jueves, 23 de noviembre de 2017

AI WEIWEI Y NADA QUE AGREGAR


La odisea de Ai Weiwei: un largo viaje para arribar a buen puerto
En Fundación Proa esperan la llegada de una obra del artista chino, que evoca un bote de refugiados, para inaugurar su primera retrospectiva en América del Sur
La chica toma el balde, lo llena de semillas de girasol. Gira sobre sí misma y las vuelve a tirar al piso. Repite el movimiento una y otra vez, mientras otras dos personas nivelan con un rastrillo desde hace horas una montaña informe para cubrir en forma pareja toda una sala de Fundación Proa. Hay que acercarse mucho, muchísimo, para notar que son en realidad millones de piezas de cerámica, y que no hay dos iguales. Fueron pintadas a mano por cientos de artesanos en un proceso que demandó varios años. Parecen frágiles, pero resisten como rocas y juntas pesan quince toneladas.
Creada por Ai Weiwei, esta obra integra la primera retrospectiva del artista chino en América del Sur. Ya exhibida en la prestigiosa Tate de Londres, simboliza como pocas su metódico trabajo contra los totalitarismos y las crisis humanitarias a nivel global. Una esforzada tarea como la que realizaba en su país a fines de la década de 1970, cuando copiaba libros enteros a mano para repartir entre sus amigos. "Fue el primer momento genuino de nuestra democracia", aseguró en una entrevista con el curador Hans Ulrich Obrist.
Esa pulsión por defender la libertad evoca también la instalación levantada ahora con 1254 bicicletas en la vereda de Fundación Proa. Fondo obligado para las fotos, genera una contagiosa sensación de movimiento y -una vez más, como con las semillas- demuestra que la unión hace la fuerza mediante una imagen poderosa, capaz de trascender los idiomas y las diferencias culturales.
Esto último no resultó tan fácil para quienes se ocuparon de un montaje complejo, que involucró a un equipo enviado por la galería británica Lisson y a varios asistentes de Ai Weiwei. El artista visitó Buenos Aires en agosto, pero ahora, mientras se estrena en varios países su documental sobre refugiados [ver aparte], supervisa a través de ellos desde la distancia cada detalle de la muestra, curada por el brasileño Marcello Dantas.
"Hablan mucho, pero no sé con quién porque hablan en chino", señaló una montajista mientras miraba con linterna una obra realizada con Lego, para detectar pequeñísimas manchas y limpiarlas. Otras piezas llegaron días atrás al taller de un marquero, en la otra punta de la ciudad, para ser puestas contra reloj en condiciones de exhibición.
La inauguración de la muestra fue postergada hasta el sábado próximo debido a una serie de cambios de último momento. Pero incluso esa fecha no estaba confirmada ayer como definitiva. Todo depende de que llegue a tiempo a la costa de La Boca un bote inflable de 14 metros de largo, con 72 refugiados anónimos a bordo, similar al que Ai Weiwei está exponiendo hasta enero en Praga.
Un equipo trabaja desde anteayer para nivelar miles de "semillas de girasol".
Parecido, también, al bote real al que Ai Weiwei se subió mientras filmaba Drifting, un documental sobre su vida publicado este año por la Deutsche Welle, que puede verse en YouTube. "¿Sabe nadar?", le preguntan mientras lo filman subiendo al barco naufragado. El artista contesta que no y pide que lo dejen solo, flotando a la deriva, junto a las pertenencias de quienes arriesgaron sus vidas para intentar salvarlas.
"Va a ser un gran desafío reconocer que el mundo se está encogiendo, y que gente de distintas religiones, distintas culturas, tendrá que aprender a convivir", dice Ai Weiwei al referirse a la desesperada situación de decenas de millones de personas que fueron desplazadas de sus hogares.
El bote que está viajando ahora en varias cajas desde Pekín ocupará el lugar de Straight, otra instalación que iba a formar parte de la muestra. También famosa a nivel mundial, consiste en una pila de hierros que alguna vez fueron usados para construir escuelas. Un destino trágico los convirtió en el arma que sepultaría con vida a más de 5000 niños en Sichuan, el 12 de mayo de 2008, al derrumbarse como consecuencia de un terremoto. El artista tomó esos hierros sin permiso y los enderezó para usarlos como símbolo de la corrupción del gobierno de su país, que falló según él en la construcción de los edificios y encubrió la cifra real de muertos.
Ai Weiwei había comenzado a trabajar en esa pieza cuando una tela negra cubrió su cabeza el 3 de abril de 2011, en el aeropuerto de Pekín, mientras se disponía a viajar a Hong Kong. Estuvo preso 81 días en un lugar desconocido, sin poder hablar con su familia ni con su abogado, escoltado por dos soldados mientras comía, dormía e iba al baño.
Detalle de las obras que cubren las paredes de las salas de Proa.
Ese mismo año creó Cangrejos, otra de las instalaciones que se exhibirán en Proa, también realizada con piezas de cerámica. Su título original, He Xie, es la palabra china que designa al cangrejo, la armonía y, a la vez, la tarea de los censores en Internet.
El valor simbólico de la palabra es muy importante para Ai Weiwei. "Como hijo de un poeta, creo que la poesía es la forma más pura de arte", dijo el artista en referencia a Ai Qing (1910-1996), amigo de Pablo Neruda, durante la conferencia de prensa que ofreció en Proa en agosto.
Entonces, como suele hacerlo, registró con su celular a decenas de periodistas que cubrieron su visita y publicó esas fotos en Instagram. Su lógica parece infalible: no hay necesidad de vigilar a alguien que no parece tener nada que ocultar. Las cámaras, como los hierros, pueden servir para fines totalmente opuestos.
Cuando pudo salir de China y se radicó en Berlín, en 2015, Ai Weiwei hizo obras como Taifeng, el Dios de la suerte, una figura etérea construida con bambú y seda que ahora cuelga sobre la librería de Proa. Justo en el lugar que ocupaba una instalación realizada en Buenos Aires por otro artista chino, Cai Guo-Qiang, que expuso en Proa hace dos años. "Esto se va", dicen que ordenó al verla meses atrás Ai Weiwei, quien reconoce tener un carácter severo.
"Por lo general, la gente vive con miedo. Y en nuestra sociedad no hay nada más productivo que el miedo -observó el artista en su diálogo con Ulrich Obrist-. Y por supuesto que todos saben de la libertad de expresión, pero casi nadie hace uso de ella. Porque no les enseñaron a usarla. Por eso necesitamos el arte. El arte crea una forma de libertad de expresión que no existía antes. Va en contra de la repetición, y nos conduce a formas más riesgosas de experimentar y de expresarnos. Por eso el arte es poderoso".

