martes, 13 de diciembre de 2016

VALE LA PENA........NOCHE, TERROR Y ESPANTO


Un recorrido por las leyendas de terror porteñas
Desde los fantasmas de la alta sociedad hasta los asesinos célebres, la ciudad tiene una historia "negra" por contar

Cae el sol en Buenos Aires y el tráfico es un caos. Mientras la mayoría de los autos trata de volver a sus hogares, enfilo hacia la Creepy Night y pienso que en una hora estaré recorriendo esta misma ciudad, pero con una visión y percepción totalmente distintas. Apenas llego comienzan los indicios. Un mayordomo con una inequívoca marca de bala en la frente me abre la puerta del ascensor y una chica con aspecto de zombi hace lo propio con la de entrada.
Telarañas, esqueletos, cucarachas, arañas y calaveras por doquier son el marco para una mesa que mezcla tentaciones con inventiva, ofreciendo por ejemplo salchichas que parecen dedos y tragos sanguinolentos. Y mientras los 22 elegidos nos vamos reuniendo en este salón, se van develando algunas pistas. "Pensamos que hoy lo más importante es la experiencia. Te comprás una cartera y la felicidad te dura 15 días. Lo mismo con un par de zapatos. Pero un viaje es para toda la vida, porque nos cambia la forma de mirar y pensar", apunta Silvia Tenazinha, country manager de almundo.com que organizó esta sangrienta jornada. Y en ese sentido, el programa que pensaron para esta noche también invita a resetear la cabeza: "Queremos que vean Buenos Aires de una forma distinta".
La intención comienza cuando nos subimos a una combi. Ya es de noche cerrada y apenas comienza el recorrido, una mujer de voz suave y enorme elocuencia empieza un relato. Su nombre es Silvia Pereira, es narradora y parte del proyecto Buenos Aires Misteriosa, que invita a recorrer la ciudad e ir conociendo en el trayecto las historias de los crímenes y muertes más impactantes de la sociedad porteña.


Poniéndose en la voz de uno de los hermanos del cuento de Cortázar "Casa Tomada", se introduce el relato de la casa de la palmera (sobre Riobamba al 100), donde uno a uno fueron muriendo los integrantes de la familia Galcerán, y una a una fueron clausurándose sus habitaciones por orden de Elisa, una de las hermanas. Hasta que ella misma dejó de asistir a su misa diaria y fue encontrada muerta en el sótano, entre tierra, ratas y meses de desidia. Y justo cuando esta imagen se está formando en la mente de todos, el vehículo se detiene y Silvia nos invita a mirar por la ventana.
La casa de los Galcerán aparece vetusta e impactante y con una enorme palmera en su frente. Es todo silencio hasta que la marcha se reanuda y el relato continúa, esta vez con la bella Felicitas Guerrero como protagonista. Al compás de sus penurias, obligada a casarse con el terrateniente Martín de Álzaga a pesar de su amor por el joven payador Enrique Ocampo, nuestra combi atraviesa la 9 de Julio y asciende al puente que comunica con Barracas. La narradora sigue creando el mundo de Felicitas y nos cuenta de su hijo, Félix, que murió a los 3 años de fiebre amarilla, y de su segundo hijo, Martín, que no durara ni un día de vida. Nos dice que a los 26 años quedó viuda y que haciéndose cargo de su herencia se cruzó en sus campos con Samuel Sáenz Valiente, de quien se enamoraría y tomaría compromiso para casarse. Y nos cuenta que su primer pretendiente, Enrique Ocampo, celoso por este nuevo matrimonio, acabó asesinándola. 

Para entonces estamos en Isabel La Católica 520, parados frente a la iglesia de Santa Felicitas, construida en su honor en el exacto lugar donde murió. Recientemente restaurada, ofrece una imagen pintoresca en plena noche, sólo habitada por unos gatos que se pasean por su explanada. Y tal vez, según cuenta Silvia, por el alma en pena de Felicitas.
Mientras la combi vuelve a encenderse, una nueva historia comienza. Es la de Emilia Basil, dueña del restaurante Yamile en la avenida Garay 2201. Allí nos dice la narradora que vivía con su marido y tres hijas, cocinando para el barrio en total felicidad, hasta que una noche torció el rumbo y se convirtió en asesina. Acosada por José Petriella, el dueño del local, una noche lo ahorcó y descuartizó. Y parte por parte, lo fue cocinando y sirviendo a sus clientes. Hasta que un trozo demasiado grande que no entraba en el horno la delató. La policía la encontró en su cocina, con la cabeza aún sin hervir. Nuestro transporte frena unos segundos donde hoy está el lavadero Acrisol. Son suficientes para imaginar una olla hirviendo y una sopa de cabellos de ángel en proceso.


El siguiente destino es el barrio del Petiso Orejudo, uno de los criminales más recordados del país. Mientras nos acercamos a la manzana donde estaba el conventillo de la familia Godino (Cayetano Santos Godino era su nombre real), en Parque Patricios, los relatos de sus acciones empiezan a volverse cada vez más atroces. Del descuartizamiento de mascotas al asesinato de niños de las formas más aberrantes, los crímenes se relatan a la misma velocidad que avanzamos por la ciudad.

 Y aunque todos conocemos el final de este asesino en el penal de Ushuaia, Silvia suma el dato de que tras su muerte, la autopsia reveló que tenía en su cabeza 29 golpes producidos por su padre, que probablemente afectaron su cerebro y comportamiento.
Los minutos pasan y el relato se acelera. A medida que comenzamos el retorno se suceden las historias, y pasamos de preguntarnos si sabemos qué hay debajo de nuestras camas (¿tal vez un cadáver, como el que halló la familia que quiso cambiar el parquet en Corrientes al 900?) a conmovernos por el caso de Margarita Oliden, que debió abandonar a su hijo muerto en un túnel y cuando días más tarde creyó oírlo, resultó que era sólo el delirio que precedía a su propia muerte.
La última parada nos conduce a Recoleta, donde se dice que aún pena el alma de Rufina Cambaceres, "la que despertó de su muerte". La que fue enterrada con el vestido de terciopelo verde que anheló para sus 19 años y que se convirtió en su mortaja cuando, tras un episodio de catalepsia, se la dio por muerta y encerró en la bóveda familiar del cementerio de Recoleta. Sólo para despertar unas horas después y volver a morir tras entender dónde estaba.


La historia llega a su fin y la noche, brillante y límpida, nos encuentra en las puertas de esta pequeña ciudad de habitantes dormidos para siempre.
Y mientras la narradora se despide con un irónico "descansen en paz", recuerdo el extracto del poema de Borges sobre Buenos Aires: "No nos une el amor, sino el espanto; será por eso que la quiero tanto".

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