Por qué las tasas altas no tumban el consumo
Por la baja bancarización, tasas muy positivas no tienen un efecto contra el consumo.
Economía
En la licitación de Lebacs de esta semana, tal y como preveían los analistas, el Banco Central subió las tasas de los vencimientos más largos haciendo que los inversores empezaran a abandonar los 28 días y aceptaran estacionarse en ese instrumento por hasta 274 jornadas, en la búsqueda del premio de 27,35% anual que garantizaba la entidad.
De cumplirse las expectativas de inflación, que según el REM están en torno al 17,1% para los próximos doce meses, las colocaciones de más largo plazo estarían rindiendo un 8,75% en términos reales; una ganancia difícil de conseguir en otro tipo de inversiones alternativas.
Desde la perspectiva del Banco Central, semejante rendimiento positivo debería contribuir a que la gente piense más en pesos y menos en dólares, pero al mismo tiempo en la previa de las elecciones es una fuerte señal que busca construir reputación para una Autoridad Monetaria que procura coordinar a los formadores de precios para que piensen los contratos del 2018 sobre la base de una inflación máxima del 12%.
Los programas de metas de inflación como el que gobierna la política monetaria de nuestro país, operan además por dos canales complementarios. En un contexto internacional de abundante liquidez, donde los bonos a 10 años de los países desarrollados rinden 2% en dólares, e incluso hay países pagando tasas negativas, la garantía de un rendimiento positivo que puede mantenerse incluso comprando un seguro de cambio, atrae fondos frescos en moneda extranjera cuyo efecto inmediato es deprimir el dólar, frenando los precios de los bienes transables que dependen de la cotización de la divisa norteamericana.
El tercer canal, que es el que todos tienen en mente cuando se habla de tasas altas, es el de la contracción del consumo, que funciona presionando a los empresarios a frenar los aumentos para poder colocar la producción. Por esta razón el propio presidente del BCRA se ganó el apodo de Capitán Frio, puesto que se interpreta que su política le pone el freno de mano a la economía.
Los datos objetivos en materia de producción, muestran sin embargo otra historia. El índice general de actividad de la consultora de Orlando Ferreres y asociados, que replica con extraordinaria exactitud al estimador mensual del INDEC, creció 5,4% en julio y el cálculo del Ministerio de Hacienda es que el consumo creció al 4,8% en el último mes para el que hay datos. Estos números están en línea con el crecimiento de la recaudación de impuestos asociados al movimiento de la economía; el IVA crece al 12% en términos reales y una cosa similar ocurre con el famoso impuesto al cheque, que se mueve al compás de la actividad formal.
Una segunda hipótesis que se escucha mucho en los medios es que las tasas altas resienten la inversión productiva, porque ante la alternativa de hundir capital en una aventura de riesgo, los empresarios optarían por el confort de las LEBACS. Pero otra vez mas, los números en materia de inversiones desmienten esta idea; de hecho, de los cuatro determinantes de la demanda global, la formación bruta de capital fijo lidera el crecimiento expandiéndose al 10% interanual.
Y no es la primera vez que pasa esto; hace exactamente catorce años atrás las tasas de LEBACS promediaban 22%, con una inflación del 3% y sin embargo ese año el consumo creció al 8% y la inversión al 36%. Es cierto, no obstante, que la trayectoria de las mismas era decreciente y ello explica parte de la recuperación.
Preguntas y respuestas La pregunta obvia es por qué razón el crédito tan caro no frena el consumo, y las explicaciones son varias. La primera de ellas es que en Argentina los mercados financieros están tan subdesarrollados que, a diferencia de lo que ocurre en la mayor parte de occidente, el 92% del consumo se hace al contado y solo el 8% se efectúa con alguna forma de crédito, de modo que el impacto de la tasa se ve acotado porque en el mejor de los casos le pega a una porción muy pequeña del consumo.