C. CH. 

Un activista que hizo del cine otro vehículo de resistencia
Ai Weiwei cuenta el drama de los refugiados en Marea humana, que estrena este fin de semana
Fue uno de los invitados mas relevantes de la 41» Mostra de Cinema de Sao Paulo, donde incluso diseñó el afiche oficial del certamen, y luego de ese viaje relámpago a tierra carioca su derrotero continuó en la Semana de Cine de Valladolid con el objetivo concreto de acompañar su película. Ahora, este fin de semana, el Festival de Cine de Mar del Plata presenta en la Argentina Marea humana, el documental con el cual Ai Weiwei trata el drama de los refugiados, temática de vital importancia para el artista: "Soy un activista y un artista al mismo tiempo", dicea poco de finalizada la primera proyección de su película en toda América latina en el Espaço Itaú de Cinema. La buena noticia es que, tras su paso por Mar del Plata, Marea humana tiene su estreno asegurado en salas cinematográficas y coincidirá temporalmente con la inauguración de su muestra en PROA. "El proceso para mí es aprender: ¿qué es un refugiado?, ¿quién lo convirtió en un refugiado?, ¿cómo habla un refugiado?, ¿él se reconoce y lo reconocen como refugiado? Son muchas preguntas que hago. Además me tengo que involucrar. ¿Qué debo hacer? ¿Darles la mano? ¿Lavarles los pies? Entonces voy a hacer una película sobre ellos, con una forma de narrarlo con locaciones, entrevistas, horas y horas de material. Es por eso por lo que elijo el formato documental", asegura el artista.
En Marea humana desfilan sirios, afganos, iraquíes, kurdos, rohingyas, eritreos y mexicanos empujados a realidades extremas disímiles, pero con el denominador común de la pérdida tanto individual como colectiva. Consultado sobre algún testimonio que lo haya impactado, pero que prefirió no incluir en el montaje final, recuerda: "Unos papeles decían que una chica era una pianista siria. Encontrarla no fue fácil porque es mucha gente, pero al final la localizamos. Le dije que le conseguiría un piano para tocar y empecé a hacer unas llamadas. Al final conseguimos un piano en Grecia. Lo mandaron a las 6 de la mañana al campamento en Macedonia. A la tarde llegó, era un piano blanco muy hermoso y ella estaba muy sorprendida. Le pregunté qué quería tocar y eligió la Sinfonía n° 7, de Beethoven. Buscamos la partitura. Empezó a llover y tuvimos que cubrir todo con una lona. Comenzó a tocar, pero se entristeció y dijo que no podía seguir. La madre me explicó que después de tres años de bombardeos algo cambió. Ella mientras tanto me decía que sólo recordaba las teclas blancas y no las negras, y empezó a repetir el mismo compás bajo la lluvia. Sentí que eso es cómo la guerra destruye a la gente".
El título del documental encierra una definición que involucra al propio artista, convertido en un migrante que no puede volver con garantías a su China natal: "Nunca venimos del lugar donde estamos, siempre venimos de otro lugar y eso significa el flujo humano, es básicamente gente que sale de un lugar y va a otro, y tiene que ver con quienes somos, pero también en quiénes nos convertimos hoy".

P. D. V.

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