sábado, 21 de julio de 2018
TRABAJO EN EQUIPO
Todos para uno y uno para todos
Apenas pusimos un pie en la secundaria, nos dieron a entender de modo práctico que uno de los objetivos de esa escuela (no todos los docentes compartían) sería aprender a cooperar. Más que competir, deberíamos colaborar en grupo. Las escalas numéricas para calificar nuestro desempeño subsistirían, pero no había semana en que no escucháramos el eslogan favorito: "Trabajar en equipo".
En materias como Geografía e Historia, los equipos cumplíamos funciones complementarias. No se trataba tanto de ver qué equipo presentaba el mejor trabajo sobre la Guerra Fría o las consecuencias de la erosión del suelo en las provincias argentinas, sino de qué aspecto del problema se ocupaba cada grupo. El día en que tocaban dos horas de esa materia se hacía una "puesta en común". Mediante la experiencia, descifrábamos el sentido de esas expresiones novedosas.
Como íbamos a una escuela mixta, integraban los equipos por chicas y chicos. Nos turnábamos para reunirnos en alguna casa y trabajábamos hasta la hora de la merienda, cuando cerrábamos carpetas, manuales y fascículos que habíamos retirado de la biblioteca escolar. Si no recuerdo mal, la biblioteca no había sido bautizada. Hoy, ese espacio se convirtió en un aula más de la escuela y la biblioteca se redujo a tres o cuatro estantes en un cuarto similar al lavadero de una casa de los suburbios.
Después de la puesta en común, la profesora (en cinco años de enseñanza secundaria solo tuvimos tres profesores varones, y uno de ellos durante ese período fue el de Educación Física) empezaba a hilvanar conclusiones de uno y otro equipo, como si fueran piezas de un rompecabezas verbal que adquiría a veces la forma de un relato; otras, la de un informe, y otras, la de una secuencia. No siempre quedaba todo claro. Desde entonces, cuando leíamos capítulos de manual o un libro que no alcanzábamos a entender del todo, seguíamos adelante. En algún momento, los sentidos llegarían. O no.
"En las últimas décadas, el trabajo en equipo se ha impuesto en el aula -cuenta Paula Novoa, docente y poeta. Su nuevo libro es El paso de la babosa (Cave Librum)-. Los motivos sobran: proporciona distintas miradas sobre un mismo contenido, se resuelven problemáticas a partir de diferentes criterios, fortalece el diálogo, y el aporte de cada estudiante se resignifica porque será interpelado por otro. El trabajo colaborativo enriquece las relaciones interpersonales y rescata las fortalezas de cada uno".
Novoa sostiene que algunos trabajos cooperativos permiten desarrollar capacidades y destrezas que individualmente no se podrían explorar. Entre nosotros, la compañera tímida que nunca participaba en clase, por ejemplo, revelaba una mente sintética increíble durante las tardes de trabajo en equipo.
Novoa agrega que varios cursos ya tienen esa modalidad, conocen los roles que cada uno de los chicos desempeña y se organizan entre ellos. El año pasado, rememora, en una escuela del conurbano, uno de los cursos mostraba cierta apatía y problemas vinculares. Se les ocurrió crear un periódico mural haciendo hincapié en el trabajo cooperativo. Cada grupo se hizo cargo de una sección e indagó distintas tipologías textuales. Después de esa actividad, no solo cambió el clima del curso, sino que, además, los chicos decidieron tomar las riendas del periódico y este año fueron ellos quienes propusieron con entusiasmo continuar el proyecto. El resultado: todo el curso trabajó para un fin, mejoraron vínculos y ganaron autonomía como equipo.
En los primeros años 80, nosotros también habíamos hecho un diario. En el reparto de actividades, me tocó ocuparme del horóscopo de compañeros y docentes. "Aprobarás a todos tus alumnos de tercer año que trabajaron en el diario escolar", escribí en la predicción correspondiente a la profesora de Castellano. Y así fue.
D. G.
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