domingo, 29 de octubre de 2017

LECTURA RECOMENDADA


La Escuela Neolacaniana de Buenos Aires, de Ricardo Strafacce
Sátira zumbona sobre el mundo psi

Ricardo Strafacce ya se hizo un lugar en la literatura argentina con su monumental Osvaldo Lamborghini. Una biografía, publicado en 2008. Un libro que si bien está apuntalado por una minuciosa y obsesiva investigación sobre la vida y obra del autor de El fiord, se encuentra lejos del género "biografía" tal como suele entenderlo el mercado editorial; es, en todo caso, un ensayo biográfico con una potencia de escritura que logra trascender su objeto de estudio y alcanzar por sus propios méritos valor literario autónomo.
Al mismo tiempo, desde fines de los años noventa, Strafacce viene construyendo una obra narrativa prolífica compuesta por más de una decena de novelas cortas como Carlutti y Pareja, El Parnaso Argentino, Frío de Rusia y La transformación de Rosendo, en las que fue puliendo un estilo narrativo propio, que no por ello oculta sus filiaciones con cierta zona de la literatura rioplatense como el propio Lamborghini, Copi, César Aira y Mario Levrero.
La Escuela Neolacaniana de Buenos Aires toma como punto de partida algunos rasgos característicos de ciertos seguidores vernáculos de Jacques Lacan y los caricaturiza. Los neolacanianos de Strafacce, por citar uno de los hallazgos de la novela, tienen particular habilidad para pronunciar, en el momento indicado de sus exposiciones orales, ciertas palabras en bastardilla. "Todos eran muy diestros en la pronunciación de bastardillas orales," consigna el narrador con sorna en las primeras páginas.
El relato comienza con las reuniones de un grupo de psicoanalistas "exitosos en lo económico y, quien más quien menos, con cierto reconocimiento académico" que se caracterizan por "verduguear" a sus pacientes; esto es, someterlos a diversas técnicas de maltrato. "Desde el archiconocido truco de despedir al paciente a los cinco minutos de iniciada la sesión, hasta el de cobrar las que caían en días feriados con negativa explícita a reponerlas, pasando también por el popular recurso de hablar por teléfono durante toda la sesión", los miembros de la asociación a lo largo de su carrera profesional han ido desarrollando técnicas cada vez más sutiles, novedosas y sofisticadas. Hasta que una noche deciden llevar el planteo al paroxismo y realizar una sesión especial con sus pacientes en una casa en un country.
Cultor asiduo de la hipérbole, de los diálogos chispeantes, de una imaginación disparatada, aunque la acción pueda desbocarse abruptamente, las riendas del estilo y de la sintaxis nunca se le descontrolan a Strafacce. Así es como logra despacharse con una sátira delirante, sangrienta y zumbona sin perder la compostura, sin dejar de ser un escritor sobrio, preciso y medido.
La Escuela Neolacaniana de Buenos Aires
Por Ricardo Strafacce
Blatt & Ríos. 126 páginas. $ 240

M. C.



El vendedor de pasados, de José Eduardo Agualusa
Influencia sin la menor angustia



El papel de Jorge Luis Borges como único centro a partir del cual construir una literatura fue uno de esos asuntos que entre los escritores argentinos suscitó verdaderos debates -y verdaderas angustias- hasta que la obra del autor de Ficciones ingresó, sin otra fuerza que la del reconocimiento unánime, al gran mercado de la literatura universal. La fecha de ese ascenso definitivo a la posteridad coincidió con el aniversario de los diez primeros años de su muerte (1999), una época que entre merecidos homenajes, un rediseño radical del mercado editorial argentino y la renovada publicación de toda su obra, fijó las condiciones para que Borges se expandiera hasta los puntos más recónditos del planeta.

La angustia de la "influencia borgeana", entonces, dejó de ser un problema para los escritores argentinos y se convirtió, traducciones mediante, en un problema para todos los demás. Ahora bien, fue también a partir de ese momento que los laberintos, las trampas de la memoria, los espejos, lo onírico, las sospechas ante los hilos que atan la realidad y la literatura como instrumento capaz de vulnerar cualquier sentido -bajo la consabida figura de la biblioteca- se transformaron en los rasgos más inmediatos y superficiales de un "Borges for export".
Es bajo ese espíritu fascinado precisamente por las más estrictas obviedades borgeanas que el angoleño José Eduardo Agualusa (Huambo, 1960) parece haber sellado en El vendedor de pasados su vínculo con un autor del que se reconoce particular lector. ¿Pero basta la admiración -incluso la de un escritor galardonado este año con el International Dublin Literary Award- para edificar una novela?
Ésa es una pregunta cuya respuesta puede demandar de los lectores una cuota excesiva de buena voluntad. En principio, la historia, que comienza con un sospechoso epígrafe atribuido a Jorge Luis Borges y se ambienta en África, presenta a un narrador que, como el Minotauro de "La casa de Asterión", asegura no haber atravesado nunca los límites de su propiedad. Es entonces cuando llega un "extranjero misterioso" -el primero en un desfile de figuras vagas que aparecen y desaparecen- a la búsqueda de Félix Ventura, "un hombre que traficaba memorias, que vendía pasados, secretamente, como otros contrabandeaban cocaína".
Los hábitos de Félix Ventura son pocos y previsibles, y aun quien sólo conozca a Borges por los rigores de las lecturas escolares podría reconocerlos. Como un bibliotecario exótico, archiva noticias raras y cultiva "un amor por las palabras antiguas". Por si restara alguna duda, en un cuarto enorme "embrujado por pesados espejos" llega a tener lugar cierta epifanía erótica que tampoco es difícil identificar a través del estilo: "Fue un relámpago, una revelación, la vi, multiplicada por los espejos, dejar caer el vestido y liberar los senos. Le vi las caderas anchas, sentí su calor y vi a mi padre, vi las manos poderosas de mi padre" (aunque cuando al narrador lo seduce el suicidio, abundan, en cambio, frases sobre "supersticiones urdidas demoradamente por el vasto terror de los hombres").
Anclada de un modo transparente en todos los fetiches léxicos y temáticos borgeanos, El vendedor de pasados se esfuerza así por avanzar contra su propia tendencia a empantanarse entre especulaciones acerca de quién es quién y cuánto de ilusorio tiene el universo. De hecho, en sus peores momentos, y sin otra trama a la vista que una imitación cursi y acartonada de Borges, Agualusa aterriza en frases como: "Pasa con el alma algo semejante a lo que sucede con el agua: fluye. Hoy es un río. Mañana será un mar. El agua toma la forma del recipiente. Dentro de una botella parece una botella. Sin embargo, no es una botella".
Casi siempre desorientada para cumplir su juego, tal vez la única lección que ofrece la novela de Agualusa sea una respuesta valiosa sobre por qué el propio Borges nunca escribió una novela.


EL VENDEDOR DE PASADOS
José Eduardo Agualusa
Edhasa
Trad.: Rosario Peyrou
N. M. 

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