domingo, 15 de julio de 2018

LA OPINIÓN DE SERGIO BERENSZTEIN


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SERGIO BERENSZTEIN

Gobernantes, empresarios, sindicalistas y demás actores sociales deben trabajar juntos, con entrega y humildad, para alcanzar acuerdos que impulsen el desarrollo
La discusión del momento, dentro y fuera del Gobierno, se centra en si habrá un acuerdo entre el oficialismo y el peronismo moderado o, como le gusta decir al presidente Macri, "racional". Un debate que no es novedoso y que corre el riesgo de volverse irrelevante por el simple paso del tiempo: a medida que se acerca el nuevo proceso electoral, los incentivos de los protagonistas se definen en función de la competencia, la diferenciación o incluso la confrontación. Aun quienes consideramos que la Argentina necesita un consenso amplio y sustentable sobre políticas de Estado que abarque a los principales actores políticos, económicos y sociales entendemos que el calendario electoral restringe las chances de que pueda concretarse.
Sin embargo, las negociaciones en torno al presupuesto 2019, que debe incluir un fuertísimo recorte del gasto público para cumplir con las metas prometidas al FMI, requieren algún grado de negociación entre el Gobierno y la oposición. Existe la chance de que se prorrogue el presupuesto 2018, es cierto, pero recordemos que este quedó ninguneado en la práctica por el propio Gobierno a días de aprobarse. El cambio en las metas de inflación del fatídico 28 de diciembre del año pasado determinó que uno de los supuestos fundamentales en la elaboración de esta ley se modificara por decisión unilateral del Poder Ejecutivo. Con la crisis cambiaria y la licuación de confianza desatadas desde finales de abril, los parámetros con que se elaboró quedaron desactualizados. Tal vez exagerando un poco, un exministro de Hacienda me dijo: "Seamos justos: este año tampoco tenemos una ley de presupuesto seria". Y agregó: "¿Cómo va a cumplir Macri con el Fondo en un año electoral? ¿Va a recortar más a los gobernadores peronistas o a los propios?".
Las connotaciones serían más complejas si Macri fuera candidato a la reelección, en especial si enfrentara en octubre de 2019 a un gobernador peronista. Aun si dudase... ¿acaso no sería Vidal el reemplazo obvio en una fórmula presidencial? Por su función, el destino de Marcos Peña está ligado al desarrollo de esta crisis: sus pretensiones parecen, igual que el peso, muy devaluadas. Si por cualquier motivo la gobernadora de Buenos Aires decidiera no competir, la alternativa sería Rodríguez Larreta. "Mauricio no ignora que reconocer el argumento de los gobernadores y traspasar buena parte del ajuste a sus principales aliados (y competidores internos) tal vez no sea tan mala idea", afirma una persona que lo conoce demasiado en referencia a los subsidios con los que hasta ahora la Nación beneficia a la Ciudad y la provincia en materia de transporte, electricidad y agua y saneamiento. Esto explica el activismo de la dupla Larreta-Vidal en las negociaciones con sus pares provinciales y en su firme posición frente a la crisis dentro de la Casa Rosada.
Detrás de tanto "fuego amigo" y tanta mezcolanza de intereses cruzados yace un sistema político disfuncional y perezoso, inmerso en una sociedad caracterizada por un atributo singular: existe una tendencia generalizada por la cual ante cada desafío, tensión o problema, los responsables tienden a poner la culpa en algún "otro". Esto complica la interacción entre quienes deberían ser parte de la solución que, dada esta predisposición a ver la paja en el ojo ajeno, terminan siendo parte del problema.
Por ejemplo, al margen de la "herencia recibida" y de la crisis de los mercados emergentes, Macri se queja de que los empresarios suben los precios en un contexto de incertidumbre y volatilidad; de que los opositores bloquean sus iniciativas en el Congreso o presentan propuestas que implican más gasto; de que el "círculo rojo" no comprende su visión y las presiones a las que está sometido; de que el microclima que rodea a la Casa de Gobierno tiene una dinámica singular que no refleja el "país profundo"... ¿Gruesos errores iniciales de diagnóstico basados en escenarios idealizados y simplistas del mundo y del país? ¿Fracaso en la comunicación de su visión general y de los instrumentos específicos para lograrla? ¿Extravagante diseño de gestión que vació de autoridad e iniciativa los numerosos ministerios y generó un cuello de botella en la Jefatura de Gabinete? La procesión parece ir poder dentro: "Madura cambios muy importantes tanto en la agenda y en el método de toma de decisiones como en el equipo", aseguran fuentes inobjetables. Rosendo Fraga sugiere que esas tribulaciones estarán determinadas por una tensión clave entre el Macri estadista y el potencial candidato.
Los líderes empresariales también prefieren verse como víctimas de la coyuntura antes que asumir su cuota de responsabilidad, sobre todo con relación a la dinámica inflacionaria, atribuida a los constantes desbordes en el gasto público. La presión tributaria, los permanentes cambios en las reglas del juego, los costos de financiamiento y de logística, la inflexibilidad y conflictividad del mercado de trabajo y, en algunos casos, la apertura comercial son identificados como los grandes culpables de sus penurias. ¿Renuencia a promover un entorno más competitivo? ¿Dificultad para abandonar estrategias perfeccionadas durante décadas para extraer rentas con escaso riesgo? Sería injusto desconocer que se trata de un universo muy plural y fragmentado, en el que gana espacio cierto espíritu autocrítico. Muchos sectores demostraron, respecto de este gobierno, una voluntad de comprensión y cooperación inhabitual en otros casos. Puede que les disguste la situación actual y tengan críticas puntuales, pero se trata del gobierno más promercado de la historia contemporánea de la Argentina. Que varios referentes de Cambiemos estén pensando en los traumáticos finales de Alfonsín y De la Rúa manifiesta que los desencuentros entre esta administración y el sector privado son una de las anomalías más desconcertantes de esta etapa.
Los sindicalistas y los líderes de los movimientos sociales no son, como era de esperar, la excepción a esta regla. En un contexto de caída del salario real y brutal puja distributiva, los sectores con ingresos fijos son los que más pierden. Los mecanismos de indexación existentes, aunque imperfectos, tienden a limitar aunque sea parcialmente este fenómeno. Para evitar agravar la conflictividad social y que se desplome el consumo (y mantener vivas las esperanzas de cara a las elecciones del año próximo), tanto el Gobierno como el sector privado mostraron flexibilidad frente a sus demandas. El reciente documento de la Pastoral Social resultó una llamada de atención respecto de cuáles son los sectores más vulnerables. Y no solo como resultado de esta crisis.
Una sociedad y un sistema político en el que casi todos consideran que los demás son responsables de los principales problemas que deben solucionarse en conjunto y protegiendo a los más débiles constituye una expresión palmaria de que los mecanismos institucionales formales e informales funcionan pésimamente. No tiene que ver con shock o gradualismo, sino con la ausencia de una infraestructura básica para debatir, elaborar, implementar y monitorear políticas públicas consistentes, coordinadas y sustentables para desarrollar un país que lleva décadas desperdiciando oportunidades. Un círculo vicioso asfixiante y decadente que es imprescindible romper. Ese motivo, más que ningún otro, debiera impulsar ya mismo al liderazgo nacional a consensuar en serio, con entrega y humildad, acuerdos fundamentales.

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