jueves, 8 de diciembre de 2016
TEMA DE REFLEXIÓN
Hace casi diez años, el novelista italiano Alessandro Baricco hizo una certera descripción de los cambios que la revolución tecnológica, y en especial Internet, estaban provocando en la cultura. Lo hizo como un periodista, no sólo porque su libro recopiló los artículos semanales que fue escribiendo sobre la marcha para el diario La Repubblica, sino por la actitud con que buscó acercarse a esas transformaciones. El volumen se tituló Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, y más allá de lo que eso pueda sugerir, Baricco se propuso describir y analizar el fenómeno sin juicios ni preconceptos, impulsado por el deseo de comprender lo que ocurría a su alrededor. Aunque estaba lejos de cualquier ambición predictiva, su mirada detectó aquello que se desplegaría en los años siguientes y arribó a conceptos muy útiles para entender el desconcierto que se vive hoy en el periodismo y la cultura. El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos puso el tema sobre la mesa, y llevó a muchos expertos y hombres de prensa a una conclusión que estaba en el aire: la verdad ya no es lo que era.
Muchas de las mentiras de Trump o de su campaña viralizadas por las redes sociales fueron tomadas por buenas e incidieron en el resultado de las elecciones. Habrá quien votó al magnate porque el Papa pidió a los católicos que así lo hicieran para que Estados Unidos "sea fuerte y libre", por ejemplo, versión que llegó a millones a través de Facebook. No sorprende entonces que el diccionario de Oxford haya elegido como palabra del año un neologismo revelador: posverdad. La definición del término pinta con exactitud tanto la fuga de la realidad como esta nueva ola de populismo a la que los argentinos llegamos una década antes y tuvimos que desarticular solitos: "Circunstancia en la que los hechos objetivos son menos decisivos que las emociones o las opiniones personales a la hora de crear opinión pública".
Rescato de memoria dos ideas del libro de Baricco que describen la naturaleza de la vida online y hacen a la dinámica que nos ha traído hasta este punto. Por un lado, el concepto de surfing, ligado a la velocidad de la Web. El flujo incesante de la información y los estímulos que llegan de las pantallas hacen que nos deslicemos por la superficie de las cosas sin tiempo ni ganas de profundizar en ellas. Lo que importa no son las cosas, sino el mismo flujo, que nos permite surfear sin interrupciones. Les hemos perdido la paciencia y el respeto a la realidad, a los hechos, materia prima del periodismo. Vale lo que impacta, lo que escandaliza y pasa. Mario Vargas Llosa dice que vivimos en la civilización del espectáculo.
La Web, por otro lado, tuvo un efecto democratizador. Puso todo al alcance de todos. Lo que antes era prerrogativa de una elite de pronto resultó accesible a un universo amplio. Esto generó consecuencias: se ganó en cantidad lo que se perdió en calidad y lo vertical se volvió horizontal, con la consiguiente disolución de las jerarquías. Baricco describe este proceso en mundos tan disímiles como el fútbol, los libros y el consumo de vinos. En el mundo del periodismo esta dinámica estalló con la irrupción de las redes sociales. Hoy la gente se informa mayormente a través de Facebook, que organiza las noticias no según la mirada profesional de un editor experimentado, sino a partir de algoritmos que privilegian la cantidad (de clics) por sobre la calidad.
Baricco no dice que la lentitud y la profundidad sean mejores que la velocidad y el surfing. Y no juzga cuando enumera las consecuencias, positivas o negativas, del efecto democratizador de la Web. Pero dice que estos cambios han formado un ecosistema nuevo que exige una mutación análoga a la de los primeros reptiles, cuyo aparato respiratorio mutó para pasar del agua a la tierra. Quien no pueda pasar de las branquias a los pulmones, o viceversa, perecerá.
Hoy parte del periodismo parece fascinado por la tecnología, que en buenas manos permitirá contar las noticias de un modo diferente, pero cuyo ecosistema amenaza los criterios de veracidad y rigor propios de la prensa de calidad. Información es lo que sobra. Sobre todo, de la mala. Porque la buena insume trabajo y capacidad profesional y supone, de parte de los medios, una inversión en dinero. ¿Habrá del otro lado alguien dipuesto a valorarla y pagar por ella? ¿Seguirá el periodismo fiscalizando al poder o será, por el contrario, una herramienta que los poderosos usarán a su favor? Tras el triunfo de Trump en Estados Unidos hubo una reacción positiva: aumentaron las suscripciones a The New York Times y a la revista The New Yorker. Mientras la verdad importe, habrá alguien dispuesto a develarla
H. M. G.
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