osé Luis Espert
La Argentina Devorada
Antes
de la Gran Depresión Argentina tenía un PBI per capita cuatro veces
superior al brasileño y hoy es sólo 50% superior. Era casi dos veces el
de Chile y ahora es 25% inferior. Era 3,5 veces mayor que el de
Venezuela y ahora sólo lo supera en 40%. Éramos el 15º país del mundo en
ingreso per capita y hoy somos 50º. La pobreza ya hace más de 30 años
que promedia 30% de la población total (con baja dispersión), hay
aproximadamente 3.000.000 de argentinos viviendo en villas miseria, el
narcotráfico ya es un fenómeno que no nos es para nada ajeno.
La
lista sigue, pero en todos los casos la conclusión es clara: Una
economia cerrada al comercio, con un sector publico sobredimensionado y
deficitario y un intervencionismo generalizado en toda la economia, son
las causales principales que nos empobrecieron y nos degradaron como
sociedad (obviamente que al analizar la decadencia Argentina hay causas
insoslayables que excedieron las páginas de mi libro, como la debilidad
institucional y la decadencia educativa, temas que en sí mismo dan para
un libro cada una como lo han demostrado otros autores).
La
autarquia economica es una pieza clave de la decadencia. La idea del
industrialismo “a la argentina” consiste en cerrar todo lo que se pueda
la economía a la competencia importada y que el agro tenga una
rentabilidad mínima para que haya alimentos baratos que aumenten el
salario real y las masas urbanas tengan mayor capacidad de comprar
bienes industriales.
También implica que se graven las exportaciones
de energía y otros insumos industriales, para que la industria tenga
costos bajos y pueda “agregar valor”. Y demanda que se controle el
sector financiero, para que haya tasas de interés que permitan el
financiamiento barato de la industria o el financiamiento del consumo de
bienes industriales. También controla las tarifas de servicios
esenciales para evitar la reducción del salario real.
El populismo
industrial, al transformar en un tótem a la sustitución de importaciones
y cerrar la economía a la competencia importada, hace caer el tipo real
de cambio (apreciación real). Esta perjudica al agro, pero
relativamente más a la industria de exportación no tradicional (por
ejemplo, el vino), que tiene que pagar los mayores salarios reales
derivados de un aumento en la demanda de trabajo de la industria
sustitutiva que incrementa su producción, sin recibir el crédito de la
suba de aranceles o la restricción a las importaciones.
La
sustitución de importaciones beneficia sólo a la industria menos
competitiva, y perjudica a todo el resto, incluyendo al agro, la
energía, al turismo y a las más eficientes con competitividad
exportadora.
¿De dónde proviene el combustible para romper el
oxímoron de crecer sobre la base de una economía casi en autarquía como
la que propone el populismo industrial? Se trata de un modelo que se
sostiene mientras las circunstancias internacionales extraordinarias lo
permiten. El agro aguanta mientras el precio de la soja compensa el
atraso cambiario. La producción de petróleo y gas aguanta gracias a
inversiones anteriores hasta que se desploma la producción. Las
exportaciones industriales desaparecen por falta de competitividad y
represalias de otros países. Los depósitos y el crédito se sostienen
hasta que la inflación y el atraso cambiario hacen de la compra de
dólares el único refugio a la expoliación de las tasas de interés
negativas. El aumento del gasto público y la presión impositiva se
sostienen hasta que circunstancias internacionales inician una
contracción económica y el déficit fiscal se torna inmanejable.
El
financiamiento monetario y con reservas internacionales del Banco
Central (o deuda externa pública que conceptualmente es lo mismo)
permite una demanda interna pujante hasta que la tasa de inflación y la
pérdida de reservas empiezan a hacer estragos en los bolsillos de los
consumidores y en la calidad de las decisiones de politica economica,
que, frente a la pérdida de reservas (o dificultades para repagar el
servicio de la deuda) producto de la fuga de capitales y el déficit
fiscal, rápidamente establecen controles de cambio que generan más
incertidumbre, más suba del riesgo país y más fuga de capitales.
Hace
más de medio siglo que estamos atrapados en una suerte de triángulo
vicioso, donde uno de los vértices es el ajuste o la crisis, otro la
recuperación posterior y el tercero el deterioro porque la recuperación
no se sostiene. Ese deterioro precede al nuevo ajuste o la nueva crisis,
y así sucesivamente, desde hace 70 años.
Pasó
a fines de los ’80. Estalla la crisis de la hiperinflación (primer
vértice del triángulo), seguida por la recuperación 1991-1998 (salvo
1995 por el efecto Tequila ), que a su vez es seguida por el deterioro
1999-2001 (tercer vértice del triángulo). Volvió a pasar a fines de los
’90, cuando estalla la crisis en diciembre de 2001 (primer vértice del
triángulo), seguida por la recuperación 2003-2011 (salvo el recesivo
2009 por la crisis de Lehman Brothers ), seguida a su vez por el
deterioro 2011-2015 (tercer vértice del triángulo) y seguida de nuevo
otra vez por un ajuste, el del gobierno del presidente Macri en
2015-2016. Un ajuste que, dicho sea de paso, se ha quedado corto, así
que lo seguirán más ajustes o una nueva crisis…
A este modelo populista lo aplicamos, con muy breves interrupciones, desde 1930. Los resultados están a la vista.
