miércoles, 14 de diciembre de 2016
VIOLENCIA
¿De dónde sale la violencia de la gente? ¿Por qué a lo largo de la historia nos matamos, nos exterminamos, pasamos de las piedras a las espadas y a las armas químicas? Por supuesto que para encontrar las razones debemos bucear en la cultura, en cómo se fueron esculpiendo sociedades, límites, ritos. De eso se ocupan sociólogos, historiadores y filósofos, que desde siempre se han preocupado por la naturaleza humana. Pero quizá también haya algo evolutivo en las raíces de nuestro comportamiento a las piñas.
Algo así pretende demostrar un trabajo reciente publicado en Nature -esa reina de las revistas científicas- llamado Las raíces filogenéticas de la violencia letal humana, en el que José Luis Gómez y sus colegas de la Universidad de Granada buscan entender y hasta reconstruir cómo se inició la violencia humana allá en el origen de la especie, hace unos 200.000 años. Claro, al no haber sección de policiales o testigos de la época no queda otra que reconstruirla a partir de modelos teóricos que, en este caso, son comparativos entre especies, incluyendo primates y otros mamíferos. Como detectives forenses, analizan unos cuatro millones de muertes de más de 1000 especies de mamíferos, desde ratones hasta monos.
Para meter a los homo sapiens en la bolsa aprovecharon datos antropológicos de muertes violentas del Paleolítico en adelante. Haciendo muchos números estimaron la proporción de muertes que podrían deberse a la violencia entre miembros de la misma especie. Así, llegaron al dato de que la violencia letal de los primerísimos mamíferos podría ser la causante de 1 de cada 300 muertes (un 0,3%) y, haciendo más números y comparaciones (y, claro, algunas suposiciones quizás algo osadas), determinaron que entre los primeros humanos estas muertes violentas representaban un 2% de todos los muertos, un número bastante alto en comparación con el promedio de los mamíferos. La idea -no muy alentadora- es que la violencia en mamíferos fue escalando y hasta tendría algún rasgo heredable.
Tampoco fuimos siempre iguales: hace entre 500 y 3000 años fuimos unas verdaderas bestias, matando a troche y moche, y desde entonces -más allá de los períodos de guerras mundiales- las tasas comenzaron a bajar. Una buena noticia es que la proporción actual de muertes violentas es de 1 de cada 10.000 muertes, lo que comparado con los primeros humanos es bastante alentador. Algo hemos aprendido en el camino.
El artículo ha levantado bastante polémica en el camino. Hay quienes dicen que la violencia es demasiado compleja como para ser tratada así, como números y comparaciones evolutivas, o que las cuestiones culturales van por otros carriles que las filogenéticas. Hay otras visiones, como las de Steven Pinker, que en su libro Los buenos ángeles de nuestra naturaleza se felicitaba de que nuestras sociedades habían ido consiguiendo una coexistencia cada vez más pacífica a lo largo de la historia. Gómez y sus colegas no lo niegan, pero parten de un nivel de violencia exageradamente alto para lo que es el resto de nuestros animales cercanos.
Las pruebas antropológicas y arqueológicas a veces parecen darles la razón. Otro estudio reciente sobre una tremenda masacre de cazadores-recolectores en África que ocurrió hace unos 10.000 años parece decirnos que nacimos con la guerra en la sangre. Cuando Obama recibió el Premio Nobel de la Paz pareció estar de acuerdo con esta campana: "La guerra apareció con el primer hombre y no la vamos a erradicar". Pero, de nuevo, las opiniones están divididas, y hay quienes piensan exactamente lo contrario: que más allá de algunas riñas de importancia, las guerras y violencias sistemáticas fueron cuestiones más esporádicas en nuestra cultura.
¿Inventamos la guerra y la violencia letal? ¿O es algo que no podemos evitar? Hagan sus apuestas leyendo en los huesos y en la historia. Nuestra historia.
D. G.
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