miércoles, 15 de febrero de 2017

MÁS ALLA EN EL TIEMPO


Como la muerte personificada por Jessica Lange en el film de Bob Fosse All that jazz, lo abismal ejerce sobre nosotros una endiablada ambivalencia. No nos inclinamos sobre la baranda de un balcón elevado porque el vacío nos produce miedo y fascinación.
Algo similar sucede con el océano, a un tiempo temible y seductor. Y con el cosmos, cuya insondable inmensidad da vértigo. No sorprende que nuestros ancestros, que tuvieron el privilegio de observar el espectáculo del cielo en todo su esplendor, sin la interferencia de edificios y luces de grandes ciudades, hayan ubicado en esos confines inabarcables la morada de divinidades varias y seres sobrenaturales.


Ahora sabemos que en ese escenario aparentemente estático nada está quieto y que todo se rige por una coreografía de precisión geométrica. Precisamente, entre las piruetas celestes que más cautivan a la humanidad desde el comienzo de los tiempos están los eclipses, ocasiones en las que la Luna, la Tierra y el Sol se alinean de tal modo en su rumbo espacial que interfieren la visión de una o del otro. Las historias que se imaginaron para explicarlos nos acompañan desde hace siglos. "En la China antigua se creía que un dragón invisible devoraba el Sol -cuenta el astrofísico Alejandro Gangui en Entre la pluma y el cielo. Ensayos e historias sobre los astros (Fondo de Cultura Económica, 2016)-. Se desataba un fragor de tambores y miles de arqueros de la corte disparaban sus flechas hacia el firmamento para así aterrorizar a la bestia y restablecer la luz del día." En Vietnam era una rana gigantesca; en Serbia, un mítico hombre lobo; en Siberia, un vampiro, y para los guaraníes de lo que hoy son la Argentina y Paraguay, yaguá hovy, un jaguar mitológico.
En El rey Lear, Shakespeare le hace decir a uno de sus personajes que los eclipses nada bueno presagian: el amor se entibia, la amistad se extingue, se dividen los hermanos; en las ciudades se producen rebeliones; entre los Estados surgen discordias, y traición en los palacios.
Esperemos que sean solamente figuras literarias, porque esta noche, precisamente, se producirá un eclipse penumbral de Luna, un fenómeno que, aunque muy tenue, sólo se registra tres veces por siglo. Como el diámetro del Sol es 109 veces mayor que el de la Tierra, ésta proyecta un cono de sombra (umbra) convergente y otro de penumbra divergente. El eclipse penumbral se produce cuando la Luna se desplaza por esa zona y sólo experimenta un sutil oscurecimiento de su superficie.
Según el Observatorio Astronómico de Córdoba, el show comienza a las 19.34 y termina a las 2.53 de mañana. El efecto visual es tan suave que casi no se advierte hasta que nuestro satélite natural ingresa decididamente en la penumbra terrestre, unos 90 minutos antes de que el eclipse esté en su máximo.


Pero el realmente impactante, a tal punto que un equipo del Planetario de La Plata viajará a capturarlo con sus cámaras, se producirá el 26 de este mes. Los afortunados que se encuentren ese día en Chubut, en la franja que pasa por el cruce de las rutas 26 y 40, podrán disfrutar en toda su magnificencia de ese eclipse anular de Sol, en el que la Luna se deslizará lentamente por delante de nuestra estrella hasta quedar totalmente negra y rodeada por un anillo brillante.
Aunque todos cautivan nuestra imaginación, los insuperables son los totales de Sol. "En plena luz del día, en cuestión de minutos, la luz ambiente se desvanece con velocidad y el paisaje pierde nitidez, sumergiendo a la naturaleza en un vibrante azul oscuro metalizado", escribe Gangui. Baja la temperatura, y las flores y aves se comportan como si hubiera llegado la noche.
Salvo para los astrónomos, y para los controladores de satélites, los eclipses no tienen más trascendencia que la de abrir durante unos instantes el telón del universo y dejar al descubierto la danza de las esferas. Tal vez sea eso lo que los hace irresistibles...

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