Juan Carlos Pérez Rulfo: "Sus imágenes inspiran la paz que viene tras la guerra"
Director de cine, el hijo menor del autor de El gallo de oro repara en la influencia de su padre, sobre quien realiza un documental
Tenía 12 años cuando, como a tantos niños de su país, le pidieron una tarea escolar sobre un texto de lectura obligatoria: "Luvina", de Juan Rulfo. "Sentía la responsabilidad de ser el más brillante de todos. Me daba mucho pudor y vergüenza lo que pudiera pensar de mí la maestra", recuerda. Cuatro años después, en un colegio de ideas liberales, donde había muchos argentinos hijos de padres psicoanalistas exiliados, recibió dos tareas. La primera, vinculada a Pedro Páramo; la segunda, que él mismo se impuso, consistía en eludir esas miradas que buscaban desentrañar el vínculo entre el adolescente y su padre. Con alegría y serenidad se refiere hoy a esos años Juan Carlos Pérez Rulfo, director de cine, ganador de distinciones en Sundance y Biarritz por sus documentales En el hoyo y Los que se quedan, respectivamente.
El menor de los cuatro hijos que Rulfo tuvo con Clara Aparicio es heredero de la amabilidad de aquél. Invierte varias veces la lente durante la entrevista vía Skype para compartir el paisaje de Valle de Bravo que él ve. En distintas regiones de México realiza Cien años con Juan Rulfo, una serie documental de siete capítulos para TV sobre distintos aspectos de la vida y la obra de su padre.
-¿Hablaba de literatura con su padre?
-Nunca. Hablábamos de música, de bicicletas, de árboles frutales. Me acuerdo de que me habían pedido en el colegio una monografía del Estado de México. "Oye, papá, ¿tienes de casualidad algo de geografía?", le dije, y sacó una enorme cantidad de libros. Creo que fue la única vez que le pedí ayuda para una tarea. Le fascinaban la geografía y la historia.
-¿Cómo definiría el estilo fotográfico de su padre?
-Creo que sus imágenes inspiran mucha paz, la paz que viene tras la guerra. Los personajes están dispuestos como si fuesen actores en una especie de descanso, son los protagonistas de algo que está en pausa, como si esperasen a alguien que les dijera: "¡Acción!". Es muy interesante también lo que está fuera de cuadro.
-¿Fue, quizás, esa pasión por la fotografía de su padre lo que a usted lo impulsó al cine?
-No lo sé. No sabía qué hacer con mi vida y estaba tirado en un sofá en la sala de mi casa escuchando Pink Floyd. Mi padre me había regalado una cámara Rollei B35, chiquita. Había contactos [negativos] de mi padre por todas partes. Pero aún no sabía qué camino tomar. Cuando él murió yo tenía 22 años y entonces, después de terminar la carrera de Comunicación, viajé para reconstruir la historia de mi abuelo, asesinado por la espalda, como en "Diles que no me maten", y lo hice hablando con muchas personas, ya con mi cámara [así surge el documental Mi abuelo Cheno].
-Su padre decía que sus obras no eran autobiográficas.
-Creo que sí hay algo autobiográfico. Las cosas no fueron tal cual como él las plantea, pero hay algo que influenció su vida y su narrativa: mataron a su padre, su madre murió de tristeza, fue una región muy violenta...
-Gabriel García Márquez era un gran admirador de la obra de su padre y, además, escribió junto con Carlos Fuentes el guión de El gallo de oro. ¿Existía un vínculo entre ellos dos?
-Eran amigos, sí. Por ahí estaban siempre dando vueltas García Márquez, Cortázar, Borges, Onetti. Sonaba el teléfono en casa y quizás era Galeano. García Márquez vivía en México y había una relación amistosa, pero no significa que estuvieran pegados.
-Mencionó a Cortázar y a Borges. ¿Se escribía con ellos, se hablaban por teléfono?
-Se veía con Borges y Cortázar, no era una cosa epistolar intensa, pero sí de aprecio. Cortázar estaba en París; Borges, por todas partes. Mi padre viajó a Buenos Aires antes de la dictadura. También era amigo de Pablo Neruda, pero no "carne y uña".
-Juan Villoro, en una conferencia sobre Pedro Páramo, para referirse a la renovación del lenguaje dijo que su padre fue "precursor del chat".
-[Risas]. Ése era su estilo literario, al menos en algunas partes de Pedro Páramo. A veces el chat puede ser una comunicación de todos contra todos, todos hablando al mismo tiempo. Retomaré esta idea en un capítulo del documental.
L. V.
Rulfo, el fotógrafo: páramos y llanos detrás de su lente
La pasión por la imagen fue anterior a las letras y, al revés que en su literatura, en casi seis mil fotos capturó la realidad y una geografía evidentemente atractiva a sus ojos

