domingo, 26 de noviembre de 2017

HABÍA UNA VEZ..



Entre tu ausencia y tu presencia vivo en los más bellos horizontes de la incertidumbre, allí respiro o jadeo con la fresca felicidad del niño que aún me habita. Mis días abrazan la cadencia y el pulso de todo lo que me rodea, como si me hubieras enseñado a hacerle el amor a cada mañana, a cada rayo de sol, a cada inspiración que puebla mis pequeñas y soñadas conquistas diarias. Tu ausencia, que bendice mi libertad, se apoya sobre las orillas de un océano imaginario regido por la fragua del silencio y tu presencia, que me va marcando los pasos de los días que vivimos juntos, entre camisones, tostadas y deliciosos cafés. Porque nuestros encuentros y distancias se ven nutridos por los más simples rasgos, elegidos dentro de aquellos enormes canastos de recuerdos del ayer, hoy vacios de naderías y llenos de aliento de flores. Son el emblema de un amor.
Siguen reposados en mis hombros como custodios de vanidades: Poe, Stevens y Auden, intrigando mi alma cada día con los símbolos de sus palabras.
Estas repetidas uniones y partidas le han traído un aura de esperanza a los pasos que damos en las cumbres más altas del anhelo mutuo, que festeja cada posible tono de la individualidad. Ya no sabemos quiénes somos porque esta comunión de ausencias y presencias nos deja, día adentro y día afuera, en las fronteras de un inicio con cada despertar. Así, juntos o separados, compartimos el secreto del presente sabiendo que quizás el mañana no le pertenece a nadie.
A veces también en la cocina, cuando una receta ha sido demasiado manoseada, cuidada o atendida, ella parece ahogarse entre los manerismos de la precisión. La más bella y deliciosa comida es la que se hace casi descaradamente con la intuición despojada de nuestros sentidos, allí también vale el acto de arrojo que parece incierto, cocinar es como hacer el amor, se hace de a dos. Es la satisfacción del otro quien motiva el agasajo y aquella actitud de infinita paciencia le da su contenido. La espera es un acto de sabiduría, sin espera las pequeñas y cortas excitaciones van minando la generosidad y debilitando el verdadero crecimiento de una certera abundancia.
Quizás cuidar en demasía sea una muestra de cobardía, el verdadero amor nace con el abrir de puertas, las cadenas y candados sólo traen el vacío de promesas imposibles de cumplir, si podemos obligar al cuerpo a una prestancia fiel, pero nuestros sueños, sueños son y no forman parte de inventario alguno.
Al cocinar debemos usar; del olfato el abrazo, sabiendo que el buen sabor no siempre huele bien, del tacto el preciso accionar que busca en cada caricia reconocer la virtud del producto, del mirar de ojos la alerta que mide hasta los más pequeños gestos de crudos y cocidos, el oído preciso que rige cocción y cuchillo y la lengua que con sabor debe estar tan cerca del sí como del no.


Una vez observé a un español que me cocinó una fresca lubina sobre una plancha de leña, lentamente, casi de un solo lado. Cuando la dispuso en mi plato bien dorada con una papa hervida, roció todo con aceite de oliva y mientras agregaba un poco de sal de mar dijo: " No necesita nada más".
No es poca la virtud de la intuición que nos es otorgada al nacer y que se va alimentando y nutriendo de victoria y fracaso .
Hoy, sentado solo debajo de este árbol, miro el horizonte lejano. Lomadas, desiertos y mesetas insinúan el oeste hacia donde voy. Ya en unas horas comenzarán a mostrarse las cordilleras, siempre me esperan con la misma y grata generosidad, al igual que mi amor y mis fuegos. Ninguno de ellos precisa de riendas o monturas, son quizás un homenaje al arraigo de mis mañanas, cuando despierto y me siento afortunado con mi soberanía andina de piel, leña y sabor.

F. M.

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