“La carrera artística y la vida sexual de Gardel estaban estrechamente unidas, ya que los primeros lugares donde cantó fueron, precisamente, aquellos mismos burdeles en los que se había iniciado”
Carlos Gardel fue uno de los íconos más representativos de su época. En torno de su figura confluyeron elementos sociales tan diversos como antagónicos, que lo convirtieron en un verdadero fenómeno de su tiempo.
Por una parte, Gardel representaba a los sectores sociales más sumergidos que encontraban en el tango su forma de expresión, pero, por otra, personificaba el glamour de los años locos de aquella Buenos Aires con ínfulas parisinas fundada por la aristocracia porteña, tan afrancesada en sus mohínes.
De hecho, el triunfo artístico de Gardel en Estados Unidos y Francia le abrió al tango las puertas de los salones más lujosos de Buenos Aires.
Carlos Gardel fue el primer gran símbolo sexual masculino de la Argentina. Sin embargo la vida privada de Gardel transcurrió en la mayor de las reservas. Acaso este halo de misterio haya contribuido a la construcción del mito. Pero, como toda leyenda, la vida de Carlos Gardel, a falta de datos certeros, se vio oscurecida por los rumores, muchas veces rayanos en la calumnia.
Todo en Gardel aparece teñido por la sombra de la incertidumbre: desde su nacionalidad y su origen hasta sus preferencias sexuales; desde su estado civil hasta su hipotética paternidad, todo ha sido puesto en duda. Con frecuencia aparecen ligadas a Carlos Gardel una serie de preguntas misteriosas: ¿Dónde nació?¿Era argentino, francés o uruguayo?¿Le gustaban las mujeres, los hombres o ambos?¿Se casó alguna vez? ¿Tuvo hijos?
Todos estos interrogantes, que, desde luego, tienen respuesta, fueron los que, sumados a su incomparable talento y su carisma, colaboraron para convertir a un simple muchacho de barrio en un mito de dimensiones pocas veces alcanzadas en la historia argentina.
En cuanto a la pregunta por su nacionalidad, más allá de la polémica sobre el lugar en que nació, la respuesta hay que encontrarla en su propia obra: hasta donde sabemos, Gardel no compuso ningún tango titulado “Mi Tacuarembó querido”, ni dedicó ninguna canción a la ciudad de Toulouse.
La carrera artística y la vida sexual de Gardel estaban estrechamente unidas, ya que los primeros lugares donde cantó fueron, precisamente, aquellos mismos burdeles en los que se había iniciado.
A pesar de que en el barrio donde creció, el Abasto, había una gran cantidad de prostíbulos, Gardel y sus amigos solían ir a otros, mucho más alejados.
Por entonces, en las márgenes del Riachuelo, a uno y otro lado del Puente Alsina, existían numerosos locales con apariencia de cafetines que, en realidad, eran prostíbulos.
Estas excursiones no eran meras visitas amables; en rigor, el grupo que integraba Gardel era conocido como «la pandilla del Abasto».
En muchas ocasiones, estas salidas terminaban en durísimas peleas a trompadas o, llegado el caso, a punta de cuchillo. Como hemos dicho, el tango y la sexualidad compartían ámbitos y, muchas veces, temáticas comunes.
Si hasta antes de Gardel, el tango era visto por las clases acomodadas como una suerte de subcultura marginal y prostibularia, el rutilante éxito del cantante del Abasto en las capitales mundiales produjo una suerte de ascenso social del tango.
No sin cierto esnobismo, los niños bien, tan satirizados en las letras de los tangos, se mezclaban con las prostitutas polacas y se animaban a ensayar algún firulete en las pistas de baile.
Pero, por otro lado, el tango llegó a los barrios más acomodados: en la mismísima Recoleta se abrió el Palais de Glace, en Retiro el Royal Pigalle y, en el centro, el Armenonville. El tango fue para los Años Locos porteños lo que el jazz para los elegantes salones de Nueva York.
Por primera vez, los extremos de la pirámide social compartían espacios comunes. Nada de esto hubiese sido posible sin la carismática figura de Carlos Gardel.
