sábado, 21 de octubre de 2017

HACERSE CARGO....BULLYING


MIGUEL ESPECHE

Ellos son los malos de la película y nadie podría desmentirlo. Acosan, burlan, insultan, denigran. Son cancheros, fuertes, crueles. Y son ganadores, al menos, según los parámetros a los que suscribe buena parte de nuestra sociedad.

Se habla mucho de sus víctimas, los acosados por ese fenómeno que, según la "bajada de línea" que proviene de los Estados Unidos, se llama bullying y que, en criollo antiguo, es cargada, burla, denigración y humillación sistemática, siempre en un ámbito cerrado del que no se puede escapar, como un colegio.
Los hechos puntuales distraen respecto de los (dis)valores que subyacen a este fenómeno. Un suicidio, un relato desgarrador... escenas que trae la crónica y que son parte de la realidad, pero que, a la vez, la ocultan. Es que el fenómeno de la violencia en los colegios (oficinas, fábricas, etc.) es más que lo que se ve desde la anécdota dramática.
Los chicos que acosan sistemáticamente a otros son también los perjudicados por una forma cultural de valorar la vida. Esos chicos humillan (burlan, pegan, someten) porque haciendo eso sienten que se salvarán de ser ellos los que sufrirán igual destino. Por eso, cuando en los colegios los chicos se dedican a competir de forma violenta, segregando a los que se consideran débiles, diferentes o perdedores, lo que debemos es percibir qué tipo de valores anidan en la comunidad educativa en su conjunto. Comunidades muy competitivas generan angustia en los chicos, la que se canaliza a través de hacerles a los "débiles" y "distintos" lo que ellos temen sufrir.
En cambio, comunidades que prestigian los sistemas de colaboración, la validación emocional, el trabajo en equipo y la firme autoridad ordenadora tienen más elementos para atemperar los impulsos agresivos que surgen del miedo y la hipercompetencia.


Pensar así las cosas evita buscar venganza contra los "cancheros", los crueles, los "bulleadores", promoviendo una genuina mutación en los paradigmas educativos para lograr no sólo poner límites a la crueldad, sino diluir sus raíces hasta que éstas desaparezcan, permitiendo el crecimiento de nuevas posibilidades, más interesantes y fecundas. No se trata de defender a los "débiles" sino de cambiar la idea de lo que es ser débil o fuerte.
Los chicos no nacen violentos. Suelen serlo cuando creen que ser fuerte es maltratar. Cuando, con la guía de los grandes, descubren que hay algo mejor que eso, tienen la oportunidad de cambiar el juego, algo que vale la pena lograr al educar para la paz y la convivencia.


El autor es psicólogo y psicoterapeuta

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