martes, 31 de octubre de 2017

ARTE MEXICANO EN EL MALBA


En suma, son 170 obras de más de 60 artistas de la primera mitad del siglo XX las que pueden verse en el Malba 

Para Octavio Paz, había muchas maneras de acercarse a una obra de arte. "Contemplar el cuadro cara a cara, en actitud de interrogación, desafío o admiración; en forma oblicua, como aquel que cambia una secreta mirada de inteligencia con un transeúnte; en zigzag, avanzando y retrocediendo con movimientos de estratega; midiendo y palpando con la vista, como el convidado goloso examina una mesa tendida; girando en círculos, a semejanzas del gavilán antes de descender", escribió en Los privilegios de la vista. Los cinco puntos de vista imaginados por Paz convergen en la inconmensurable muestra México Moderno. Vanguardia y revolución, que se inaugurará el jueves en el Malba. Con ella, el museo reabrirá al público tras una serie de reformas que lo mantuvieron cerrado tres semanas.
Con 170 obras de más de 60 artistas mexicanos de la primera mitad del siglo XX, la muestra invita a recorridos directos, cómplices, reflexivos o, como sugirió el premio Nobel de Literatura 1990, para hacer con "la mirada imantada". En cuatro núcleos temáticos se podrán ver por primera vez en la Argentina obras de Diego Rivera, como la monumental Río Juchitán, y otras de David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo y Frida Kahlo. De ella, emblema de la cultura mexicana en el mundo entero, se exhibe la "obra con espejo" Fulang Chang y yo, propiedad del MoMA.
La invasión mexicana en Buenos Aires no sería completa si faltaran trabajos de artistas menos conocidos, cuya obra perdura a la sombra de los grandes nombres. En la órbita de Rivera, Siqueiros y José Clemente Orozco, trabajaron pintores como el Dr. Atl (seudónimo de Gerardo Murillo) y su pareja, la extraordinaria y redescubierta Nahui Ollin (seudónimo de Carmen Mondragón, de la que se exhiben dos obras encantadoras), Agustín Lazo y la pintora de Jalisco María Izquierdo, que cautivó a Antonin Artaud.
Influida por el espíritu colaborativo que gobernó el trabajo de los artistas en los años revolucionarios, la exposición parte de un acuerdo del Malba con el Museo Nacional de Arte de México (Munal) y se incluyen obras de distintas colecciones públicas y de particulares. Pinturas de pequeño, mediano y gran formato, fotografías de Tina Modotti e Imogen Cunningham, grabados, máscaras indígenas y dibujos nunca antes vistos de Kahlo fueron organizados en segmentos temáticos por tres curadoras: Victoria Giraudo, del Malba, y Ariadna Patiño Guadarrama y Sharon Jazzan Dayan, que viajaron desde México. El Munal posee más de tres mil metros cuadrados y alberga obras que abarcan cinco siglos de historia: uno de los capítulos más importantes está ahora en Buenos Aires.


Fulang Chang and I (1937), óleo y espejo, de Frida Kahlo, llega de la colección del MoMa. Foto: MALBA
Una santísima trinidad
La Revolución mexicana de 1910 terminó con la dictadura de Porfirio Díaz, que se había extendido por más de treinta años. Nacionalista y agraria, la revuelta carecía de un programa ideológico, que, luego de conflictos armados, más de un millón de muertos y sucesivas reformas, se asentó en un curioso régimen constitucional de partido único. A ese nuevo Estado mexicano le hacía falta una plataforma cultural, que proveyó José Vasconcelos, hombre de genio de América latina, influido por Domingo F. Sarmiento. Ministro de Educación Pública por pocos años, Vasconcelos convocó a escritores, músicos y pintores para impulsar el arte popular. A los artistas les dio cientos de metros cuadrados en edificios públicos para que pintaran murales en los que confluían tradiciones prehispánicas, indígenas y extranjeras. Tres de esos artistas, formados en Europa y Estados Unidos, conforman la trinidad del arte mexicano: Rivera, José Clemente Orozco y Siqueiros. Sus obras y biografías permiten entender los vericuetos que los artistas deben atravesar cuando el gran mecenas del arte es el Estado. Los tres rindieron culto a una ideología paradójica, revolucionaria y a la vez oficial.
En México moderno se perfila una muestra dentro de la muestra mayor. Las distintas etapas de Rivera, su relación con el cubismo y con la lucha revolucionaria (que dotó su obra de cierta pesadez) aparecen iluminadas. En el marco de la exposición se exhibe por primera vez la hermosa obra de Rivera Baile en Tehuantepec, recientemente adquirida por el fundador del Malba.


