lunes, 23 de octubre de 2017

INTELIGENCIA Y HUMOR

Todos los años desde 1991, a principios de octubre, se entregan en el Sanders Theatre de la Universidad de Harvard los premios Ig Nobel (un juego de palabras entre Nobel e ignoble, en castellano: innoble, bajo o mezquino). Distinguen diez trabajos que "primero hacen reír y después, pensar", según su fundador, Marc Abrahams, también creador y editor de la revista de humor científico Annals of Improbable Research, experimentos aparentemente grotescos, como preguntarse dónde hace más calor, si en el paraíso o en el infierno (según las pistas que da la Biblia, ¡en el paraíso!). Es una ceremonia desopilante, en la que en ocasiones intervienen como presentadores auténticos premios Nobel. Los nominados acuden disfrazados, hacen monerías en el escenario, vuelan globos y papelitos y todo el mundo se divierte en grande. Pero tras el supuesto despropósito las investigaciones a veces ocultan estudios rigurosos y el premio pretende honrar la creatividad y "estimular el interés por la ciencia".


"Queremos promover la curiosidad y cuestionar cómo se decide qué es importante y qué no, qué es real y qué no, en la ciencia y en todas las esferas de la vida", explican Abrahams y sus socios.


Bastan unos instantes para comprender que el objetivo no es nada banal. De hecho, quienes reciben la distinción se sienten orgullosos. Como nuestro célebre divulgador científico y reciente ganador del premio internacional Unesco-Kalinga por su tarea periodística y literaria como editor de la colección Ciencia que Ladra y en la TV, Diego Golombek, que lo obtuvo por su investigación en hámsteres sobre los efectos del Viagra (sildenafil) en el jet lag. Fue en 2007 y ese mismo año se premiaron trabajos que exploraron cómo se arrugan las sábanas, o cuáles son los efectos secundarios de tragar sables, entre otras insólitas propuestas.


Lo cierto es que, en pos del conocimiento, científicos de todo el mundo alumbran cada año investigaciones disparatadas. Pierre Barthélémy, periodista francés y creador del suplemento Planète, de Le Monde, reunió varias de ellas en el delicioso Crónicas de ciencia improbable (editado en 2014 por Blackie Books). Al correr de sus páginas, uno se entera de que un artículo publicado en Current Zoology se preguntó si era contagioso el bostezo en las tortugas (y, después de varios meses de intentos, constató que... no); otro en el European Journal of Physics demostró que el universo no está en contra de nosotros y que la culpa de que las tostadas con mermelada siempre aterricen del lado "malo" la tienen las leyes de la física, y que, en ciertas condiciones, sortear los cargos para diputados, como se mostró en la revista de prepublicaciones científicas ArXiv, puede mejorar la tarea legislativa.
En 2011, por ejemplo, un equipo de psicólogos de los Países Bajos se propuso confirmar si "las mujeres vuelven locos a los hombres" partiendo de que ciertas pruebas cognitivas mostraban que los caballeros heterosexuales obtenían peores resultados después de haber discutido con una dama y que lo inverso no era cierto. Aparentemente, según los biólogos, esto ocurre porque los señores tienen más capacidad para sexualizar o sobreinterpretar señales que envían las personas del otro género en la vida cotidiana. Pero esto tiene un costo: ellos consumen sus recursos cognitivos "evaluando sin cesar a su compañera para determinar su valor como reproductora", controlando sus emociones y concentrándose en la imagen que desean ofrecer. El experimento, que se publicó en Archives of Sexual Behavior, consistió en una prueba lingüística y confirmó la hipótesis: aunque el ejercicio estaba automatizado, los que creyeron que la evaluadora era mujer obtuvieron peores puntajes.
Ya lo decía Isaac Asimov: "La frase más emocionante que uno puede escuchar en ciencia, la que precede nuevos hallazgos, no es «¡eureka!», sino «¡qué gracioso!»".
N. B. 

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