viernes, 23 de diciembre de 2016

SIMPLE O COMPLEJO PERO NO PRETENDAMOS LA CERTEZA


Una simple frase puede revelar una historia. Será por eso que cuando estoy en lugares públicos, por ejemplo la mesa de un bar, mi oreja se escapa tras las conversaciones ajenas. Aquellas que uno puede escuchar sólo a medias son las mejores. "Mañana lo voy a dejar", le dice una mujer a su amiga, y entonces el libro que estamos leyendo se nos cae de las manos. Queremos saberlo todo, incluidos los detalles, pero en medio del ruido que hay en el lugar -otras voces, un pedido que canta el mozo, el tintineo de cucharitas y pocillos- llegan hasta nosotros sólo palabras sueltas y expresiones deshilvanadas que vamos conectando entre sí con ayuda de la imaginación.
Ahora la gente conversa por WhatsApp. Esas frases ajenas que nos dejan a la expectativa llegan por escrito. Lo comprobé el sábado pasado, ya bien entrada la tarde, mientras hacía la cola ante la única caja del minimercado de mi barrio. Delante de mí esperaba una mujer hermosa que llevaba un frasco de aceitunas en la mano. Tenía un aspecto juvenil y una edad difícil de determinar, pero sin duda había llegado a ese momento en que uno siente que dobla la curva de la mitad de la vida. De pronto, sin advertirlo, abrió su WhatsApp ante mis narices. Sin intención, lo juro, como si apoyara los ojos en el diario que despliega el vecino, no tuve más remedio que leer en la pantalla de su celular lo que ella misma estaba leyendo: "Hoy podemos empezar a ser felices!"



Cuando llegó a la caja, la mujer sumó a su compra uno de los vinos más caros en exhibición. Lo eligió con cuidado, con ayuda del dueño del local. Supe entonces que esa misma noche iba a descorchar esa botella junto a quien le había enviado, hacía apenas segundos, aquel mensaje. Supe también, por su expresión, por su aire reconcentrado pero distendido, que ella le ponía más de una ficha al pronóstico o al deseo que ese mensaje contenía. La frase podía sonar remanida o gastada en una canción, pero aparecida de la nada en medio de una anodina tarde de barrio, en el mundo real, en la vida concreta de la mujer que me antecedía en la cola del mercado, tuvo un efecto transformador. De pronto la vida estaba llena de posibilidades. Incluida la de ser feliz. Al menos había dos que lo iban a intentar, al parecer. Y uno de ellos era esta mujer hermosa que compraba un buen vino para celebrar una ceremonia secreta que acaso podía ser el inicio de algo. "Hoy podemos empezar a ser felices!"



No había conversación que seguir, en este caso. No había en el aire palabras sueltas que atrapar. Pero no hacían falta. La historia estaba cifrada en aquella frase de seis palabras que, al mismo tiempo, dejaba mucho espacio para la imaginación. ¿Por qué "hoy"? ¿Acaso suponía un "ayer" que podía quedar definitivamente atrás esa noche de sábado? En ese caso, ese ayer bien podía ser compartido, como el de una pareja con historia previa que, para recomenzar, se propone abandonar el lastre de peleas y desencuentros. El "podemos" reforzaba la presunción de que se trataba de dos que, juntos, se decidían a superar algún obstáculo preexistente. Todo amor que recién se inaugura es proclive a la ingenuidad y la omnipotencia. Si éste fuera el caso, el mensaje habría sido distinto. Apenas distinto: "Hoy empezaremos a ser felices!"
Acomodé mis compras en el auto convencido de que aquel mensaje, correspondido con la compra de una botella de vino, enlazaba los nuevos votos de dos que habían atravesado juntos valles y hondonadas. Pero de pronto pensé que ese "hoy podemos" sugería también un obstáculo removido que involucraba sólo a uno de ellos, el del mensaje, que se había atrevido a dar el paso decisivo que lo separaba de su propio pasado para poder vivir el presente de este amor.


Y, sin embargo, lo más ambiguo de todo en esa frase tan ambigua era ese propósito de ser felices. ¿A qué felicidad estaban invitando a esa mujer tan resuelta que se entregaba al menos a la promesa de una gran noche? ¿Y qué felicidad vislumbraba esta mujer cuando decidió llevar, además de las aceitunas, una botella del mejor vino que aquel minimercado podía ofrecer?
Esa mujer, esa frase, me dejaron lleno de preguntas. Se me ocurre que ella también estaba llena de preguntas y de incertidumbres, acaso también de miedos, más allá del aplomo que transmitía. No puedo saber si esa cita fue o será el principio de algo nuevo para ella. Le deseo la felicidad eterna, pero tampoco estaría mal que le hubiera durado una noche. De algún modo, ella está salvada. Estar vivo es creer que la felicidad, en alguna de sus muchas encarnaciones, puede estar a la vuelta de la esquina.

H. M. G. 

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