viernes, 20 de julio de 2018

LA OPINIÓN DE DANIEL GUSTAVO MONTAMAT


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DANIEL GUSTAVO MONTAMAT

Para generar consensos básicos hay que empezar por asumir que el déficit fiscal condiciona el modelo productivo argentino

Hay turbulencia en la economía mundial: la Reserva Federal aumentó la tasa de interés de referencia, el nuevo embargo norteamericano a Irán volatilizó los precios del petróleo y la política en Europa vuelve a generar dudas sobre el futuro del euro. Casi todas las monedas se han devaluado con respecto al dólar, pero en pocos países los remezones se han sentido con tanta fuerza como en la Argentina. ¿Cuál es la causa de nuestra inmunodepresión?

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Algunos ejemplos de la región pueden ser aleccionadores. Se han devaluado el peso mexicano, el sol peruano y el real brasileño, pero las devaluaciones no han generado un traslado traumático a precios ni hubo corrida contra esas monedas. Cito esos tres ejemplos porque son países con grandes incertidumbres políticas presentes y futuras. En Perú, hace poco renunció el presidente Pedro Pablo Kuczynski, involucrado en causas de corrupción; el presidente que lo antecedió también está preso imputado por delitos de corrupción, y el fujimorismo, aún dividido, controla el Congreso. Los mexicanos acaban de elegir nuevo presidente a Andrés Manuel López Obrador, un nacionalista que ha prometido revertir muchas reformas promercado. Brasil, nuestro socio mayor en el Mercosur, viene de una crisis política, con una presidenta destituida, y con el expresidente Luiz Ignacio Lula da Silva preso (acusado de delitos de corrupción) y liderando las encuestas para las elecciones de octubre de este año.
Todas situaciones de incertidumbre política presente que abren dudas sobre el futuro. Pero según la tabla de indicadores que publica The Economist, la tasa de inflación de Perú proyectada para el presente año es de 1,7%; la de Brasil, 3,4%, y la de México, 4,4%. La Argentina no arrastra las vicisitudes políticas de esos países (Cambiemos salió fortalecido de la última elección de mitad de término y ganó el voto popular en los distritos más importantes), pero acá la turbulencia económica que complicó los mercados se tradujo en un vendaval, con muchos especuladores ansiosos por transformar el traspié cambiario en una crisis institucional y de gobernabilidad. El mismo virus que en otras latitudes produce una gripe aquí genera una pulmonía.
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La inflación proyectada por la misma fuente para la Argentina es del 25,1%. Es obvio que con inflación de dos dígitos la devaluación del peso hace mucho más traumático el reacomodamiento de precios relativos. Pero la inflación es síntoma de macrodesequilibrios y los datos comparados permiten explorar un poco más el impacto relativo del remezón de los mercados. En 2018 Brasil va camino a tener un déficit de cuentas públicas del 7,1% del producto, mayor que el argentino, que, con intereses, se estima en el 5,1% del producto. Para México, el déficit proyectado es del 2,3% del producto, y para Perú, del 3,5%. ¿Por qué estos países latinoamericanos sujetos a incertidumbres políticas semejantes o mayores que las nuestras y con déficits fiscales pueden convivir con inflaciones de un dígito y evitar corridas contra sus monedas domésticas? Una aproximación a la explicación económica del fenómeno la da el relevamiento de los datos del déficit de cuenta corriente externa.
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Mientras la cuenta corriente argentina tiene un déficit estimado tras la corrección cambiaria del 4,6% del producto, Brasil va a tener un déficit del 1,1%; Perú, del 1,6%, y México, del 1,7%. Es decir, mientras entre nosotros el déficit de las cuentas públicas se subsume en el déficit de las cuentas externas porque financiamos nuestros desequilibrios públicos con préstamos del exterior, en los otros países que tomamos como referencia el déficit público es financiado en parte por ahorro doméstico. Como el déficit en cuenta corriente se financia sí o sí en dólares, la magnitud de nuestro desequilibrio externo con respecto al de los otros países puede explicar la mayor vulnerabilidad argentina frente al encarecimiento del crédito externo. Por eso la Argentina tuvo que recurrir al Fondo para asegurar financiamiento externo y los otros países de la región no.
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El agujero negro de las cuentas externas argentinas es una medida de nuestro bajo ahorro doméstico respecto de la tasa de inversión que necesitamos para crecer y desarrollarnos con generación de empleo. Ahorran poco en el país las familias y las empresas, y el sector público consolidado arrastra déficits recurrentes. Otra perspectiva del mismo problema es que sistemáticamente los argentinos vivimos por encima de nuestras posibilidades. Los tres países que mencionamos tienen tasas de ahorro doméstico superiores a las nuestras y mercados de capitales más desarrollados que nosotros. Pero no es casual que la tasa de ahorro argentina sea baja y que el Estado gaste por encima de sus ingresos: el populismo argentino institucionalizó la inflación como instrumento de autoengaño y estafa colectiva. De autoengaño, porque el populismo asume la emisión inflacionaria como un sucedáneo de gravamen sobre los pasivos monetarios no remunerados que no pasa por el Congreso (como los otros impuestos) y no es coparticipable entre nación y provincias. De estafa colectiva, porque termina destruyendo la moneda doméstica y evaporando el ahorro nacional. Sí, los mayores estafados son los pobres. Los argentinos que pueden ahorran en dólares y muchos de los que ahorran en dólares sustraen esos ahorros del circuito financiero argentino.
Los otros países de la región también han tenido períodos de inflación y populismo, pero la desmesura populista argentina nos dejó sin moneda, con bajo ahorro, con inflación crónica y con un sistema productivo de sustitución de importaciones que explota cíclicamente por falta de dólares. Lo peor es que hay ideas, intereses y valores que siguen asociando el populismo a un progresismo distributivo, cuando, en verdad, ha dinamitado las bases de un desarrollo inclusivo. Si el legado de prebendas presentes no es sostenible en el tiempo porque se basa en desequilibrios financiados con endeudamiento externo o emisión inflacionaria, se violenta el tercer principio de justicia social formulado por John Rawls: el principio "de ahorro justo", lo que la generación presente está obligada a dejar para los que vienen: la justicia distributiva intergeneracional. Nuestra saga populista se ha ensañado con los argentinos que vendrán: desde hace años los argentinos del presente nos venimos desentendiendo de los argentinos del futuro.
Para generar consensos básicos hay que empezar por asumir que el déficit fiscal y sus vasos comunicantes con el déficit de cuenta corriente son a su vez condicionantes del modelo productivo argentino. Es correcto empezar con un acuerdo político para erradicar el déficit fiscal, pero hay que hacerlo con miras a consolidar una estructura productiva orientada al valor agregado exportable que nos permita superar, de una vez por todas, la asfixia y la dependencia a las que nos expone la cuenta corriente externa. Por la inmunodepresión que padecemos, y para evitar que el acuerdo sucumba a las especulaciones políticas electorales, va a haber que sobreactuar. Habrá que acordar (está el precedente chileno) presupuestos plurianuales superavitarios, para comprar con pesos del excedente fiscal dólares del excedente comercial externo. Así tendremos fondo anticíclico y dólar competitivo que se puede apreciar por ganancias de productividad. Es el cambio estructural que nos debemos y que debe guiar los acuerdos políticos del oficialismo con la oposición.

Es doctor en Economía y doctor en Derecho

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