jueves, 8 de diciembre de 2016

HISTORIA DE VIDA Y LECTURA RECOMENDADA


Mañana tendré 20 años", dice Michel. Y lo reitera una, dos, tantas veces. "Mañana" no es el día siguiente, sino unos cuantos años más; al menos, una década. Pero Michel insiste. Se sabe en camino; la infancia, aunque no lo agobia, se le hace estrecha y el mundo de los adultos -ese enigma agridulce- le parece cada vez más deseable.
Releo las últimas páginas de Mañana cumpliré veinte años, de Alain Mabanckou, y siento algo así como el impulso de deshacer valijas, repasar mentalmente lugares visitados, apuntar el nombre de nuevos amigos. Viaje geográfico -la novela transcurre en República del Congo- y viaje temporal: es el relato, contado en primera persona, del momento en que un niño comienza a desear dejar de serlo, en el África de fines de los años 70.


Cosas de la literatura: todo puede ser universal y particular al mismo tiempo. Michel, protagonista absoluto de la novela, es un niño como cualquier otro en cualquier rincón del planeta. Pero también es un niño congoleño. A través de sus palabras, la vida africana se muestra intensa, cotidiana y en absoluto for export. Michel abre los ojos, descubre y cuenta. Habla de todo: de los vínculos familiares, la violencia, la sexualidad, los festejos comunitarios, la pobreza, la educación. Plasma, ante quienes lo leemos de este lado del mundo, lo que algunos denominan "mirada inversa": en su relato los "otros" son, precisamente, los occidentales, los europeos, los blancos. Lo exótico -o ridículo, enigmático, fascinante- es lo que hablan, escriben y hacen los blancos. Lo natural, lo que no se explica porque, como todo lo evidente, no exige aclaraciones, es lo propio.
Así va contando su mundo Michel, y el ejercicio de leerlo es absolutamente refrescante. Sin un trazo grueso, con ternura infinita pero también con dudosa inocencia, la dupla Michel-Mabanckou recorre lo que de risible, absurdo o cruel tiene la imposibilidad de acceder al otro.
El extrañamiento llega hasta la política: el pequeño Michel, que cada tanto visita a un tío comunista, elabora las más estrambóticas conclusiones sobre ese blanco barbudo del que el tío se la pasa hablando, cuya imagen tiene sobre una pared y siempre anda -se asombra Michel- pegado a otro, como si fueran uno solo, con un solo nombre, un tal MarxEngels, o algo así.



Nutrido de una enorme carga autobiográfica, el libro es el relato de iniciación de un futuro buceador de culturas. Algo de lo que su autor sabe, y mucho. Congoleño de origen, Mabanckou se recibió de abogado en su país pero se consagró como escritor en Francia. Tampoco se quedó allí: tras permanecer varios años en suelo europeo, viajó a Estados Unidos, donde trabajó, como profesor de literatura francófona, en la Universidad de Michigan. Actualmente enseña en la Universidad de California. En las entrevistas se muestra tan crítico con los estragos que Occidente provocó y sigue provocando en tierra africana, como abierto al diálogo intercultural. Viste con el estilo desenfadadamente chic de los sapeurs congoleños: varones que hacen un verdadero culto al look, la elegancia y a una suerte de mixtura entre la sobriedad europea y la exuberancia africana.
Como el pequeño Michel de su novela, Mabanckou transitó entre las múltiples lenguas oficiales de su país: las de origen africano (lingala, kikongo, suajili) y el francés, herencia del periodo colonial que convive con ellas. Como su personaje, seguramente también de pequeño miraba los aviones que surcaban el cielo congoleño y, según la orientación que llevaban, intentaba adivinar -semilla de futuro viajero- a qué ciudad estaban destinados. Es una lástima que Mabanckou sea poco conocido en la Argentina, porque hace bien leerlo. Su libro no sólo es un canto al encuentro entre diferentes; es un homenaje a quienes sueñan, porfían y no paran hasta abrirse un camino propio

D. F. I. 

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