jueves, 20 de abril de 2017

LA VERA HISTORIA DE HUMBOLDT Y BONPLAND



Hace algunos meses, la profesora de historia del diseño Andrea Wulf recibió el prestigioso premio de la Royal Society al libro científico del año por La invención de la naturaleza (Taurus), dedicado a
Alexander von Humboldt, un talento multifacético que incursionó en la antropología, la física, la zoología, la climatología, la oceanografía, la astronomía, la mineralogía, la botánica y la geología, y que es considerado el "padre de la geografía moderna". A pesar de eso, sostiene Wulf, hoy es casi ignorado en los ámbitos académicos.
En su apasionante relato, Humboldt es un visionario que a comienzos del siglo XIX concibe la naturaleza como el tejido de la vida y postula el cambio climático inducido por los seres humanos. A los 30, después de la muerte de una madre severa y dominadora, invierte la fortuna familiar en un viaje de exploración de cinco años (1799-1804) que lo llevaría a recorrer parte de América del Sur, Centroamérica y los Estados Unidos armado de los instrumentos más modernos de su tiempo, desde telescopios y microscopios hasta brújulas (42 en total, todos protegidos en cajas forradas de terciopelo). Recorrió 10.000 kilómetros a lo largo de los cuales visitó el Orinoco, remontó el río Magdalena (Colombia) y ascendió a picos de más de 5000 metros en los Andes, y en los que recopiló datos sobre el clima, los recursos naturales, la orografía, la flora y fauna de la región, estudió los volcanes de Ecuador y realizó el primer censo nacional de "Nueva España" (que incluía al actual México, entre otros territorios).
Los textos sobre su periplo americano (libros científicos, atlas, tratados de geografía y economía, además de la crónica de sus viajes) están compilados en treinta volúmenes que fueron best sellers de su época y tuvieron enorme influencia. Se dice que Darwin jamás hubiera abordado el Beagle si no hubiera leído a Humboldt. Se lo entronizó como "el Napoleón" y "el Shakespeare" de la ciencia.
Pero lo que llama la atención es el poco interés que merece en el libro de Wulf un personaje singular que lo acompaña durante toda esta aventura y es coautor de una de sus obras principales, Voyage aux régions equinocciales du noveau continentfait en 1799 -1804.
Su nombre es Aimé Jacques Alexandre Goujaud, pero fue conocido como Aimé Bonpland.

Dos investigadores argentinos, Pablo Penchaszadeh y Miguel de Asúa, ya habían reparado en él en 2010. Recuperaron su historia en el maravilloso El deslumbramiento. Aimé Bonpland y Alexander von Humboldt en Sudamérica (edición del Conicet). Allí destacan que, como acompañante de Humboldt, reunió un herbario de 60.000 plantas, 6000 de las cuales eran desconocidas en Europa, y una notable colección de insectos.
Lo singular de su caso es que unos años más tarde, después de haberse convertido en intendente y botánico del palacio privado de la esposa de Napoleón, regresaría a América y protagonizaría en esta parte del continente una saga novelesca que incluye nueve años de reclusión en Paraguay, intrigas políticas e inquietudes comerciales.
Contratado por Belgrano y Rivadavia, en Buenos Aires ejerció de médico y en Corrientes, donde viviría más tarde, se ocupó de la vacunación antivariólica. Recuperó la siembra de la yerba mate en el territorio del Río de la Plata y estuvo vinculado con la introducción de las ovejas merino.
 Sus incursiones en el comercio y sus inquietudes políticas, pero sobre todo su agitada vida amorosa, darían para el argumento de una atrapante serie televisiva.
Tanto Humboldt como Bonpland encarnaron una estirpe de sabios naturalistas que se lanzaron a la aventura transocéanica, arriesgaron la vida y contribuyeron a moldear nuestra idea del mundo. Aunque hoy sus nombres apenas identifiquen dos calles paralelas que corren en la misma dirección en el barrio de Palermo...
N. B. 

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