lunes, 26 de diciembre de 2016
TRISTES HISTORIAS DE VIDA
María Luz Arellano tiene 37 años y vive en La Plata. En 2005, se graduó de bióloga en la Universidad Nacional de esa ciudad. Casada con un científico, con dos hijos y embarazada del tercero, se dedicó a estudiar un hongo que está causando la desaparición de especies enteras de ranas y en 2013 se doctoró. Hace un año se había presentado a la carrera del investigador del Conicet, pero no fue aceptada. Tuvo que tomar horas de docencia mientras intentaba seguir asistiendo al laboratorio para no quedar "fuera del sistema". Este año insistió y creyó que había tenido suerte, pero a pesar de haber sido recomendada, hace unos días se enteró de que quedaba afuera por recorte de cupos.
Alejandro Rascovan (33) es doctor en Ciencias Políticas por la UBA y la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París. Hizo su maestría en Francia y su doctorado en la Argentina con una beca francesa. Después de trabajar cinco años ad honorem en la UBA, logró ganar un cargo de ayudante simple por 3700 pesos mensuales mientras hace el posdoctorado. Quisiera presentarse a la carrera del investigador en febrero, pero las actuales circunstancias no son propicias, y menos en las Ciencias Sociales. "En el Estado no hay concursos y el vínculo con empresas, en el tema en que uno trabaja, es difícil -comenta-. Muy pocas universidades tienen lugares para docentes investigadores. El Conicet es la única salida."
Guadalupe Suárez (32) es becaria doctoral del Conicet en Ciencias Biomédicas y ya está pensando seriamente en irse del país. "Obviamente, quiero hacer ciencia acá, en mi país y para mi gente -desliza-. Pero son muchos años invertidos en una formación muy específica y si no están dadas las condiciones?"
Leonardo Leggieri vive en San Martín de los Andes; es uno de los dos investigadores del Conicet de esa ciudad de 40.000 habitantes. Tiene 35 años y una nena de cinco. Se doctoró en la Universidad del Comahue y se posdoctoró estudiando biomarcadores moleculares en la trucha arcoiris para la detección de contaminación por petróleo.
Nieto de españoles e italianos, lleva casi 15 años de formación y, por estar radicado en una zona geográfica prioritaria, araña los 24 mil pesos mensuales. Tuvo evaluaciones positivas, pero a pesar de que su proyecto es el estudio de genética de guanacos en poblaciones silvestres para aprovechar la fibra, una iniciativa muy ponderada, tampoco ingresa. "Ya una vez estuve desempleado durante seis meses -cuenta-. Me cansé de repartir mi CV y los únicos trabajos que conseguí fueron de pintor de casas y de jardinero. Ambos se me dan bien, pero no alcanzan para subsistir. Lo digo para que se entienda cómo puede concluir media vida de estudios e investigación."
Jonatan Gómez viene de un hogar complicado y ansiaba con desesperación avanzar socialmente para librar a su mamá de la violencia familiar. Estudió Biología con una beca de unos trescientos pesos, que sólo le alcanzaban para fotocopias y un pebete. Se recibió en 2010. Logró una beca doctoral de la Conae y creyó tocar el cielo con las manos. Pero le faltaba doctorarse. En el medio, a su madre le diagnosticaron cáncer de mama. A pesar de haber tenido que enfrentar dos inundaciones del arroyo Gutiérrez, se doctoró en 2015, a los 29. "Tenía todo para entrar al Conicet -dice-. Tenía todo para poder poner la torre de agua en mi casa y dejar de arrastrar baldes. Tenía todo para ayudar a mi vieja. Tenía todo para cumplir mis sueños. Pero mi madre se enfermó. Metástasis. Hace unos días, al recibir los resultados de ingreso a la carrera pensé: «¡Una buena noticia, por favor!». Cerré los ojos y volví a abrirlos. «Recomendado, pero desaprobado». Algo anda mal -murmura-. La movilidad social es una mentira. O tal vez sea mentira solo para mí."
Todos estos chicos podrían ser mis hijos. O los suyos. Si cabe, felicidades para ellos. Para todos.
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