domingo, 23 de abril de 2017

HISTORIAS DE NUESTRA PATRIA


¿Reino inca, monarquía o yunta de bueyes?
 “Durante los años posteriores a la Revolución de Mayo, cuando todavía no estaba decidido cuál habría de ser nuestra forma de gobierno, la Argentina estuvo a punto de ser una monarquía independiente”



Repetimos todos los días que somos una República. Sobre todo, en estos tiempos en los que parece que hay que recordárselo a varios que, admiten no ser democráticos ni les importan las instituciones. Ahora bien, que seamos una República no es un hecho dado por la naturaleza ni por el destino.
Durante los años posteriores a la Revolución de Mayo, cuando todavía no estaba decidido cuál habría de ser nuestra forma de gobierno, la Argentina estuvo a punto de ser una monarquía independiente.
En 1814 Belgrano y Rivadavia partieron a Inglaterra con una misión descabellada: buscar un rey que gobernara el país. Guiados por los vientos políticos europeos que propiciaba la instauración de las “monarquías legítimas”, Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia salieron en busca de un rey que se dignara a darnos gobierno.
Ya en Londres, de reunión en reunión y durante una de las recepciones que los anfitriones brindaran a nuestros representantes, se acercó a Manuel Belgrano una francesa tan bella como audaz, que se presentó como mademoiselle Pichegru y aseguraba ser hija de un ilustre cortesano.

Belgrano quedó encandilado por esta sensual señorita, quien, haciendo alarde de sus contactos, prometió al general colaborar con su gestión para encontrar un rey. La misteriosa dama era dueña de una figura imponente y un aire de femme fatale. Belgrano y mademoiselle Pichegru mantuvieron varios encuentros “oficiales”, destinados, supuestamente, a facilitar la crucial misión. Pero tan supuesto era el carácter de estas reuniones, que nuestro prócer se olvidó por completo de su anhelada monarquía mostrándose más proclive a indagar en el lugar del origen de la menarquia de su nueva amiga.
La historia no ha dejado registro de las actividades de Rivadavia, aunque es de suponer que se habrá aburrido bastante. En cuanto a Belgrano, se sabe que la mayor parte de su tiempo en Londres la pasó encerrado en una alcoba con su “gestora” francesa. De hecho, podría afirmarse que las relaciones bilaterales de Belgrano acabaron con éxito… Aunque rey no consiguió.
Ahora bien: ¿qué hubiera ocurrido si en lugar de toparse con una alegre damisela, Belgrano hubiera encontrado al rey que fue a buscar? Quizás en lugar de una República, Argentina habría sido una monarquía. Proyecto que, afortunadamente, murió antes de nacer gracias a las artes amatorias de la amiga francesa de Manuel Belgrano.
Pero la historia no terminó en Europa.
La francesa no se olvidó de Belgrano y como no tuvo más noticias de él, se apareció por estas costas en 1816 a buscar a su galán… ¡escopeta en mano!
Impulsada por el grato recuerdo de aquellos apasionados días londinenses, mademoiselle Pichegru llegó a Buenos Aires para reencontrarse con aquél fogoso general que había conocido en 1814. Como un adolescente celoso de las conquistas de su compañero, Mariano Moreno dejó para la posteridad su opinión sobre la Pichegru en boca de su sobrino: “No era bonita ni hermosa, era airosa y provocativa al caminar, lo que se agrava con la moda de llevar muy corto el vestido y muy ceñido al cuerpo”. Y sigue: “Escopeta en mano, se entretenía en bajar a tiros a las palomas de los canónigos, pacíficas inquilinas de la cúpula y cornisas de la Catedral”.
Lo cierto es que Belgrano tenía la excusa perfecta para escapar de su acosadora: debió partir de urgencia al Congreso de Tucumán sin hacer tiempo a concederle un encuentro. La francesa mandó decirle que el motivo de su visita era reanudar la misión que iniciara tiempo atrás en Londres para conseguir un rey. Pero Belgrano ya no estaba interesado en ninguna de ambas cuestiones, ni en la monarquía europeizante ni en la cortesana; claro que para los códigos de galantería de la época era mucho más caballeroso renunciar a un monarca que a los embates de una dama. De modo que Belgrano se pronunció sobre el primero de los asuntos para responder, elípticamente, al segundo. En efecto, en el acta de la sesión del Congreso de Tucumán del mes de julio de 1816, se lee:
“El citado general Belgrano expuso todo lo que sigue: que había acaecido una mutación completa de las ideas en Europa en lo respectivo a forma de gobierno: que como el espíritu general de las naciones en años anteriores era republicano todo, en el día se trataba de monarquizar todo, que conforme a estos principios en su concepto la forma de gobierno más conveniente sería la de una monarquía atemperada, llamando a la dinastía de los Incas, por la justicia que en sí devuelve la restitución de esta casa inicuamente despojada del trono.”
Aunque parezca inceríble, después de buscar un rey en Europa, se llegó a barajar la posibilidad de restituir el Imperio Inca y someterse a sus dictados. Como excusa para escaparse de una loca que venía escopeta en mano persiguiendo a Belgrano desde Francia era un tanto excesiva. Sin embargo, llegó a ser un verdadero proyecto político avalado por San Martín y Güemes, quienes se mostraron partidarios de conformar la Unión de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Chile y Perú, bajo la autoridad del Reino Incaico.
Tomás de Anchorena, espantado ante semejante alternativa, proclamaba con sarcástica xenofobia que los porteños no estaban dispuestos a dejarse gobernar “por uno de la casta chocolate”. Por suerte para Anchorena, por entonces no existía el INADI.
A instancias de fray Justo Santa María de Oro, los delegados decidieron postergar la definición sobre la forma de gobierno y avanzar hacia la declaración de la Independencia.
Así las cosas, mientras mademoiselle Pichegru iba tras los pasos de Belgrano, el general, en su huida, el 9 de julio de 1816 declaraba la Independencia en Tucumán.
Evidentemente, Manuel Belgrano temía menos a la amenaza de los ejércitos realistas que a la certera puntería de su amante francesa, quien, bajando a escopetazos a las palomas de la Catedral, demostraba el poderío bélico del que puede ser capaz una mujer que, sin saberlo, cambió el destino del país.

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