lunes, 3 de abril de 2017

EXCELENTE TEATRO RECOMENDADO


Humor, ironía y reflexión en una obra maestra
Couceyro, Gamboa y Losantos.
La terquedad /
Libro y dirección: Rafael Spregelburd / Intérpretes: Rafael Spregelburd, Diego Velázquez, Pilar Gamboa, Analía Couceyro, Paloma Contreras, Pablo Seijo, Andrea Garrote, Santiago Gobernori, Guido Losantos, Alberto Suárez, Lalo Rotavería, Javier Drolas, Mónica Raiola / Escenografía e iluminación: Santiago Badillo / Vestuario: Julieta Álvarez / Asistente de dirección: Juan Doumecq / Colaborador artístico: Gabriel Guz / Música: Nicolás Varchausky / Teatro: Cervantes / Duración: 180 minutos (con intervalo)

En este primer trimestre tan pobre en cuanto a la calidad de propuestas teatrales, la llegada de La terquedad se celebra con agradecimiento. Más al tratarse de una obra que sube a escena en una de las salas oficiales más importantes, en el comienzo de una nueva gestión a cargo de Tantanian.
A través de una imponente ingeniería escénica se mueve esta multitud de personajes complejos. El eje es Jaume Planc, un delirante comisario fascista de la policía valenciana durante la Guerra Civil española, que crea su propio diccionario con una lengua que permitirá que las poblaciones puedan entenderse. A partir de ahí habrá gambeteos lingüísticos, debates y dialécticas distintas sobre la literatura y el lenguaje. "¿De qué material está hecha la lengua si no es de dilemas entre el individuo y las ideas o los diferentes órdenes mundiales?", dirá uno de estos seres. Así se cuestionan las creencias y la validez de las utopías y habrá pulseadas feroces entre la fuerza y la lógica, entre la causa y la consecuencia.
La puesta exige atención en distintos planos, ya que hay una hiperabundancia de escenas simultáneas con universos múltiples. El lenguaje es el elemento sobre el que diferentes tramas se cruzan y crean una trenza apasionante. Ese entramado es complejo, pero asequible, y las tres horas de duración de la pieza justifican un deseo ferviente de seguir viendo, de continuar descubriendo, entendiendo. El tiempo es central ya que todo transcurre en el mismo lapso, pero en diferentes ámbitos. De esta forma, la obra se estructura en tres partes. La primera transcurre en el living de la casa, la segunda en la habitación de una de las hijas y la tercera, en el jardín. Eso permite encontrar la lógica, sacar conclusiones y poder apreciar los perfiles de cada personaje que, a su vez, no son sólo una cosa.
Son tantas las capas de lectura de La terquedad que su amplio abanico de ideas y dialécticas es de suma excitación. Los debates varios entre presente, futuro y pasado; la relación entre ideología y psicología; la manera en que el autoritarismo se expande, invade y perturba; los devaneos entre la historia del hombre y su constitución misma. "Los caminos del orden no son suficientemente rectos, hay que tomar atajos", dirá el cura de la historia. Todo acaba siendo adaptado para la conveniencia de cada uno de estos seres imperfectos. Estas criaturas capaces de reflexionar tanto sobre el vacío de la existencia como sobre el futuro de la humanidad se adentran en bellos laberintos lingüísticos y filosóficos donde nunca falta el humor. Porque lo que tiene esta propuesta es que hará que el espectador se quede hablando de todos los vericuetos a los que Spregelburd lo llevó de la mano, porque lo hizo reflexionar, pero también lo entretuvo durante 180 minutos.
La terquedad es de esos trabajos escénicos de los que seguiremos hablando después de muchos años, ya que Spregelburd logró una obra maestra con ella, en la misma sintonía de aquel gran trabajo que fue La estupidez. Claro que acá no son sólo algunos actores, aunque esa haya sido la idea inicial. Acá Spregelburd cuenta con un auténtico seleccionado de 13 excelentes intérpretes -hasta los hace hablar en valenciano en algunos tramos-, con él incluido para encarnar con solidez, verdad e ironía a ese comisario fascista que cree que la solución para entendernos es crear un idioma único. Alberto Suárez encarna a un escritor decadente que manipula con cinismo a conveniencia y es el contrapunto perfecto de Guido Losantos, un joven actor al que hay que prestar atención, ya que además de presencia tiene un estilo propio, capaz de adaptarse a cualquier libro o situación. Analía Couceyro y Pilar Gamboa son dos hermanas muy distintas; una que pasa de ser una sombra resentida a una valiente militante; la otra, una enfermiza y culposa joven invadida por fantasmas e ilusiones. Ambas pasan con total naturalidad de la sutileza al trazo grueso, son inmensas. Lo mismo ocurre con Diego Velázquez que tiene una escena de antología sólo apta para un actor de su dimensión. El resto del elenco, en la misma sintonía de excelencia: Santiago Gobernori, Andrea Garrote, Lalo Rotavería, Paloma Contreras, Pablo Seijo, Javier Drolas y Mónica Raiola.
Es admirable pensar cómo hizo Spregelburd para dirigir esta sinfonía de la sincronicidad donde el tiempo, la lógica y la exactitud son regentes, y al mismo tiempo estar sobre el escenario en la mayor parte de la obra. Es una puesta en escena sumamente difícil donde nada falla, todo es verdadero, auténtico. El diseño escénico acompaña a la dramaturgia. De este modo, a través del maping, las texturas escenográficas pueden también dictar poesía. Es destacable la espectacular escenografía giratoria polifuncional readaptable a diferentes ángulos y frentes que diseñó Santiago Badillo. Por su parte, el diseño de vestuario de Julieta Álvarez es vital a la hora de dotar de signos a la propuesta. Algunos personajes estarán vestidos siempre igual, otros tendrán detalles diferentes según el ámbito en el que se mueven, podrán oscurecerse, aclararse o resignificarse a través de cambios que podrán notar los más atentos. En resumen: no se pierda esta maravilla del teatro oficial.
P. G. 

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