PERIODISTA ESPECIALIZADO EN POLICIALES
A todas les arruinó la vida.
Y todos sabían que lo haría, porque ya había estado preso por el mismo delito, había salido, lo habían encarcelado otra vez por un nuevo ataque y lo habían puesto otra vez en la calle.
Pero, claro, no le habían avisado a nadie.
Antes de esto, J.M.G. estudiaba, trabajaba cuidando a una señora mayor tres veces por semana y tenía novio.
Después de esto, todo lo normal se acabó.
“Dejé a mi novio. No pude seguir trabajando, ni estudiando. Al poco tiempo yo no quería salir de mi casa, ni ver a nadie”, le contó a la Justicia.
“Un año estuve encerrada. A mi novio le pedí que no me llame más. Vivía con mis papás, mi hermano más grande y mi hija, que cuando pasó esto tenía tres años… Pero después de esto yo empecé a consumir cocaína. Antes nunca me había drogado, fue después de esto”, explicó. “Empecé a desaparecer de mi casa, a mi hija la dejaba con mi mamá…”.
Esto la arruinó.
“Mientras estuve encerrada por un año estuve en tratamiento. Pero al tiempo el psicólogo me invitó a salir y abandoné el tratamiento”.
Pasaron diez años desde aquel día.
“Sigo teniendo recaídas, es algo que no está cerrado hasta el día de hoy”, dijo en el juicio que acaba de concluir. “He podido entablar otras relaciones, pero por poco tiempo”.
A ella, Domingo Alberto Corillano la atacó el 31 de agosto de 2007. Era la una de la madrugada y J.M.G. venía alterada porque había discutido con su novio y había decidido irse de su casa de forma intempestiva.
Pero no tenía plata suficiente, así que sólo le alcanzó para ir en remís a una parada de colectivo, en La Plata.
El violador llegó antes que el micro.
Corillano le puso un revólver en la panza, la agarró del pelo y la metió por el agujero de una ligustrina. Ella se aferraba al bolso donde llevaba los libros de la facultad, hasta que se dio cuenta de que no era un robo.
El violador, que ya había estado preso por este delito, le tapó los ojos con un cuello de polar, la obligó a practicarle sexo oral dos veces y la penetró.
Después la hizo chuparle todo el cuerpo.
“Tenía olor feo, como a suciedad, como que no estaba bañado…”, recordó J.M.G.
Antes de esto, C.G.Z. creía en el amor y en muchas otras cosas bellas.
Después de esto, prefiere que no la amen.
“Cargar con una violación es lo peor que te puede pasar”, sentenció ante los jueces. “Pero si me rendí en el momento fue para poder seguir viva. Ahora me cuesta caminar por la calle”.
Lo más cotidiano empezó a parecerle insufrible. “Veía gente que se abrazaba y a mí me daba miedo”, indicó. El amor se le hizo imposible.
“Volver a tener relaciones me costó muchísimo, porque las primeras veces que me tocaban yo lloraba. Con los años me hice una coraza muy grande con lo que es el cariño. Siempre prefiero que no me quieran y lo estoy laburando en terapia. Me quedó el amor por allá atrás…”.
Nada es fácil ahora. “Intenté seguir con todo. Seguí estudiando, luego dejé y el año pasado retomé”, agregó. Pasaron nueve años.
A ella, Domingo Alberto Corillano la atacó a las cuatro del 26 de octubre de 2008, cuando volvía de una cena con amigos de City Bell y caminaba hacia la casa de su novio: la agarró del pelo y la llevó a los golpes hasta una zanja, donde le puso un cuchillo en el cuello y una bufanda en los ojos, para luego ahorcarla.
“En un momento no pude más y me rendí”.
Contó que mientras la obligaba a practicarle sexo oral y la violaba sentía que pasaban personas caminando: “Pero la gente no se involucra y eso me dolió mucho también”.
Llegó a lo de su novio y éste salió a la calle en calzoncillos con un palo en una mano. No encontró al violador, pero sí vio su auto: un Ford Falcon beige.
Al rato lo volvió a ver, cuando regresó a la escena del delito. Eso le bastó para retener la terminación de la patente: 474.
Antes de esto, K.F. era una mujer independiente, que había dejado su pueblo para irse a estudiar a La Plata.
Después de esto, no puede caminar sola.
“Cuando salí de hacer la denuncia en la comisaría, me quedé una semana en lo de una amiga, porque no podía dormir. Estaba todo el tiempo despierta, no podía sacarme la imagen de la situación. Volví a los dos o tres días al lugar para verlo y entonces reconocí bien cuál había sido el árbol donde pasó esto. No fui nunca más”, contó K.F.
“No podía salir sola. Todo el tiempo que caminaba por la calle, siempre pensaba que había alguien atrás que me perseguía. Me quedó esa sensación de que se me puede aparecer alguien en cualquier momento. Eso me duró dos años. Actualmente, si ando de noche, siempre le pido a alguien que me acompañe”.
“Yo de noche no puedo andar sola”.
A ella, Domingo Alberto Corillano la atacó a las 2 de la mañana del 10 de septiembre de 2009, cuando volvía de festejar su primer aniversario de novia con un ramo de rosas en una mano.
Caminaba rumbo a Plaza Moreno y entonces el violador la llevó a la rastra hasta el parque del Ministerio de Educación bonaerense, donde la manoseó contra un árbol.
