Fue imposible no escuchar la conversación, una vez que el oído detectó un acento fácilmente reconocible.
-Ma, ¿quién es ese hombre?
A principios de agosto, tampoco en Londres faltan turistas argentinos que disfruten de la gratuidad de sus museos y de las temperaturas más agradables del año en las Islas Británicas. Es un mediodía raramente soleado en el parque que rodea al Imperial War Museum (IWM). Los dos cañones navales que preceden sus puertas ofrecen una impactante primera impresión.
La historia, aun la más reciente, nunca deja de cambiar muy a pesar de ella misma. Se asemeja a los seres humanos, a veces transformados por un golpe de realidad, otras sometidos a mutaciones casi imperceptibles.
La memoria, ese registro personal e imperfecto, guardaba recuerdos que pretendíamos exactos de la última visita al museo, más de una década atrás. Impulsado por la ansiedad de confirmarlos, llegué caminando por Lamberth Road hasta el rotundo edificio que quiebra el verde de Harmsworth Park y que hasta 1936 fue el principal hospital al sur del Támesis.
El Imperial War celebra este año su primer siglo con una muestra que también señala su nacimiento, en 1917. Una completa evocación de la Primera Guerra Mundial ocupa toda su planta baja, sin regatear con la dimensión de la tragedia ni sus posteriores consecuencias la otra gran confrontación bélica del siglo pasado.
Ante un museo como el IWM es ineludible tomar un mapa y decidir el orden en el que veremos lo que nos interesa. Ver todo es imposible. Aunque estaba a mitad de recorrido, elegí dejar para el final la Guerra de Malvinas. Como recompensa, una pequeña sorpresa me esperaba cuando, luego de recorrer las cinco plantas del museo, llegué por fin al segundo piso.
Desde cada nivel es posible asomarse al hall central, cuyo techo no es otro que la cúpula que corona el espacio. Desde allí pende una V1, la bomba alemana que inauguró la era de los misiles de largo alcance, durante la Segunda Guerra. No será el primer misil que veremos. Junto a la bomba voladora, un inconfundible caza inglés vira a estribor para iniciar un ataque.
La secuencia bélica no es necesariamente cronológica, tal como recordaba haberla recorrido, año por año, en mi primera visita. Varias salas dejaron espacio a aulas de estudio para los miles de alumnos que visitan a diario el museo. El relato es ahora más temático, más participativo y menos lineal. En un rincón, nos podemos calzar un casco y un sacón de invierno de la guerra en el frente ruso, y en el espacio que refleja la vida cotidiana en los años 40 se invita a sintonizar las noticias de la guerra en varias radios de la época. Con apoyar un dedo sobre un mapa extendido en una mesa podremos conocer el saldo que dejaron los combates en ese lugar, cómo cambiaron las fronteras o detalles de las armas usadas.
La historia del espionaje, una especialidad inglesa de todas las épocas, es también una forma de ver la lenta evolución de la tecnología de las comunicaciones en las décadas anteriores al estallido digital. El recorrido por el piso dedicado al Holocausto es un viaje acompañado en emocionado silencio por todos los visitantes que es sólo alterado por los gritos de Hitler o Goebbels.
Desde cada nivel es posible asomarse al hall central, cuyo techo no es otro que la cúpula que corona el espacio. Desde allí pende una V1, la bomba alemana que inauguró la era de los misiles de largo alcance, durante la Segunda Guerra. No será el primer misil que veremos. Junto a la bomba voladora, un inconfundible caza inglés vira a estribor para iniciar un ataque.
La secuencia bélica no es necesariamente cronológica, tal como recordaba haberla recorrido, año por año, en mi primera visita. Varias salas dejaron espacio a aulas de estudio para los miles de alumnos que visitan a diario el museo. El relato es ahora más temático, más participativo y menos lineal. En un rincón, nos podemos calzar un casco y un sacón de invierno de la guerra en el frente ruso, y en el espacio que refleja la vida cotidiana en los años 40 se invita a sintonizar las noticias de la guerra en varias radios de la época. Con apoyar un dedo sobre un mapa extendido en una mesa podremos conocer el saldo que dejaron los combates en ese lugar, cómo cambiaron las fronteras o detalles de las armas usadas.
La historia del espionaje, una especialidad inglesa de todas las épocas, es también una forma de ver la lenta evolución de la tecnología de las comunicaciones en las décadas anteriores al estallido digital. El recorrido por el piso dedicado al Holocausto es un viaje acompañado en emocionado silencio por todos los visitantes que es sólo alterado por los gritos de Hitler o Goebbels.
Llega el momento de buscar el espacio que los británicos le dedicaron a la guerra de 1982. Recordábamos haber visto a principios de la década anterior un par de vitrinas que mostraban la reconstrucción de una trinchera argentina, una copia del acta de rendición, algunas fotos de época. No queda nada de aquello, o casi nada.
Hay un nuevo relato. El museo decidió unir el conflicto del IRA en Irlanda del Norte con Malvinas bajo el título "Guerras en la puerta de casa". A un costado del cartel, una batería antiaérea argentina casi asoma al hall central en la que vuela la V1. En el centro, pero en dirección inversa a la bomba alemana, viaja un misil Exocet como el que usaron los argentinos para impactar algunas naves inglesas. Al fondo del salón, una mesa cubierta por un vidrio regala el penúltimo capítulo de los reclamos de soberanía. Casi como una burla, una tapa de The Sun, el más vendido de los diarios sensacionalistas ingleses, muestra a Cristina Kirchner. El recorte de una solicitada con su firma de enero de 2013 ocupa un espacio junto a un grupo de fotografías frente a las que está un matrimonio de argentinos con su hija de 10 años. La chica debe repetir la pregunta para sacar a su madre de la sorpresa que la paraliza.
-Ma, ¿quién es ese hombre sentado al lado de Cristina?
-Boudou, el que era vicepresidente, hija. Vení, mejor nos vamos.
S. S.
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