Muchas veces se han puesto en duda las preferencias sexuales del Zorzal y, de hecho, aún pueden leerse comentarios sobre su presunta homosexualidad. Esto no presenta importancia alguna a la hora de considerar su talento de cantor, su inventiva poética ni, mucho menos, de emitir un juicio moral, pero nada indica que esos rumores fueran ciertos.
Sin embargo, una minuciosa búsqueda pudo llevarnos a establecer cómo se han originado estas versiones. José María Aguilar, uno de los guitarristas que, junto con Guillermo Barbieri, abuelo de Carmen Barbieri, creo, acompañó a Gardel en la mayor parte de sus giras, protagonizó un incidente que habría de costarle el despido.
En 1931, durante una de las giras entre París y la Costa Azul, al final de un concierto, Aguilar entró en el camarín de Gardel y le hizo saber que había dos mujeres que los estaban esperando para salir juntos. Gardel, discreto como era, prefirió declinar la invitación. El guitarrista, enojada por haberle arruinado el programa, le recriminó a Gardel la falta de hombría y, delante de otros integrantes de la orquesta, se atrevió a poner en duda sus preferencias sexuales.
El exabrupto le costó caro: en ese mismo momento Gardel lo despidió. Es probable que el guitarrista, resentido, se haya dedicado a difundir su versión sobre la sexualidad de Gardel y tratándose de uno de los músicos más allegados al cantor, estas murmuraciones hayan ido ganando crédito hasta convertirse en un relato verosímil.
Pero lo cierto es que, desde muy joven, Carlos Gardel tuvo amoríos con mujeres de diferente condición, extracción social y edad, al mismo tiempo que frecuentaba los piringundines, digamos así, de Alsina.
A los dieciséis años, Gardel conoció a quien habría de ser su primera novia: Carolina Angelini. Y esa historia es increíble
En este sentido, Gardel es la materialización, la encarnación misma del tango. Tenía la misma fuerza sensual del tango: atraía con la potencia de la sensualidad y hacía ruborizar a las mujeres elegantes con el encanto de lo prohibido”
Ayer empezamos a hablar de una figura tan emblemática como fascinante de nuestra cultura, que tuvo y tiene una proyección internacional muy importante: El Zorzal, Carlos Gardel.
Habíamos llegado a principios del siglo 20 cuando siendo un adolescente Gardel comenzó un noviazgo con Carolina Angelini. Corría el año 1903. Ella vivía en el Abasto, en Corrientes 1551, correspondiente a la vieja numeración, muy cerca de la casa de él. Carolina tenía por entonces sólo trece años. Sin embargo, apenas un par de cuadras más allá, en Corrientes 1726, vivía Margarita Prettera, a quien algunos señalaban como su «verdadera novia». ¿Quién fue la auténtica primera novia de Gardel?
Tal vez esta pregunta se la hayan formulado las mismas interesadas o, acaso, la una jamás supiera de la existencia de la otra. Pero si se aúnan los diferentes testimonios, se puede concluir que, entre 1903 y 1910, el Zorzal salía con Carolina y con Margarita. Y con muchas otras. Carlos Gardel, ejercía una gran atracción sobre el sexo opuesto: Gardel fue el primer gran símbolo sexual de los argentinos.
Por regla general, un hombre se convierte en ícono por obra de sus seguidores: son ellos quienes construyen la leyenda a partir de distintos relatos y, sobre todo, de diversas representaciones. Pero en el caso de Gardel, él mismo fue el artífice y constructor de aquella imagen mítica que, junto con el obelisco y los puentes de la Boca, convirtió en una suerte de advocación de Buenos Aires.
En efecto, la figura de Gardel es Buenos Aires. Sin embargo, aquella imagen tantas veces reproducida fue el fruto de un intenso trabajo cotidiano: Carlos Gardel se construyó a sí mismo y a costa de un enorme esfuerzo. Si cantar era para él un don completamente natural, mantener su figura le demandaba una enorme cantidad de imposiciones.
