viernes, 4 de agosto de 2017

ÍNTIMAS ELUCUBRACIONES...

Mi amor, buen día, le escribo desde una prudente, discreta y recelada mañana de verano. Aquí mis días transcurren como los soñé en estas ultimas décadas. En las primeras horas antes del amanecer, estando aún en la cama, leo y escribo con la compañía reposada de una vela. En noches de luna como hoy se divisan los contornos de las cordilleras, mientras me resguardo de la casa fría con una chalina de arabescos y unas medias de lana muy largas que me pongo al despertar.
Entre estas montañas con lagunas y arroyadas descubri un vergel. Quiero contarle que hace unos meses que no estoy solo. Encontré un prado de pastos y flores que desde la primavera me ofrece esquinas de sosiego, lo camino con devoción y elogio. Lo visito también en días de lluvia, para lo que construí un simple reparo con varejones de ramas y champas de pasto; allí enciendo fuego y hago té o arroz con ajo, cebollas e hinojos. En los días de sol me echo en el pasto y miro las copas de los árboles moverse con el viento hasta que me duermo por extensos minutos que llevan otra vez a la lectura, al pincel o a la simple deriva de mis pensamientos.


A veces, allí sentado recorro los muchos trechos de los recuerdos; muchos se insinúan una y otra vez como augurios y promesas de este prolongado descanso. Poniendo en mis ojos la historia puedo medir mis años por los muchos resguardos, casas, amparos que me cobijaron a lo largo de añadas de tanto hacer. Siempre tuve aquella necesidad de dar impronta y carácter a mis abrigos. Incluyendo mis casas en tantos países, parajes y ciudades. Todo siempre comienza como un enunciado de colores, luego y de a poco, van llegando los objetos; cuadros, siempre muchos libros que los uso como visitantes magnánimos y heroicos, porque la palabra y el idioma siempre contuvieron romance, razón, sueños, en las fronteras de la felicidad y el drama. Mismo aquí en este simple reparo de aire libre he buscado aquella compañía amable de objetos agrestes.


Por lo demás, en mi nuevo prado, me olvido de todo, del golpear de cacerolas, del hacer de cocinas, del requerir de señores que me interpelan en noches tardías de restaurantes cuando las mesas ya repletas no ofrecen tenida u hora, quedando la puerta como respuesta. Hace meses que no llevo dinero en mis bolsillos o reloj, y si tengo que saber que día de la semana es debo realizar complejas requisas en mi memoria, recurrir al almanaque buscando medida en el pasado.
Aquí, entre estos pastizales, árboles de cobijo no existe la evaluación del silencio, el recuento de galardones, el registro de victorias o fracasos. De hecho el tiempo gobierna los días de una forma diferente se almuerza a la hora del hambre y se duerme indiferentemente de noche o de día. Aquí el tiempo sólo convalida lo fundamental, elemental e indispensable.
Mi cocina siempre abrazó desde atrás a la escena, al embellecimiento de los espacios, de festejos y hechos, ya que no hay lugar a agasajo, banquete o festín sin la circunstancia de aquella ambientación que puede pasar inadvertida o tener tanta presencia que preside conversacion y silencio, es un lenguaje casi invisible que rodea al visitante sin que él lo sepa haciéndolo encontrar un remanso de unión, una armonía cautiva y coloreada entre tibios abrazos de serenidad.
Al igual que con mi paz con usted, mis ojos prendados por cada pliegue y secreto de su piel, aquí encontré un reposo que excede al descanso.
Y de noche, mi amor, cuando me voy a dormir deseo, para no estar solo, escuchar la lluvia golpear el techo de lata; entonces la siento conmigo arropada en años de amores y gloria, juntos, hechizados por la vida; recibida, otorgada, compartida en el paso a paso de nuestra tan valorada individualidad.

F. M.

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