Se
podrá argumentar que muchas de las potencias mundiales de hoy fueron
proteccionistas antes. Quizá, pero sucedió hace siglos y en contextos
diferentes, lo habrán hecho moderadamente y sobre todo, cambiaron a
tiempo. Hoy son economías muy abiertas al comercio. Pero sobre todo en
el último siglo, las experiencias de países emergentes como el nuestro
(Chile, China y otros multiples ejemplos) con aperturas bien hechas han
sido muy exitosas. Generaron crecimiento sostenido a tasas altas y
redujeron notablemente la pobreza.
Nuestro país tiene que cambiar
hacia un verdadero capitalismo competitivo, en el que el empresario
compita con el mundo de manera abierta, sin protección arancelaria,
mientras el Estado se dedica, con una presión tributaria moderada, a la
prestación de bienes y servicios básicos. Que la defensa del trabajador
se haga generando las condiciones de estabilidad para que la inversión
multiplique las oportunidades de empleo, en vez de utilizar regulaciones
y aumentos “políticos” de salarios que ahuyentan la inversión. Que haya
una auténtica revolución educativa con participación de los padres, en
donde los sindicatos docentes terminen de impedir la calidad educativa.
Lo
que hay que cambiar es un sistema que funciona mal. Y hay que cambiarlo
por completo. Esto no se arregla sólo con bajar la inflación. Ni
estabilizando el valor del dólar. Ni eliminando el cepo. Ni saliendo del
default. Menos aún endeudándonos con el exterior. No se trata de atacar
los síntomas de un sistema fallido. Hay que girar 180 grados en las
políticas fundamentales, que son nuestras relaciones comerciales con el
mundo y el rol que le damos al Estado.
Estamos frente a un sistema
con fortísimos intereses que lo apoyan para no cambiar. Es un sistema
que, como tal, reacciona con actos casi reflejos cuando se siente
amenazado. En 2016 la aparición del servicio de taxis Uber motivó la
airada reacción del sindicato tradicional (CGT) de los taxistas a cargo
de Omar Viviani y la posterior clausura del servicio por parte de la
Justicia Porteña, a instancias del Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires. Cuando, en el mismo año, las importaciones totales dejaron de
caer y algunas de bienes de consumo a aumentar, el diputado Sergio
Massa, del Frente Renovador, salió a pedir la suspensión de las
importaciones por ciento veinte días. Finalmente, en el mismo año, la
única baja de gasto público que el gobierno de Macri se mostró dispuesto
a hacer —reducir los subsidios a la energía— terminó con un ajuste de
tarifas a menos de la mitad de camino y con un gasto en subsidios
económicos mayor que durante 2015. Y como este ejemplo se pueden
encontrar muchos más que demuestran que el problema es de sistema; no se
trata de alguna cosita que funciona mal.
Con el sistema económico
imperante en Argentina los precios de los bienes son relativamente altos
para los ingresos promedio de los habitantes de nuestro suelo, porque
el esquema al cual los someten las tres corporaciones que son el real y
verdadero “ruling party” (sindicatos, empresarios prebendarios y
políticos), es de explotación. Los bienes y servicios que consume la
gente son caros porque los impuestos (que financian el dispendio de la
política) al consumo (que obviamente se cargan sobre los precios que
pagan los consumidores) son de los más altos del mundo y porque el
proteccionismo industrial argentino hace que el industrial pueda cobrar
precios muy superiores a los internacionales y ofrecer productos de
menor calidad. Tambien contribuyen a salarios de bajo poder adquisitivo
los impuestos al trabajo que siempre terminan incidiendo sobre
trabajadores. La consecuencia es una sociedad pobre, con miseria cada
vez más entendida y alta desigualdad.
Son
las instituciones de la economía cerrada y del Estado omnipresente las
que han creado esas corporaciones que hoy resisten el cambio. Esto no se
arregla dejando el sistema como está y confiando en una clase política,
empresaria y sindical que se regenere por arte de magia. Porque
mientras continúe este sistema, los incentivos seguirán presentes para
el comportamiento de colusión y sincrónico de todos ellos. No podemos
pretender tener políticos decentes cuando le damos el enorme poder
discrecional y corruptor del actual Estado omnipresente. No podemos
pretender tener sindicalistas honestos cuando tienen el enorme poder
extorsionador que les otorga la legislación laboral. No podemos tener
empresarios competitivos cuando el Estado los protege y esa protección
determina que los beneficios están en la ineficiente producción para el
mercado interno. O peor aún, en el capitalismo de amigos. La única
manera de cambiar la dirigencia y los resultados es cambiar las
políticas fundamentales de este sistema que nos llevó a la decadencia.
Libre
comercio, Estado pagable con impuestos razonables, no distorsivos y sin
déficit, instituciones promercado estables y educación inclusiva de
calidad para todos los chicos que están dispuesto a un máximo esfuerzo
junto con sus padres, constituyen el camino que Argentina debería
recorrer para comenzar a dejar un derrotero de décadas de decadencia
que, si no se cambia a tiempo, puede mutar hacia uno de miseria.
Referencia:
L. Espert (2017): La Argentina Devorada, Editorial Galerna.
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