L. Carrington, una de las artistas europeas que fusionaron su obra con figuraciones del mundo indígena. Foto: MALBA
Heterodoxos y surrealistas
Para muchos, Tamayo es el mejor artista mexicano de todos los tiempos. Su cálida obra, para nada grandilocuente o panfletaria, se destaca junto a las obras simbolistas de Saturnino Herrán, los retratos de Adolfo Best Maugard y las sátiras visuales de Orozco, también presentes en el Malba. ¿Qué político resistiría hoy sin chistar una imagen como El demagogo, pintada por Orozco en 1946? Hay que visitar la sala dedicada a la revolución social y preguntárselo, como quería Paz, de cara a la obra.
La muerte tiene un lugar central en la cultura mexicana. A veces es una vieja amiga desdentada, como en el grabado de José Guadalupe Posada, artista-bisagra entre el siglo XIX y el XX. Ritos mortuorios, sueños y presagios del más allá se filtran en las obras de Manuel Rodríguez Lozano y en la única pintura exhibida firmada por Francisco Goitia, que revela con crudeza el lado B de la Revolución mexicana. Otra creadora de un memento mori tan impactante como sintético es Olga Costa, exiliada de origen alemán. Su obra se encuentra en la sala dedicada a los artistas influidos por el surrealismo.
El sentido de universalidad y apertura del arte mexicano se evidencia también en la cantidad de talentos que llegaron de Europa para fusionar su obra con figuraciones del mundo indígena. Tras los pasos de André Breton, artistas como la española Remedios Varo, la inglesa Leonora Carrington y el austríaco Wolfgang Paalen, entre otros, encontraron en México, durante los años cuarenta, una plataforma onírica, mágica y levemente desquiciada. ¿Se necesitan motivos para amar a México? En ese caso, hay que visitar el Malba de noviembre a febrero de 2018.
Muerte y color


Foto: MALBA
El Día de los Muertos es una tradición mexicana, fiesta de alegría y color que recuerda que los seres queridos no se han ido. El jueves 2, en la apertura de México Moderno, se levantará un altar en la explanada del museo. La decoración comenzará en las rampas de acceso, con guirnaldas y calaveras que el público podrá colocar para completar un recorrido de flores y elementos típicos de la cultura mexicana. El altar permanecerá hasta La Noche de los Museos, el próximo sábado.
Para agendar
México Moderno. Vanguardia y revolución, del 3 de noviembre al 19 de febrero de 2018 en el Malba.
Inauguración con reformas
El jueves, cuando el Malba reabra sus puertas luego de tres semanas de trabajos en la planta baja, los visitantes se encontrarán con un hall abierto, similar a una plaza, con tres espacios bien diferenciados. A un lado, el mostrador con las boleterías y pantallas para brindar información al público. Junto a la escalera que lleva a la sala de acceso libre en el subsuelo, se montó la librería y tienda de regalos del Malba. Y el restaurante, que estuvo cerrado durante dos meses, ya no estará separado del museo por una pared de vidrio. Ese día, Ninina abrirá su tercer local en la ciudad de Buenos Aires. Los trabajos estuvieron a cargo del estudio del arquitecto español Juan Herreros, que viajó al país para supervisar las obras. "Concebimos el espacio como una transición entre el bullicio de la ciudad y las salas de exposición", dijo Herreros. Hace pocas semanas, el arquitecto que trabajó para museos en Oslo, Madrid y Lima, entre otras capitales del mundo, acaba de inaugurar un centro de convenciones en Bogotá.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.