artífice de aquellas tramas posibilidades peculiares e irrepetibles.
La reedición de Lady Susan, de Jane Austen (Bärenhaus), ofrece la oportunidad de volver a regocijarse con esas intrigas tejidas al calor de la correspondencia que intercambian sus protagonistas. Aquí, el ingenio, el humor ácido y la aguda capacidad de penetración emocional de la autora están al servicio de un personaje inolvidable por lo encantadoramente siniestro: la criatura que da título al libro. Bella y manipuladora, Lady Susan Vernon, "la coqueta más consumada de Inglaterra", está dispuesta a todo con tal seguir disfrutando de "las comodidades de la vida" después de haber enviudado (trabajar no es una opción, por cierto, ya que vendría a formar parte de las "incomodidades" de la vida), satisfacer su ego infinito y atormentar a su pobre hija porque, como dice el sarcasmo popular -que se ajusta muy bien a la psicología de la dama-, no alcanza con ser feliz: es necesario que los otros sean desdichados.
La maldad, la estupidez y también la nobleza que Austen observó y conoció bien entre los miembros de su propia clase social son el motor de esta novela corta que ofrece, entre otras perlas, este brillante diagnóstico de su protagonista: "Si de algo me vanaglorio es de mi elocuencia. La consideración y la estima siguen al dominio del lenguaje con tanta seguridad como la admiración atiende a la belleza, y aquí tengo bastante oportunidad para el ejercicio de mi talento, ya que la mayor parte del tiempo se pasa en conversaciones".
Aunque más cercano en el tiempo, otro que no ha perdido un ápice de su encanto británico es John le Carré. Booket acaba de reimprimir La Casa Rusia, y poco importa que el Muro de Berlín se haya desplomado o que la Guerra Fría esté ahora atomizada en incontables focos de batallas calientes: su laberíntica historia de espionaje y contraespionaje se sigue con la misma avidez y fruición que despertaba a fines de la década del ochenta del siglo pasado.
La acción transcurre en las postrimerías de la Unión Soviética. Son días de perestroika y glasnost. En un hotel de estética estalinista, en el centro de Moscú, un desangelado encuentro editorial destinado a estrechar lazos entre Gran Bretaña y el pueblo ruso es escenario del más inquietante intercambio: ese libro que la morocha vestida de azul desliza sobre la mesa de un desprevenido viajante de comercio -a la sazón vendedor de videos y cassettes para aprender inglés-, puede incluir entre sus páginas algo más que los afiebrados desvaríos aforísticos de un pseudo filósofo; acaso se oculte allí información capaz de neutralizar la conflagración entre dos superpotencias. O de activarla irremediablemente. En cualquier caso, nada mejor que dejarse llevar por la maestría de Le Carré, su inteligencia escéptica, su refinada ironía; sus espías tan poco espectaculares, tan perturbadoramente cotidianos, como cualquier burócrata anodino sentado en el asiento de al lado en el subte.
Lady Susan. Jane Austen, Bärenhaus
La Casa Rusia. John le Carré, Booket
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