“Yo sentía su respiración y que balbuceaba cosas. Entonces me dije: ‘Dios mío, que pase lo que tenga que pasar, pero que pase ya’. Cerré los ojos y de repente noté que una luz potente me alumbraba”, recordó. Era un patrullero.
Los dos salieron corriendo. Ella llegó a la Plaza Moreno y ahí temió que el abusador la recapturara. Regresó y se encontró con los policías, que acababan de detenerlo.
Insólitamente, nadie unió todos los hechos, se lo trató como un caso de “flagrancia” y a las pocas horas liberaron a Corillano.
Ni siquiera repararon en sus antecedentes. Entre 1973 y 1991, Domingo Alberto Corillano había estado preso por 13 casos de abuso sexual. En 1998 había sido condenado por una tentativa de violación. En 2002 lo habían soltado, para que siguiera depredando.
Y lo hizo.
Antes de esto, J.C. tenía un futuro enorme.
Después de esto, perdió hasta el trabajo.
“Estuve un mes sin poder salir de mi casa. Me había mudado hacía poco y trabajaba en un estudio de diseño. Por un mes no pude ir a trabajar. Cuando volví, no podía hacer nada. Yo trataba de concentrarme, pero no podía. Mi jefe me dijo que no podía seguir manteniéndome el sueldo y me despidió”, explicó. “En 2006 había empezado la carrera de plástica. Cursaba cuarto año cuando me pasó esto. No pude seguir”.
“Tener que ‘entrar adentro mío’ era muy doloroso y yo no lo podía sostener”.
“Estaba de novia y se hizo insostenible. Decidimos que no podíamos seguir. Después pasé un año sin poder tener relaciones. Me fui a vivir a Chile y conocí al papá de mi hijo. Yo sentía la necesidad de tener un hijo, pero la relación no funcionó”, recordó. “De ahí en más, estuve seis años sin poder tener relaciones. Sigo teniendo miedo. Me volví una persona depresiva y siempre se me cruza la idea de no vivir más. El tomar esa decisión drástica está siempre presente”.
A ella, Domingo Alberto Corillano la atacó en la noche del 21 de enero de 2009 en City Bell, apenas bajó de un micro.
La vendó con una bufanda, la llevó al jardín de una casa y abusó de ella. Como estaba en pleno período, optó por obligarla al sexo oral.
Antes de esto, S.Y.H. trabajaba y tenía novio.
Después de esto, murió por falla cardíaca.
“Antes del hecho, mi hija tenía una vida normal, trabajaba, tenía pareja”, contó su padre en el juicio. “Después de esto fue otra cosa para todos. Nada fue igual. Antes ella era imparable y muy laburadora. Después de esto, fue otra persona, otra hija. Murió tres años después”.
A ella, Domingo Alberto Corillano la atacó el 25 de marzo de 2009, cuando volvía de comprar cigarrillos: la amenazó, la llevó a un garage, tapó sus ojos con una bufanda y la violó.
“Tenía olor a viejo, tenía como la piel salada, como sucio”, dijo ella al hacer la denuncia.
Su papá señaló en el juicio que, después de esto, empezó a agitarse al caminar, le hicieron estudios y surgió que tenía un problema en el corazón, pese a que recién había cumplido 24. “A los tres años quedó embarazada, tuvo una nena y a los siete meses, en 2012, se murió por el tema del corazón”.
En abril de 2009 detuvieron a Corillano, salió en los diarios y apareció una nueva víctima, que había sido abusada antes que las otras y lo había denunciado, sin que la ayudaran.
Antes de esto, M.G. tenía una familia.
Después de esto, se quedó sola y no pudo ni llorar por eso.
“Bajé diez kilos, llegué a pesar 47. Sentía que no podía ir a ningún lado. Mi vida íntima cambió. Tengo un hijo al que le oculto que estoy acá, en el juicio. En mi trabajo, me afecta ocultar todo esto. Y no volví a llorar desde que pasó esto. Me conmuevo hasta un punto, pero no puedo llorar. Murió mi papá y no pude llorar”.
“Mi marido no pudo manejar lo que me pasó. No quería escucharme y yo tenía necesidad de hablarle. Decidí separarme”.
A ella, Domingo Alberto Corillano la atacó el 17 de noviembre de 2004, cuando salía de cenar de la casa de una amiga y recorría a pie las cinco cuadras que la separaban de lo de sus padres. La obligó a practicarle sexo oral y ella tuvo la entereza de escupir el resultado sobre su propio pantalón, para conservar la prueba.
Resultaría decisivo para vincular los casos.
DOMINGO ALBERTO CORILLANO; ASESINO Y VIOLADOR |
“Cinco años después, leí en el diario que una persona había sido detenida y fui a la Policía”, describió. Era abril de 2009: se paró ante Corillano y lo reconoció en rueda de presos. También identificó su voz en otra pericia.
El ADN que había conservado dio positivo.
Al ser arrestado en el taller mecánico de Ringuelet donde trabajaba, Corillano tenía 54 años y un Ford Falcón beige cuya patente terminaba en 474, tal como recordaba el novio de una de las primeras víctimas. Además escondía en su casa bufandas y medibachas, por lo que bautizaron el sátiro del can-can.
Hace 15 días, el Tribunal Oral 4 de La Plata lo condenó a 38 años de cárcel. En 8 cumple 70 y puede acceder a la prisión domiciliaria.
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