Aquellos primeros días de clase íbamos con mi mamá a la librería y eso hacían también mis compañeros. Todos íbamos y comprábamos prácticamente lo mismo: el cuaderno azul araña, el de comunicaciones rojo y así comenzaba el año de casi todos.
La escuela repetía modelos, el forro de los cuadernos, las carátulas, las actividades de comienzo del año, los modos de saludar la bandera, de celebrar las fiestas patrias, etcétera.
Así se ordenaba una escuela pública que iba incorporando alumnos y a todos les aplicaba la misma receta. Todos aprendimos las tablas, el dibujo de los mapas, recordamos capitales, relieve de regiones, etcétera. Este modelo surgido de los ideales de igualdad de la Revolución Francesa se aplicó a nuestro sistema: todos iguales, "igualdad de oportunidades".
Así se constituyó nuestro sistema educativo, modelos y fórmulas que se repetían con las que se iba incorporando a todos a la escuela. Pero a medida que la incorporación de alumnos iba siendo exitosa, el sistema crecía, se iba desordenando y las prácticas comunes ya no se adaptaban a todos, poco en la primaria, mucho menos en la escuela secundaria.
Se incorporaron cambios en la composición de la matrícula. Las pautas verticales de organización, el modelo de "igualdad de oportunidades", fueron cayendo en desuso, y más aún, la búsqueda de una misma escuela para todos iba dejando de ser apropiada.
El nivel inicial empezó sus cambios con el modelo de adaptación, intentando reducir la brecha entre la casa y la escuela. La escuela primaria comenzó a pensar en nuevos modos de enseñanza de la lectura y la escritura, la discusión de la palabra generadora, el método global, la llegada de la psicología genética con la prédica del aula-taller. La escuela empezó a convocar a la participación de los padres, a adquirir cierta apertura a la comunidad.
Los ministerios fueron multiplicando las resoluciones que pretendían explicar cómo enseñar y aprender en la escuela, intentando resolver el tema con mayor tecnicismo. Los padres ya no parecían soportar las sanciones, los plantones, determinado tipo de tareas. Empezaron a acostumbrarse a ir a la escuela a protestar, a quejarse por determinada docente o determinada práctica escolar.
Lo cierto es que hoy el sistema educativo argentino se encuentra profundamente confundido, con una arquitectura desordenada y con la necesidad de revisar roles y funciones. Las escuelas han perdido conexión y apoyo de sus autoridades, los padres presionan, los medios de comunicación no las reconocen, aunque los maestros y directores siguen siendo figuras reconocidas en las encuestas.
La reconstrucción del sistema no vendrá de los ministerios exclusivamente, más allá de que ellos deben fijar criterios y pautas generales.
Hay que ir hacia una primaria que dialogue fluidamente con su comunidad, un jardín que enseñe y fije valores comunes para los chicos, y un nuevo modelo para la escuela secundaria que incorpore la problemática de los adolescentes, con propuestas formativas para participar activamente de la vida en común y desempeñarse en el mercado.
Necesitamos encontrar un nuevo diálogo entre los ministerios y las escuelas, para que éstas no se sientan abandonadas ni interferidas permanentemente por los documentos ministeriales. Y debemos alentar aquellas iniciativas que permiten que la sociedad dialogue con los docentes, sin invadirlos ni abandonarlos.
En síntesis, necesitamos un esquema de nuevos acuerdos, en los que también se contemplen los aportes de los especialistas y de la sociedad civil, del mercado, de la comunidad que rodea a la escuela.
Vamos por una escuela que tenga esquemas comunes, proyectos propios y que nos enseñe a vivir juntos, a ser más iguales y, a su vez, reserve espacios para su proyecto educativo.
Escuela de Educación del Eseade
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