El muerto que resucitó y embarazó a su viuda
Alfredo, hoy te voy a contar una historia apasionante, emocionante, esas historias que ocurren en circunstancias extremas, como es la guerra. Josefa Valle estaba casada con José María Salvadores, un primo de Mariano Moreno.
José María tenía doce hermanos y todos tuvieron una participación destacada en los conflictos político-militares de la época. Idealistas fervientes, los Salvadores estaban dispuestos a defender sus principios hasta con la vida. Tanto así, que seis de los hermanos murieron en la lucha por la Independencia en los campos de batalla de Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú.
Viendo el fatídico destino de los Salvadores, Josefa accedió a casarse sólo si el hombre le prometía que renunciaría a la lucha. A sus diecinueve años, ella quería marido para rato. El hombre, que estaba realmente enamorado, accedió con resignación.
El matrimonio vivía el apasionado romance típico de los primeros tiempos; José María era funcionario y trabajaba en su despacho. Cuando al atardecer volvía a su casa, con el ímpetu de los jóvenes amantes, se abalanzaba sobre su pulposa mujer y, antes de que cayera la noche, ya estaban revolcándose entre las cobijas.
Todo transcurría en calma, hasta que Juan Manuel de Rosas se entronizó en el poder. Familia de reconocidos ideales unitarios, los Salvadores de pronto estaban en problemas. Los hermanos que sobrevivieron a las luchas independentistas, caían ahora combatiendo en el nuevo escenario: uno fue fusilado en Santos Lugares; otro murió peleando junto al general Paz y el último perdió la vida bajo las balas rosistas en Mendoza.
Sólo quedaba José María, quien fiel a la promesa que le hiciera a su mujer, asistía con espanto al exterminio de su familia.Y claro, ambos sabían que, más tarde o más temprano, la temible Mazorca iba a venir por él también. De manera que, ante tan sombrío panorama planeó fugarse al Uruguay. El 3 de mayo de 1840 José María Salvadores, junto con otros compañeros de lucha, pusieron en práctica el plan: fueron hasta un muelle de la Rivera de las Barracas de San Telmo, pero, en el mismo momento en que estaban por abordar el vapor rumbo a Montevideo, fueron interceptados por un escuadrón de la Mazorca: habían sido delatados.
El grupo fue salvajemente atacado y sus integrantes murieron degollados por la partida rosista. Los cadáveres fueron abandonados a la orilla del río para que quedara claro cuál era el destino de los opositores. Josefa Valle recibió la noticia de la muerte de su marido con una mezcla de desconsuelo e incredulidad.
A la medianoche, la mujer escuchó con pánico que alguien llamaba a la puerta; segura de que ahora venían por ella, abrió con resignación: sin su marido no valía la pena seguir viviendo. Pero… en el momento en que extendía sus brazos para entregarse, descubrió que quien estaba ahí parado, herido, tembloroso y casi sin poder sostenerse, era su esposo.
José María se había hecho pasar por muerto y, cuando los atacantes se fueron, se escondió en una barraca hasta que oscureció. Bien entrada la noche, partió furtivamente de regreso a su casa.
Si todo el mundo estaba convencido de su muerte, razonaron, mejor sería que siguieran creyéndolo muerto y así podrían continuar viviendo juntos. Esa misma noche, Josefa acondicionó el sótano de la casa convirtiéndolo en una acogedora y pequeña vivienda, guardó riguroso luto y a partir de entonces comenzó a interpretar la parodia de la viuda. Celosa como era, Josefa ahora tenía a su marido sólo para ella.. El secreto y la clandestinidad agregaban condimento a la relación.
Todos ignoraban que la mujer llevaba una peculiar doble vida. Como ahora la casa le quedaba grande, Josefa aprovechó el salón que daba a la calle para poner una sastrería y zapatería. Los clientes, cada vez más numerosos, veían con admiración cómo la mujer se daba maña para afrontar sola semejante trabajo. Nadie sabía que el “difunto”, oculto en el subsuelo, hacía la mitad de la tarea. La viuda y el muerto eran un matrimonio feliz, hasta que sucedió lo previsible: Josefa quedó embarazada.
Los vecinos notaban con estupor cómo el vientre de la mujer, que todavía guardaba luto, crecía día tras día. La respetable viudita se convirtió, de pronto, en una traidora de la memoria de su pobre esposo. Muchos le retiraron el saludo. Ella se refugiaba en el silencio, sin dar explicaciones.
La “viuda” crió a su hijo “sola” y llevó su indecorosa maternidad con orgullo. Prefería perder la reputación a que las huestes de Rosas descubrieran el secreto. Mientras tanto, entre pilas de zapatos y trajes para remendar, Josefa y José María continuaban con su romance clandestino.
Así llegó… ¡el segundo embarazo! La indignación de los vecinos empezaba a poner en riesgo el negocio: en castigo por su deshonra, a Josefa cada vez le llegaba menos trabajo. La tienda iba a la ruina cuando, providencialmente, llegó la batalla de Caseros y, por fin, cayó el gobierno de Juan Manuel de Rosas.
Todo el barrio salió a festejar; uno de los primeros y, tal vez el que más motivos tenía para celebrar, fue el difunto José María Salvadores, que salió corriendo escaleras arriba rumbo a la calle. La gente, alelada, miraba cómo el muerto, pálido y con el aspecto de ultratumba que le conferían los doce años de ocultamiento en el sótano, gritaba festejando la caída de Rosas. Josefa corrió junto a su esposo; elevó los ojos al cielo y alzando los brazos clamó: -¡Milagro, milagro!
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