Gardel tenía una complexión robusta, por momentos excesiva; su tendencia a la obesidad –registrada en varias fotos– lo obligaba a someterse a constantes ejercicios físicos, dietas e incluso medicamentos.
Por otra parte, su pulcritud era proverbial. Desde el pelo, siempre engominado y brillante, hasta las uñas de los pies, todo en su aspecto estaba puntillosamente cuidado. La célebre sonrisa gardeliana, tan emblemática como la de La Gioconda, era el resultado de largas sesiones cosméticas que incluían rouge, maquillaje y retoques fotográficos. A donde fuera, siempre llevaba consigo un nécessaire que incluía instrumentos para cada parte del cuerpo.
En cuanto a la ropa, su cuidado era tal que, aun los días en que no tenía función, podía cambiar de vestuario tres o cuatro veces. Iba a la peluquería en forma cotidiana para que lo afeitaran, le hicieran fomentos y le aplicaran toalla caliente.
Muchos han definido a Carlos Gardel como un dandi; sin embargo, había en la figura del dandi una cierta natural elegancia. El dandi nacía dandi, era un hombre de mundo, hablaba el francés con la misma espontaneidad que el castellano y se movía en sociedad como pez en el agua. A Gardel, en cambio, procedente de una cuna sumamente pobre, habiendo crecido en el muy humilde barrio del Abasto, la exquisitez propia del dandi no le fue dada por el abolengo. Al contrario, el encanto de Carlos Gardel no surgía de ocultar sus orígenes, sino de exhibirlos con orgullo, de mostrar su linaje reo, exaltar su tono lunfardo y demostrar que se podía llegar a lo más alto desde el arrabal.
En este sentido, Gardel es la materialización, la encarnación misma del tango. Tenía la misma fuerza sensual del tango: atraía con la potencia de la sensualidad y hacía ruborizar a las mujeres elegantes con el encanto de lo prohibido. Carlos Gardel supo sintetizar en su propia persona y en su imagen todos los elementos constitutivos del tango. De manera que esta dualidad entre lo profundamente viril, marcado por el decir lunfardo y arrabalero por una parte, y ciertas pinceladas femeninas como las dietas, el maquillaje y hasta el rouge, por otra, estaban presentes también en el origen del tango, nacido como un baile entre hombres.
Entre los romances que le atribuyeron a Gardel encontramos los nombres de las mujeres más significativas de su época: Olinda Bozán, Azucena Maizani, Trini Ramos, Juana Larrauri, Elisa Montero, Elena Fernández, Andrea Morand, Alicia Coccia, Loretta Darthés, Ada Falcón, Perla Greco e Ivonne Guitry (la que inspiró el célebre tango de Pereyra y Cadícamo, Madame Ivonne).
Cuánto hay de cierto y cuánto pertenece a la leyenda es materia discutible, aunque ciertamente árida. La novia histórica de Carlos Gardel fue Isabel del Valle, con quien estuvo desde 1920 hasta 1934. Fueron catorce años tormentosos, con idas y vueltas, rupturas y reconciliaciones constantes.
Isabel, hija de un ferroviario, era una cantante que nunca pudo alcanzar el éxito en su profesión ni en su máxima aspiración: casarse con Gardel. Sin embargo, todas las mujeres que estuvieron de una u otra forma con el Zorzal debían saber que era aquélla una empresa destinada al fracaso.
En la última entrevista que dio Gardel antes de que su avión se estrellara en la pista del aeropuerto de Medellín, publicada en el diario El Nacional de Bogotá del 18 de junio de 1935, el Zorzal hizo pública su visión sobre el matrimonio:
–¿Es Ud. partidario del divorcio? –interrogó el periodista.
–No; no soy partidario del casamiento –sentenció terminante Carlos Gardel.
Y así, llegamos al triste final de la historia; ya lo conocemos todos. Nuestro Zorzal falleció en el aeropuerto de Medellín el 24 de junio de 1935, y así quedó para siempre el mito y esa voz única que no sólo llegó intacta hasta nuestros días, sino que cada día… canta mejor.
F. A
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