La segunda es que no hay educación financiera en nuestras escuelas y la gente tiene enormes dificultades para representarse mentalmente tasas y porcentajes abstractos. Si no me cree, cierre los ojos y piense lo que podría hacer con un préstamo personal de 50.000 pesos. Según el interés particular de cada uno, viene a la mente el cambio de un auto, un viaje soñado, el arreglo de la casa que viene postergado, o un electrodoméstico, pero en cualquier posibilidad que se piense, la foto es clara en la imaginación. Ahora cierre los ojos y piense en el costo financiero total del 72% que le cobrará el banco. En este caso no hay ninguna imagen que represente un numero frio y de hecho la representación mental de un costo financiero del 72% no difiere demasiado de la foto que aparece en nuestra imaginación cuando pensamos en un costo más bajo, digamos el 62%.
Por otro lado, si el efecto de las altas tasas es mantener el dólar barato, resulta que ese es un termómetro que usan la mayoría de los argentinos para formarse expectativas sobre lo que ocurrirá con la economía, porque las sucesivas crisis de los últimos 60 años, con la única excepción del efecto tequila que ocasionó la recesión de 1995, estuvieron acompañadas de fuertes devaluaciones, generando un condicionamiento casi tan fuerte como el que conseguía el psicólogo ruso Iván Pavlov en su laboratorio. Adicionalmente, el crecimiento de los salarios en dólares implica mayor capacidad de compra de los ingresos, medidos en bienes aspiracionales de clase media, como autos, electrodomésticos y viajes al exterior, que tienen la mayor parte de su precio dolarizado. El mejor ejemplo de eso acaba de verse esta semana, a partir de la publicación del Índice de Confianza del Consumidor que elabora la Universidad Di Tella; con el dólar pinchado la confianza subió 7,2% en septiembre y la predisposición a la compra de bienes durables trepó 22,2%.
Si las tasas solo impactan marginalmente en el consumo por el lado del crédito y resultan anabolizantes de la confianza, por su efecto en el dólar, entonces la política monetaria contractiva puede acabar incentivando el consumo en vez de frenarlo, máxime cuando contribuyen, por los otros dos canales mencionados, a bajar la inflación reforzando la capacidad de compra de los salarios.
En la licitación de Lebacs de esta semana, tal y como preveían los analistas, el Banco Central subió las tasas de los vencimientos más largos haciendo que los inversores empezaran a abandonar los 28 días y aceptaran estacionarse en ese instrumento por hasta 274 jornadas, en la búsqueda del premio de 27,35% anual que garantizaba la entidad.
De cumplirse las expectativas de inflación, que según el REM están en torno al 17,1% para los próximos doce meses, las colocaciones de más largo plazo estarían rindiendo un 8,75% en términos reales; una ganancia difícil de conseguir en otro tipo de inversiones alternativas.
Desde la perspectiva del Banco Central, semejante rendimiento positivo debería contribuir a que la gente piense más en pesos y menos en dólares, pero al mismo tiempo en la previa de las elecciones es una fuerte señal que busca construir reputación para una Autoridad Monetaria que procura coordinar a los formadores de precios para que piensen los contratos del 2018 sobre la base de una inflación máxima del 12%.
Los programas de metas de inflación como el que gobierna la política monetaria de nuestro país, operan además por dos canales complementarios. En un contexto internacional de abundante liquidez, donde los bonos a 10 años de los países desarrollados rinden 2% en dólares, e incluso hay países pagando tasas negativas, la garantía de un rendimiento positivo que puede mantenerse incluso comprando un seguro de cambio, atrae fondos frescos en moneda extranjera cuyo efecto inmediato es deprimir el dólar, frenando los precios de los bienes transables que dependen de la cotización de la divisa norteamericana.
El tercer canal, que es el que todos tienen en mente cuando se habla de tasas altas, es el de la contracción del consumo, que funciona presionando a los empresarios a frenar los aumentos para poder colocar la producción. Por esta razón el propio presidente del BCRA se ganó el apodo de Capitán Frio, puesto que se interpreta que su política le pone el freno de mano a la economía.
