Balance de dos años de gestión
Se cumplieron dos años del nuevo gobierno y desde el punto de vista del conjunto de problemas que enfrentaba al asumir la nueva gestión, 2017 es una analogía de 1959. Ese año le toco a Arturo Frondizi corregir un conjunto de distorsiones similares a las que desafiaron a Mauricio Macri: cepo con atraso cambiario, tarifas parcialmente congeladas, inflación inercial del orden del 25% anual, desabastecimiento energético, déficit fiscal y desinversión en infraestructura pública, con bajo nivel de formación de capital en el sector privado, sobre todo en el sector con capacidad de generar divisas, que había sufrido la regulación de precios que le impuso el IAPI.
La lectura de lo que le pasó a la economía cuando ese gobierno intento desarmar la bomba explica de hecho buena parte de la estrategia del actual equipo que lidera y comanda desde la Jefatura de Gabinete, el tridente Peña, Quintana, Lopetegui.
Las primeras medidas de Cambiemos, en ese contexto, no podrían haber sido más acertadas. La economía se había quedado sin dólares y si no se salía urgente del cepo no había manera de reactivar la producción, ni tampoco se podía frenar las expectativas de inflación que se habían desatado en noviembre de 2015 cuando el mercado trataba de adivinar si el dólar se estacionaría en los $15 que salía el Blue, o en torno a los $20 que pronosticaban algunos colegas.
Al mismo tiempo, como sobraban muchos pesos en la economía, que estaban atrapados en el corralito que implicaba en la practica el cepo, el Banco Central tuvo que inyectar un shock de LEBACS que, aunque salvaron al paciente de una inflación superior al 100%, constituyen hoy uno de los máximos desafíos de la autoridad monetaria.
El otro gran acierto del nuevo equipo fue la rápida resolución de la crisis con los fondos buitres y la vuelta a los mercados de crédito externo. Obviamente esta es al mismo tiempo una de las luces amarillas del modelo actual, porque todo el mundo entiende que la estrategia de financiar déficit con deuda, al igual que la de hacerlo emitiendo, tiene patas cortas. En el mediano plazo no hay salida posible si el déficit no cae de manera sostenida. Todas y cada una de las formas alternativas de financiarlo terminan tarde o temprano en una crisis
Pero lo notable de la eficiente gestión de Prat Gay es que si el Gobierno no hubiera conseguido colocar los 50.000 millones de deuda externa con los que se financió, se habría encontrado entre la espada de la hiperinflación y la pared del ajuste fiscal inexorable. Para muestra, basta recordar como termino el radicalismo en 1989 cuando, en un escenario de similar déficit, se encontró con los mercados externos cerrados y debió financiar el déficit sólo con emisión. Sin la posibilidad de endeudarse afuera, Macri habría sido Alfonsín.
En el lado del haber se cuenta también la recuperación de la obra pública que es record histórico y la vuelta del crédito hipotecario que le está permitiendo a la clase media el acceso a la vivienda.
Desde el 10 de diciembre de 2015 quedó claro que el gobierno, en materia fiscal, había elegido el camino del gradualismo. Primero lo explicó el Presidente, luego el entonces ministro de Economía; no iba a haber un ajuste fiscal ortodoxo. El plan era reducir el déficit sin tocar el gasto. Mantener las erogaciones creciendo al mismo ritmo que la inflación y aprovechar la recuperación de la economía para que el crecimiento licuara el déficit, por la vía del aumento de los recursos tributarios, asociados a un mayor nivel de actividad. El problema de ese camino es la matemática. Hay que cerrar un rojo de 5% del PBI y cada 4% que crece la economía, la recaudación se expande 1%. La regla de tres simple dicta que para alcanzar el equilibrio fiscal primario la economía necesita crecer 20%, algo que al ritmo del 3 o 3,5% anual, llevará seis años, de manera que habrá que tolerar un crecimiento de la deuda externa por lo menos hasta 2022.
En materia económica el gobierno anterior nos llevaba en el tren bala, pero a Venezuela. Este promete llevarnos a Mar del Plata, pero en un lechero que para en todos los pueblos. El rumbo es el correcto, pero el viaje es lento y el tren puede fundirse en el camino.
La raíz del problema es que el Ejecutivo tuvo enormes dificultades, desde el primer día, en transmitir un mensaje simple: cada uno tiene que pagar lo que consume, salvo que no pueda, en cuyo caso habrá una red de contención en la forma de una tarifa social según el grado de necesidad.
El gobierno, aun a pesar de haber pagado el costo político de cuatro tarifazos todavía financia el 40% de la luz y el gas que consumen las clases media y media alta.
