domingo, 18 de diciembre de 2016
NO HAY MEJOR IDIOTA QUE EL QUE SE HACE
Cuando saber es una obligación
No lo sabía, dice el arzobispo de Mendoza. No lo sabíamos, repite su vocero. No lo sabíamos, dicen en la Dirección General de Escuelas, en Salud, en Desarrollo Social, en la Justicia. No lo sabíamos, empiezan también a decir en La Plata, desde que se informó que Nicola Corradi, uno de los curas detenidos ahora en Mendoza por abusos sexuales contra los alumnos del Instituto Próvolo para chicos sordos, había recalado primero en la sede platense del establecimiento, adonde llegó desde Italia después de un escándalo por pederastia. Él y su cómplice en Mendoza, el también sacerdote Horacio Corbacho, se habían desempeñado antes en La Plata, y a juzgar por las denuncias que está recibiendo la fiscalía de esa ciudad, también allí, antes de ser trasladados a Mendoza, habrían cometido delitos.
No lo sabíamos, no lo sabíamos, no lo sabíamos, se escucha.
¿Alcanza con decir eso? Cuando se tienen semejantes lugares de responsabilidad, ¿saber no es una obligación?
Desde que la Justicia detuvo a dos sacerdotes y tres empleados de ese establecimiento mendocino, en el arzobispado y en los distintos niveles del estado provincial con responsabilidades sobre lo ocurrido, todos empezaron a hacen público su compromiso en averiguar qué fue lo que falló. Algo parecido se escucha desde La Plata y se puede leer entre líneas en el comunicado de la Conferencia Episcopal Argentina, que anteayer reaccionó ante el escándalo con una serie de medidas largamente esperadas que prometen ajustar clavijas internas para poner orden.
Haremos una investigación, un sumario interno, una auditoría, haremos nuevos protocolos, nuevas guías de acción, se escucha en todas las oficinas ahora, después de tanto tiempo con el problema silenciado.
Ojalá. Ojalá cale hondo la vergüenza. Ojalá que el sentimiento de culpa que hoy arrasa el ánimo de tantos padres estafados se traslade de las casas a los escritorios de los clérigos y los funcionarios. Ojalá la pesadumbre que se percibe en algunos despachos -junto con la a veces indisimulable ansiedad por sacarse la papa caliente de encima- logre superar la mordaza de los lazos corporativos.
Que la justicia de Mendoza no proteja a la fiscal que hace ocho años recibió la denuncia de una mamá del Próvolo y en un año y medio no había citado a ninguna víctima a declarar. Que la Dirección General de Escuelas se atreva a revisar el trabajo de los docentes, directivos e inspectores que no vieron ni escucharon nada. Que los responsables de Salud y Desarrollo Social de la provincia analicen en serio dónde falló el procedimiento que debería haber evitado lo que pasó. Que las autoridades eclesiásticas de La Plata expliquen cómo es que no tenían información. Ojalá que Bergoglio, además de grabar un mensaje navideño para niños sordos, justo en este momento, pueda asegurarles que nunca más van a estar en peligro cuando sus padres los confíen al cuidado de un sacerdote.
Ojalá que la Iglesia pase de una vez por todas de la retórica a los actos y termine con la estrategia del traslado que protege y encubre a sus sacerdotes acusados.
O mejor: ojalá que la sociedad argentina empiece a exigir ante sus representantes que los delitos cometidos por miembros del clero sean siempre investigados por la justicia ordinaria, que no exista la opción de ampararse en el derecho canónico, con procedimientos internos y opacos, o en tribunales eclesiásticos, muy lejos de la igualdad ante la ley.
C. A.
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