miércoles, 9 de agosto de 2017

LECTURA RECOMENDADA


El río invisible, de Cristina Siscar
A la orilla de una historia mayor






Jimena se reencuentra con su prima Teresa en una ciudad de provincias, "ajena, sin raíces". Pero el encuentro la empuja hacia el pasado, cuando sus tíos la llevaron a vivir con ellos en una casa alquilada frente al Río de la Plata en los años setenta. Allí la huérfana se convirtió en una espía: desde su cuarto, subida a un aromo, mientras lavaba los platos en la cocina, permanecía atenta a los comportamientos de los primos, de los tíos y de una familia vecina. De allí provenían los libros que Teresa leía a toda hora. También el deseo y el peligro. "Sólo desde el futuro podemos leer en hechos del pasado un anuncio velado de lo que vendría después", se sugiere en las primeras páginas de El río invisible, la nueva novela de Cristina Siscar. Varios años después, entonces, las primas conversan cara a cara. Jimena está casada y es madre de dos hijos; Teresa, emancipada de la familia, permanece distante y enigmática.
El río invisible cuenta, en cierto modo, una historia oculta en la superficie del relato. La historia de dos casas, la casa del pasado y la que sobrevive en la memoria; la historia de dos familias, aquella de la infancia y de la orfandad de Jimena y la que luego formó con Fredy, otra criatura ajena durante el encuentro nocturno. Mediante capítulos cortos -similares a estampas de un álbum que perdura en el recuerdo, similares a actos de conciencia con los que se intenta detener (o comprender) el paso del tiempo-, la narración fluye y acerca claves en las márgenes del relato. Siscar es una narradora concentrada, sin prisa, que envuelve de misterio el relato. Hay presagios que se cumplen, a veces de manera retrospectiva.
Teresa tiene en el rostro una cicatriz, rastro de una venganza secreta de Jimena. ¿Venganza contra quién? Esa cicatriz es un emblema de la estrategia narrativa que Siscar elige para remontar el pasado de los dos personajes femeninos, situados a la orilla de una historia mayor definida por la pérdida. No sólo de la juventud y de los ideales de cada una sino también del carácter simbólico de los lugares en el recuerdo. El río puede ser un espacio de iniciación y descubrimiento pero también una amenaza o una necrópolis.
Como la protagonista, los lectores deben espiar entre los pliegues de distintos episodios que avanzan, se podría decir, hacia una toma de distancia. "Este tiempo en el que me he sumergido con Teresa se parece al río quieto, sin orillas. ¿Cuántas turbulencias, cuántas cosas ocultas pueden surgir de sus aguas?", se pregunta Jimena en el cuarto de hotel, mientras aguarda las revelaciones que expliquen no tanto el desenlace como el sentido de aquella historia ambientada en los años de las primeras promesas de felicidad.
El río invisible
Por Cristina Siscar
Paradiso. 140 páginas, $ 248
D. G.



Variaciones postales, de Kazimierz Brandys
Epístolas a lo largo de los siglos



Las novelas epistolares -desde Pamela o la virtud recompensada, de Samuel Richardson, hasta Drácula y Frankenstein que, a veces, se olvida que lo son- suelen materializar una verdadera pugna entre lo público y lo privado. No sólo por la inserción de una práctica asociada más bien a lo íntimo en pleno terreno literario sino además porque la privacidad de esos mensajes suele impactar de manera profunda en la estructura de la ficción: es decir, la utilización en una novela de una correspondencia así como también de las entradas de un diario íntimo condiciona una trama de la misma forma en que lo hace la elección de un género o de un escenario.
Variaciones postales, del polaco Kazimierz Brandys (Lodz, 1916-París, 2000), tiene la misma mezcla de extrañeza y de atracción que puede generar la lectura de una misiva en pleno reinado de las redes sociales, ya con el mail, quizás, en una etapa declinante. En efecto, esta novela, publicada originalmente en 1972, es el primer libro de ficción de este escritor polaco en ser traducido al español, algo para celebrar si se tiene en cuenta el enorme caudal literario proveniente de Europa del Este que no suele llegar a este lado del mapa.
La novela está hilvanada en su totalidad por una serie de cartas escritas por los integrantes masculinos de la familia Zabierski en un período de tiempo que va desde 1770 hasta 1970. Con lo cual, además de rendir cuenta de las decisiones y reacciones de sus remitentes, así como también de cada contexto social e histórico, hay un destacado trabajo con el lenguaje puesto en práctica por Zabierski, cuya variedad de registros hace recordar por momentos a Boyhood, la película que el director Richard Linklater comenzó a filmar en el verano de 2002 y cerró casi diez años después con exactamente los mismos actores para poder darle literalidad al realismo y registrar nada más ni nada menos que el paso del tiempo.
Padres e hijos que se interpelan, cuestionan, responden, amenazan, ningunean y también expresan, a su manera, el amor. La crudeza de algunos de estos mensajes, que estructuran la narración a medida que son leídos por su destinatario, transforman la célebre Carta al padre de Kafka, casi, en un desfasado síntoma neurótico: desde un hijo que le cuestiona a su padre el supuesto interés que sólo muestra por él en forzadas cartas hasta el testimonio de un hombre que, a punto de morir de hambre, decide comerse su propia pierna amputada en un gesto de canibalismo tan inédito como irreversible.
En sus comienzos, Brandys no sólo se unió al Partido Comunista en la década del cincuenta y cuestionó con firmeza el valor del individuo sino que además fue uno de los representantes más férreos del realismo socialista (esa escuela que, a estas alturas, se lee casi como eufemismo de un desprecio), a tal punto que su tetralogía Entre guerras había ganado un reconocimiento unánime en la década de 1940. Sin embargo, cuando varios años después salieron a la luz los crímenes atroces de Stalin, el profundo debate intelectual del momento terminaría por impregnar sus más profundas convicciones. Brandys pasaría, como tantos otros defraudados, a la clandestinidad, y terminó por exiliarse en Francia en 1981, cuando Polonia decretó la ley marcial.
Aunque por momentos resulta un poco arduo, a tal punto que se trata de esos libros ideales para intercalar con otras lecturas, Variaciones postales es una formidable puerta de acceso a la obra de este gran lector de Sartre, que supo colocarse en un plano destacado pese a desatender sistemáticamente las vanguardias. Su obra es también una lograda síntesis literaria sobre una de las más grandes y fascinantes contradicciones políticas de la historia: "Yo moriré y conmigo se alejará mi verdad individual. Se la podrá tomar en cuenta sólo después de cierto tiempo. Cuando la Historia se seque y se pegue a la cultura, entonces se podrá aportar mi verdad, pero ya como arte".


VARIACIONES POSTALES
Por Kazimierz Brandys
Adriana Hidalgo. Trad.: Bárbara Gill 261 págs., $ 395

J. P. B.

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