Si te pido que pienses en animales asesinos, es muy posible que vengan a tu memoria tiburones, cocodrilos o leones. Pero, como suele sucedernos, somos bastante malos identificando riesgos reales de fantasías. A pesar del efecto sobre nuestra conciencia colectiva del célebre film de Spielberg, los tiburones sólo matan en promedio a seis personas al año. El rey de la selva, por su parte, es responsable por poco más de veinte. Con mil muertes anuales, el cocodrilo supera por bastante a los otros.
Todos estos salvajes predadores empalidecen frente a las 35.000 muertes anuales causadas por un animal mucho más temible: el perro. Pero incluso éste está muy lejos del animal más asesino que existe en nuestro planeta, causante de veinte veces más muertes que los demás sumados. ¿Te diste cuenta ya de qué peligrosísima criatura estamos hablando? Con 750.000 víctimas por año, el trono le corresponde. al mosquito. Portador de enfermedades como el dengue, la fiebre amarilla y la malaria, ni siquiera los seres humanos matan tantas personas como él.
Se encuentran referencias a la lucha contra ellos ya en el Antiguo Egipto y en el Imperio Romano. A lo largo de la historia, hemos intentado combatirlos con repelentes, venenos y otros métodos: después de que los mosquitos mataran decenas de miles de franceses durante la primera etapa de la construcción del Canal de Panamá, los estadounidenses retomaron la tarea secando los pantanos para bloquear la reproducción de los insectos.
Erradicar la malaria y las demás enfermedades que estos transmiten requeriría de millones de redes protectoras, el desarrollo de vacunas y la difusión de insecticidas, por un costo de cientos de miles de millones de dólares. Pese a los intentos realizados hasta ahora por instituciones como la Fundación Gates, las víctimas se siguen acumulando, especialmente en los países más pobres. Pero nuestros métodos se están sofisticando y, por primera vez, tenemos la chance concreta de reducir drásticamente el impacto de estos inesperados asesinos.
Por un lado, una empresa creada por Google acaba de presentar un robot capaz de criar y liberar controladamente un millón de mosquitos a la semana. Pero hay una trampa: los insectos son machos y están infectados con una bacteria que los deja estériles. Las hembras se aparean con ellos, pero los huevos que resultan no se desarrollan, reduciendo la población en la siguiente generación. La máquina está actualmente siendo probada liberando a los insectos en California.
Por otro, quizá la mayor oportunidad resida en la manipulación genética directa utilizando el método conocido como CRISPR-Cas9, el sistema de edición de ADN que permite quitar fragmentos y reemplazarlos por otros en el genoma de seres vivientes. Operando directo sobre el código genético, es hoy posible crear mosquitos transgénicos que resultan resistentes a las bacterias que causan las enfermedades que transmiten. De este modo, el insecto mutante no puede infectarse con malaria o dengue y por ende deja de esparcir estas enfermedades.
¿Cuál sería el impacto sobre los ecosistemas si, expandiendo la esterilidad, forzáramos la extinción de los mosquitos?
¿Qué pasaría si alguno de estos genes manipulados presenta efectos inesperados o se expande a otras especies? Como siempre sucede con las tecnologías más poderosas, la creciente capacidad que tenemos hoy de manipular la genética e incidir sobre nuestro entorno conlleva una enorme promesa y una igualmente grande responsabilidad.
S. B.
S. B.
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