domingo, 8 de octubre de 2017

AJEDREZ....HOMBRE vs MÁQUINA


 Se cumplieron 20 años de aquel match leonino. El juego arrancó a las 3 de la tarde en Nueva York y durante la siguiente hora, por primera vez en la historia, una máquina derrotaría a un campeón mundial de ajedrez. En  mayo de 1997, Gary Kasparov cayó frente a Deep Blue, una supercomputadora creada por IBM. En febrero del año anterior, el campeón humano había vencido al coloso de silicio. Ahora, recargada, la máquina buscaba revancha.


No, en realidad no buscaba nada. Ése es precisamente el problema.
La nueva Deep Blue, apodada Deeper Blue (Azul Más Profundo), era capaz de ponderar 200 millones de posiciones por segundo. En términos de fuerza bruta de cómputo, podía resolver más de 11.000 millones de operaciones de coma flotante por segundo. Pongámoslo así: Kasparov habría necesitado 8000 años para hacer a mano la misma cantidad de cálculo que Deep Blue completaba en un segundo.
Conocí a Gary Kasparov hace siete años. Habría querido decirle lo que opinaba de aquel match delirante. Pero todo el mundo quería estrecharle la mano y el momento pasó.
Lo que quería decirle, lo que había escrito en ocasión de ese juego, era muy simple. Gary, usted jugó al ajedrez, pero la máquina no. La máquina ni siquiera sabía dónde estaba.
Ahora, dos décadas después, la confusión es todavía más apremiante y la polémica nos involucra a todos. No ya a los jugadores de ajedrez. Kasparov fue tan sólo la primera víctima de un formidable malentendido. Si midiéramos todas las competencias con esta misma vara retorcida, Usain Bolt debería vérselas con Porsches y Ferraris. Pero entendemos que no se puede enfrentar la fuerza descomunal de un motor de 600 caballos con las piernas del velocista jamaiquino.
Los cerebros electrónicos emulan algunas funciones mentales y eso nos confunde. De cierta forma, creemos que la aritmética y la lógica son toda la mente. No es así.


Le habría dicho a Kasparov, esa tarde, que voy a aceptar que la computadora ganó al ajedrez cuando esa mente sintética tenga ganas de jugar, cuando le guste jugar, cuando anhele el triunfo. Cuando esa mente sepa dónde se encuentra y por qué está allí. Cuando sienta miedo de perder, cuando le transpiren las manos y perciba en la yema de los dedos la tibia madera de las piezas, justo antes de acometer una jugada que podría ser fatal, y cuando esa tibieza, por una azarosa asociación de ideas que la lleva hasta su infancia, hasta su primer tablero, le haga cambiar de idea y decida, no por la fuerza bruta del cálculo, sino por una súbita corazonada, hacer una movida diferente. Aceptaré, Gary, que un artefacto construido por el hombre ha ganado al ajedrez cuando le cueste dormir la noche anterior, cuando atraviese una crisis conyugal, cuando aprenda a llorar de alegría. O a reírse de sí mi
Gary, Deep Blue ni siquiera se enteró de que había ganado.


Desde el día en que el Gran Maestro nos visitó, la inteligencia artificial avanzó sin pausa. Es un enorme logro de la civilización y es probable que nos ayude a resolver algunos de los problemas más urgentes que enfrenta la humanidad. Pero no nos hemos podido deshacer de los torneos circenses. En 2011, otro sistema de IBM, llamado Watson, destrozó a dos campeones de Jeopardy!, un certamen de preguntas y respuestas estadounidense. Watson puede leer un millón de libros por segundo. En 2016, una supercomputadora de Google nos arrebató el go, un juego que ofrece más movidas que átomos existen en el universo. Un juego ideado por humanos hace 25 siglos.A  décadas de la derrota electrónica de Kasparov. Soy el primero en maravillarme con la inteligencia artificial. Caramba, le hemos enseñado al silicio a sacar cuentas. Pero ese día Deep Blue no jugó al ajedrez. Sólo los humanos sabemos jugar. Es algo que aprendemos desde pequeños.

A. T. 

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