Ese gradualismo hace que sea más difícil bajar la inflación y encima fuerza el error del gobierno que ahora busca juntar los fondos para seguir subsidiando a los que pueden pagar, del exiguo bolsillo de las jubilaciones y asignaciones que administra la Anses.
La lentitud en cerrar el déficit condena al país a tener un dólar barato mientras perdure el ingreso de dólares para tapar el agujero fiscal.
La lectura de lo que le pasó a la economía cuando ese gobierno intento desarmar la bomba explica de hecho buena parte de la estrategia del actual equipo que lidera y comanda desde la Jefatura de Gabinete, el tridente Peña, Quintana, Lopetegui.
Las primeras medidas de Cambiemos, en ese contexto, no podrían haber sido más acertadas. La economía se había quedado sin dólares y si no se salía urgente del cepo no había manera de reactivar la producción, ni tampoco se podía frenar las expectativas de inflación que se habían desatado en noviembre de 2015 cuando el mercado trataba de adivinar si el dólar se estacionaría en los $15 que salía el Blue, o en torno a los $20 que pronosticaban algunos colegas.
Al mismo tiempo, como sobraban muchos pesos en la economía, que estaban atrapados en el corralito que implicaba en la practica el cepo, el Banco Central tuvo que inyectar un shock de LEBACS que, aunque salvaron al paciente de una inflación superior al 100%, constituyen hoy uno de los máximos desafíos de la autoridad monetaria.
El otro gran acierto del nuevo equipo fue la rápida resolución de la crisis con los fondos buitres y la vuelta a los mercados de crédito externo. Obviamente esta es al mismo tiempo una de las luces amarillas del modelo actual, porque todo el mundo entiende que la estrategia de financiar déficit con deuda, al igual que la de hacerlo emitiendo, tiene patas cortas. En el mediano plazo no hay salida posible si el déficit no cae de manera sostenida. Todas y cada una de las formas alternativas de financiarlo terminan tarde o temprano en una crisis
Pero lo notable de la eficiente gestión de Prat Gay es que si el Gobierno no hubiera conseguido colocar los 50.000 millones de deuda externa con los que se financió, se habría encontrado entre la espada de la hiperinflación y la pared del ajuste fiscal inexorable. Para muestra, basta recordar como termino el radicalismo en 1989 cuando, en un escenario de similar déficit, se encontró con los mercados externos cerrados y debió financiar el déficit sólo con emisión. Sin la posibilidad de endeudarse afuera, Macri habría sido Alfonsín.
En el lado del haber se cuenta también la recuperación de la obra pública que es record histórico y la vuelta del crédito hipotecario que le está permitiendo a la clase media el acceso a la vivienda.
Desde el 10 de diciembre de 2015 quedó claro que el gobierno, en materia fiscal, había elegido el camino del gradualismo. Primero lo explicó el Presidente, luego el entonces ministro de Economía; no iba a haber un ajuste fiscal ortodoxo. El plan era reducir el déficit sin tocar el gasto. Mantener las erogaciones creciendo al mismo ritmo que la inflación y aprovechar la recuperación de la economía para que el crecimiento licuara el déficit, por la vía del aumento de los recursos tributarios, asociados a un mayor nivel de actividad. El problema de ese camino es la matemática. Hay que cerrar un rojo de 5% del PBI y cada 4% que crece la economía, la recaudación se expande 1%. La regla de tres simple dicta que para alcanzar el equilibrio fiscal primario la economía necesita crecer 20%, algo que al ritmo del 3 o 3,5% anual, llevará seis años, de manera que habrá que tolerar un crecimiento de la deuda externa por lo menos hasta 2022.
En materia económica el gobierno anterior nos llevaba en el tren bala, pero a Venezuela. Este promete llevarnos a Mar del Plata, pero en un lechero que para en todos los pueblos. El rumbo es el correcto, pero el viaje es lento y el tren puede fundirse en el camino.
La raíz del problema es que el Ejecutivo tuvo enormes dificultades, desde el primer día, en transmitir un mensaje simple: cada uno tiene que pagar lo que consume, salvo que no pueda, en cuyo caso habrá una red de contención en la forma de una tarifa social según el grado de necesidad.
El gobierno, aun a pesar de haber pagado el costo político de cuatro tarifazos todavía financia el 40% de la luz y el gas que consumen las clases media y media alta.
Ese gradualismo hace que sea más difícil bajar la inflación y encima fuerza el error del gobierno que ahora busca juntar los fondos para seguir subsidiando a los que pueden pagar, del exiguo bolsillo de las jubilaciones y asignaciones que administra la Anses.
La lentitud en cerrar el déficit condena al país a tener un dólar barato mientras perdure el ingreso de dólares para tapar el agujero fiscal.
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