Los datos objetivos en materia de producción, muestran sin embargo otra historia. El índice general de actividad de la consultora de Orlando Ferreres y asociados, que replica con extraordinaria exactitud al estimador mensual del INDEC, creció 5,4% en julio y el cálculo del Ministerio de Hacienda es que el consumo creció al 4,8% en el último mes para el que hay datos. Estos números están en línea con el crecimiento de la recaudación de impuestos asociados al movimiento de la economía; el IVA crece al 12% en términos reales y una cosa similar ocurre con el famoso impuesto al cheque, que se mueve al compás de la actividad formal.
Una segunda hipótesis que se escucha mucho en los medios es que las tasas altas resienten la inversión productiva, porque ante la alternativa de hundir capital en una aventura de riesgo, los empresarios optarían por el confort de las LEBACS. Pero otra vez mas, los números en materia de inversiones desmienten esta idea; de hecho, de los cuatro determinantes de la demanda global, la formación bruta de capital fijo lidera el crecimiento expandiéndose al 10% interanual.
Y no es la primera vez que pasa esto; hace exactamente catorce años atrás las tasas de LEBACS promediaban 22%, con una inflación del 3% y sin embargo ese año el consumo creció al 8% y la inversión al 36%. Es cierto, no obstante, que la trayectoria de las mismas era decreciente y ello explica parte de la recuperación.
Preguntas y respuestas La pregunta obvia es por qué razón el crédito tan caro no frena el consumo, y las explicaciones son varias. La primera de ellas es que en Argentina los mercados financieros están tan subdesarrollados que, a diferencia de lo que ocurre en la mayor parte de occidente, el 92% del consumo se hace al contado y solo el 8% se efectúa con alguna forma de crédito, de modo que el impacto de la tasa se ve acotado porque en el mejor de los casos le pega a una porción muy pequeña del consumo.
La segunda es que no hay educación financiera en nuestras escuelas y la gente tiene enormes dificultades para representarse mentalmente tasas y porcentajes abstractos. Si no me cree, cierre los ojos y piense lo que podría hacer con un préstamo personal de 50.000 pesos. Según el interés particular de cada uno, viene a la mente el cambio de un auto, un viaje soñado, el arreglo de la casa que viene postergado, o un electrodoméstico, pero en cualquier posibilidad que se piense, la foto es clara en la imaginación. Ahora cierre los ojos y piense en el costo financiero total del 72% que le cobrará el banco. En este caso no hay ninguna imagen que represente un numero frio y de hecho la representación mental de un costo financiero del 72% no difiere demasiado de la foto que aparece en nuestra imaginación cuando pensamos en un costo más bajo, digamos el 62%.
Por otro lado, si el efecto de las altas tasas es mantener el dólar barato, resulta que ese es un termómetro que usan la mayoría de los argentinos para formarse expectativas sobre lo que ocurrirá con la economía, porque las sucesivas crisis de los últimos 60 años, con la única excepción del efecto tequila que ocasionó la recesión de 1995, estuvieron acompañadas de fuertes devaluaciones, generando un condicionamiento casi tan fuerte como el que conseguía el psicólogo ruso Iván Pavlov en su laboratorio. Adicionalmente, el crecimiento de los salarios en dólares implica mayor capacidad de compra de los ingresos, medidos en bienes aspiracionales de clase media, como autos, electrodomésticos y viajes al exterior, que tienen la mayor parte de su precio dolarizado. El mejor ejemplo de eso acaba de verse esta semana, a partir de la publicación del Índice de Confianza del Consumidor que elabora la Universidad Di Tella; con el dólar pinchado la confianza subió 7,2% en septiembre y la predisposición a la compra de bienes durables trepó 22,2%.
Si las tasas solo impactan marginalmente en el consumo por el lado del crédito y resultan anabolizantes de la confianza, por su efecto en el dólar, entonces la política monetaria contractiva puede acabar incentivando el consumo en vez de frenarlo, máxime cuando contribuyen, por los otros dos canales mencionados, a bajar la inflación reforzando la capacidad de compra de los salarios.
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