J.R. nacía en Jalisco, se cumplirá un siglo este año. Austero en su economía expresiva (en cantidad de palabras, no de ideas), hombre de perfil bajísimo, enemigo de los mitos que se tejían con los hilos de su nombre, utilizó sus iniciales para eludir su nombre completo. J.R. son las señas de su autorretrato grabado en unos papeles que su viuda publicó con el título Los cuadernos de Juan Rulfo. Allí explicaba cuáles eran las dos ramas de su familia: por una parte, un oficial del virrey de la Nueva España, y por la otra, un hacendado. Con esta versión oficial que quizá no pensó jamás en dar a conocer, no hablaba de su escritura ni de esa palabra que puede sonar tan ampulosa: obra. Sí hacía explícitas las cicatrices de su niñez. Huérfano, había sido enviado a un correccional disfrazado de residencia de caridad mientras México se hundía en la guerra fratricida de la Rebelión Cristera: "De algo sirvió aquella experiencia: me volví huraño y aún lo sigo siendo. Aprendí a comer poco o casi a no comer. Aprendí también que lo que no se conoce no se ambiciona y que, a fin de cuentas, la única y más grande riqueza que existe sobre la tierra es la tranquilidad".
Juan Rulfo, autor de una novela clave y pionera, Pedro Páramo (1955), persiguió aquel lucro espiritual a lo largo y ancho del mapa de su país, por paisajes serenos y desolados, lejos de circuitos intelectuales, errante en los caminos, inspirado por su pasión por la fotografía. La geografía -el espacio- es un elemento clave en los textos de Rulfo. Además del páramo de su célebre ficción y de La cordillera, esa novela que no llegó a publicar, se refirió a otro aspecto orográfico en El llano en llamas (1953). Sin embargo, esas casi seis mil imágenes que capturó son un registro de realidad y, por lo tanto, una dimensión incompatible con su literatura.

Para Rulfo, el tiempo y el espacio en sus ficciones están desmantelados, fragmentados, y su tarea es retratar el mundo de los sueños y no el de la realidad. Sus lectores conocen esta división porque él mismo quiso ahorrarles tiempo en peregrinaciones inútiles: ninguno de estos escenarios naturales se encuentra en sus libros. "El proceso de creación que sigo no es tomando las cosas de la realidad, sino imaginándolas -le decía a Joaquín Soler Serrano en una entrevista de 1977-. Hace poco que se quería hacer una revista literaria dedicada a El llano en llamas y querían fotografiar la zona, pero nunca se encontró el paisaje."
Claro está que las imágenes de Rulfo tienen como primer imán haber sido obtenidas por él, pero no es sólo la lente y quien presiona el obturador aquello que las dota de gran valor. Susan Sontag, autora de Sobre la fotografía, elogió sus imágenes, y ya en 1960, antes de ser considerado una deidad de las letras, exponía sus primeras imágenes. El arte visual de Rulfo estaba influido -en su vastísima biblioteca atesoraba casi 700 libros de fotografías- por otros fotógrafos contemporáneos que habían retratado México, como Tina Modotti y Edward Weston.
Maestro del ángulo

Su pasión por las imágenes es incluso anterior a la publicación de sus primeros escritos, en épocas en las que recorría México como viajante de comercio para la empresa de neumáticos Goodrich. Ya por entonces publicaba fotografías en la revista Mapa. Como sus personajes, Rulfo también realizó largas travesías por su país, buceó por sus rincones más inhóspitos y conoció a sus habitantes. Su don no es solamente saber escuchar para después reproducir diálogos, sino también poder mirar para después inmortalizar en imágenes aquello delante de sus ojos.
Además, Rulfo retrató el set de las filmaciones de amigos realizadores en películas como La escondida (1956) y El despojo (1960). Obtuvo fotografías de paisajes, pero también de la arquitectura mexicana (precolombina y colonial), y de grupos étnicos. Estos últimos retratos antropológicos, retratos de la vida cotidiana de los habitantes de distintas regiones, fueron su pasión. Durante más de veinte años y hasta la fecha de su muerte fue director de publicaciones del Instituto Nacional Indigenista, un edificio que quedaba a cien metros de su casa.

Maestro en la selección del ángulo y la perspectiva o del punto de vista y el narrador, para la fotografía y la narrativa, respectivamente, buscó retratar su universo real y contemporáneo, así como su galaxia espiritual y onírica con sus imágenes y con sus textos.
Escritor, poeta y también guionista de cine, es, sin lugar a dudas, en su centenario él mismo parte de una mexicanidad que tanto se esmeró por retratar. "En Juan Rulfo encontramos a un artista completo", reflexionó Juan Villoro en una conferencia homenaje al escritor el año pasado. En este encuentro se recordaba la fábula que Augusto Monterroso, amigo de Rulfo, escribía sobre un zorro, un autor obligado por sus pares a escribir otro libro fabuloso que superase la maravilla anteriormente publicada. Rulfo no les hizo caso a los demás animales y siguió, astuto y en soledad, recorriendo los páramos y llanos de México con su lente.
L. V.
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