“Lola Mora padeció lo mismo que muchos otros artistas argentinos: su obra sufrió el castigo por los supuestos pecados del autor y, a la inversa, su nombre fue vapuleado por el carácter provocativo de su obra.”
“Cuántas veces nos detuvimos a mirar los detalles de la Fuente de Las Nereidas, ahí en costanera sur, y nos preguntamos cómo habrá sido la vida de Lola Mora, esa mujer que a fines del siglo XIX y principios del XX talló el mármol con sus propias manos dejándonos una obra tan maravillosa y potente.
Lola Mora tal vez sea la artista plástica más notable que haya dado este país. Y hoy quiero traer la apasionante historia de Dolores Mora de la Vega, que ese el nombre completo.
Las polémicas y escándalos alrededor de su vida y su obra son muchísimos; atacada desde distintos sectores, en algunos casos opuestos entre sí, fue objeto de diversos reproches por sus esculturas cargadas de una sensualidad pagana, contraria a la iconografía promovida por la Iglesia Católica.
Lola Mora también fue acusada por los presuntos «excesos» de su vida privada de la que, en rigor, bastante poco se sabía.
Sin embargo, Lola Mora, una artista excepcional, no obtuvo, tampoco, el favor ni el afecto de los sectores progresistas a causa de su cálida relación con el general Julio Argentino Roca.
Lola Mora padeció lo mismo que muchos otros artistas argentinos: su obra sufrió el castigo por los supuestos pecados del autor y, a la inversa, su nombre fue vapuleado por el carácter provocativo de su obra. Una costumbre argentina, por cierto, muy extendida.
Lola Mora nació el 17 de noviembre de 1866 en la finca El Dátil, departamento de La Candelaria en la provincia de Salta, pero fue inscripta y bautizada en la iglesia de San Joaquín, en la localidad de Trancas, provincia de Tucumán. Más allá de cuestiones administrativas, lo cierto, es que ella siempre se consideró tucumana.
El escándalo la acompañó desde su más tierna infancia, cuando, al morir su madre, Regina Vega, se hizo público el hecho de que además de los cinco hijos que tuvo con su marido Romualdo Mora, tenía un hijo natural con otro hombre.
Basta imaginarse lo que significaba semejante cosa en aquella época y en un pueblo chico del interior.
Al dolor de la muerte temprana de su madre y, al poco tiempo, de su padre, se sumó la condena pública de la sociedad que, por lo bajo, llamaba a los huérfanos «hijos de mala madre». Este estigma determinó su carácter rebelde.
Hubo un hecho en la vida de Lola que marcó su vocación: cuando ella tenía veinte años llegó a Tucumán un prestigioso maestro de pintura italiano: Santiago Falcucci.
Lola, se acercó tímidamente al artista para mostrarle sus dibujos. Esperaba la opinión del maestro como si se tratara de una sentencia de vida o muerte.
Falcucci no solamente le dijo que tenía un gran potencial, sino que la admitió como discípula. En poco tiempo, Lola se convirtió en su mejor alumna. Sin embargo, un hecho lamentable habría de empañar su entusiasmo: Lola Mora presentó sus primeras obras en una exposición organizada por la Sociedad de Beneficencia de Tucumán, pero, habida cuenta de su pasado familiar marcado por la «indecencia» de su madre, la fundación decidió rechazar sus cuadros con un argumento humillante:
“La Srta. Mora no armoniza con el apellido de las demás expositoras.”
Lola Mora estaba indignada. El maestro Falcucci, en un gesto valiente y desafiando a la poderosa fundación, salió en defensa de su discípula: si no aceptaban la obra de Lola, retiraría la de todos sus alumnos. También sus compañeros mostraron una conducta ejemplar al solidarizarse con Lola.
Fue aquélla la primera y decisiva gran victoria de Lola Mora contra la prepotencia del poder ya que, al fin, le permitieron exponer sus cuadros. Pero más temprano que tarde le harían pagar caro su osadía.
Todavía no había concluido la muestra, cuando empezó a circular el rumor de que la encendida defensa de Falcucci hacia Lola tenía un fundamento dudoso: tal vez, decían, la relación que los unía no fuese sólo la de un maestro con su alumna. La obra de Lola era juzgada ya no con la vara de la estética, sino con la balanza adulterada de la moral.
Dos años más tarde Lola Mora decidió redoblar la apuesta contestando a los rumores sobre su vida privada con una nueva y elocuente producción artística; presentó para la exposición los retratos de los sucesivos gobernadores de Tucumán. La obra, desde el punto de vista artístico, era sencillamente deslumbrante; y aunque alguien se hubiese atrevido a poner en duda aquel pincel magistral, nadie se habría animado a rechazar una muestra con tan insignes retratados. ¿Qué iban a decir ahora las damas de la sociedad, que la pintora se había acostado con todos los mandatarios de la provincia?
Lola Mora descubrió que para poder abrirse camino en el tortuoso mundo del arte había que moverse con inteligencia. Fue una jugada maestra: no sólo consiguió exponer nuevamente en el salón de la Sociedad, sino que el gobierno provincial compró la colección completa, pagando a la autora una suma formidable para la época: cinco mil pesos.
Aquella venta le permitió a Lola Mora dar el primer gran salto de su carrera.
Ella sabía que para poder avanzar debía seguir estudiando, perfeccionado sus técnicas y abrirse a otras disciplinas. Dolores Mora de la Vega resolvió entonces viajar a la meca del arte: Italia.
Esta es apenas la introducción que nos acerca a la vida de esta artista formidable que hasta hoy no se ha valorado en su verdadera dimensión.
F. A.
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