viernes, 24 de noviembre de 2017

ASÍ SEA


La historia argentina está protagonizada y escrita por hombres. En ella la mujer aparece tímidamente. Pero si cuento sobre una que vivió en el siglo XIX, bebió la espiritualidad ignaciana, se casó con un viudo, fue madre de sus hijos y tuvo una hija que murió al nacer, y que al enviudar fundó la primera congregación femenina apostólica del país, despierta curiosidad.
Si digo que se llamó Catalina de María Rodríguez nadie la reconocerá por una calle o un monumento. Esta mujer construyó puentes culturales, sociales y religiosos y, por ese motivo, este sábado será beatificada. Pero Catalina es mucho más que un símbolo religioso. Se dejó llevar por el amor del Corazón de Jesús y su pasión por la humanidad. Buscó las heridas de las personas para curarlas; el corazón del prójimo, para que sienta la misericordia de Dios; tomó la educación para dignificar a la mujer y difundió los ejercicios espirituales. Fue más allá de los paradigmas epocales llevada por el sueño de dejar el mundo un poco mejor de lo que lo había encontrado.
Catalina se crió en aquella patria naciente que presenciaba enfrentamientos entre unitarios y federales, diferencias económicas entre Buenos Aires y el interior, y enormes distancias sociales marcadas por el color de la piel. El centro de aquel mundo lo detentaba el varón que contrastaba con el rol puertas adentro de la mujer; aun entre ellas se diferenciaban entre las llamadas "mujeres"-sirvientas, prostitutas, negras- y las "señoras" que, casadas o solteras, por abolengo, esposo o fortuna tenían una ubicación social apreciable.
La familia de Catalina constituía el arquetipo nacional: su padre fue secretario de los dos primeros gobernadores de Córdoba; su primo Santiago Derqui, presidente de la Nación; su esposo, un destacado militar federal antirrosista; ellos junto a otros fueron catedráticos de la Universidad de Córdoba.
Catalina, como la mujer de su tiempo, recibió una educación básica. Lo que igualaba a la sociedad cordobesa -y a la argentina- era la fe católica y la huella de los jesuitas. Su familia siempre fue cercana a la Compañía de Jesús y Catalina se formó en este ambiente.
"Da pena ver a las mujeres expuestas a peligros obligadas por la necesidad, formaríamos una comunidad de señoras a su servicio"; "las educaríamos, les enseñaríamos a trabajar, las protegeríamos, las formaríamos en la fe", sostenía Catalina. Este pensamiento fue vanguardista en la Argentina de hace 150 años. En esas frases, Catalina visibiliza a las invisibles de su tiempo y, como señora, se pone al servicio de la mujer. ¿Su motivación? 
El dolor que siente por alguien que, como ella, no tiene mejor suerte. Sale de ella misma y transgrede paradigmas, lo que le significó esfuerzos e incomprensiones. Su pensamiento es inclusivo sin feminismos. Catalina no compite con el varón: se complementa. Un ejemplo es el pastoreo conjunto con el santo Cura Brochero quien, al iniciar el Colegio de Niñas y la Casa de Ejercicios, le pide su apoyo: en 1880 Catalina envía a 16 hermanas, que cruzaron las sierras a caballo con ese fin.
Catalina de María Rodríguez (1823-1896), laica, esposa, madre de familia y finalmente, fundadora de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús. Mujer sin calle ni monumento. Mujer silenciada pero no silenciosa. Nuestra próxima beata argentina.

Religiosa y consejera general del Instituto Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús (ecj); investigadora de la vida de Catalina de María Rodríguez
S. S.

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