Cruenta visión del futuro
Una alegoría que convierte en realidad las metáforas más sombrías de la condición humana
Carlos Chernov vuelve a un territorio que maneja con maestría: su nueva novela, El sistema de las estrellas (Interzona) es una cruenta distopía futurista con elementos de ciencia ficción. La Gran Catástrofe ha destruido las ciudades y lo que ha resurgido es una sociedad férreamente estratificada en la que los "pobres", los "burgueses" y los "millonarios" no tienen contacto entre sí, y hasta la miseria es administrada por una eficaz burocracia tecnológica, para que cumpla su papel dentro del sistema.
En ese ambiente nace Goma, hijo de padres proletarios, pero hijo especial. Los proletarios viven de su capacidad reproductiva y de la venta de ese producto: su prole. Las mujeres más aptas se embarazan a repetición y dan a luz niños por los que la Oficina de Amores les paga lo suficiente para que sobrevivan pero permanezcan en su condición, antes de vender los vástagos a millonarios que los seleccionan de un catálogo. Como los proletarios pueden conservar a un hijo, ésa es la historia del adolescente Goma: la del hijo elegido.
Al igual que en algunas de sus mejores ficciones (Amores brutales, Anatomía humana y La conspiración china), también aquí Chernov hace dos operaciones simultáneas: pone el cuerpo humano -reducido a carne de pasiones propias y ajenas- en el centro de la narración, al tiempo que invierte el camino que va de la realidad a la metáfora y vuelve pesadilla cotidiana (que imprime su dolor en aquella carne) todo lo que el lenguaje elevaba al nivel de lo simbólico.
Así, la idea de que en un capitalismo sin control los más desfavorecidos sólo cuentan con la posesión de su cuerpo y de su trabajo se vuelve literal: los hombres revientan en tareas extenuantes y las mujeres no sólo venden los bebés que paren, también la leche materna y cada resquicio de piel que sirva al goce sexual, todo a precios bien estipulados. La alegoría del Infierno se vuelve práctica científica entre los investigadores que torturan cerebros previamente "descuerpados" (conciencias que no pueden morir) en busca de producir telepatía, y el lugar común de que el star-system del cine es despiadado se verifica en la peripecia iniciática de Goma. Después de haber padecido un sinfín de penurias, el camino que le queda al muchacho para intentar salvarse es convertirse en actor de las "películas de vida" que consumen los millonarios. Pero en "el sistema de las estrellas", la competencia por un protagónico es a muerte; la alienación, inherente a la calidad actoral y la crueldad, celebrada como carisma. El único atributo, en verdad, que garantiza la supervivencia, aunque no se sepa para qué.
El sistema de las estrellas. Carlos Chernov, Interzona
V. CH.
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La condición animal, de Valeria Correa Fiz
La costumbre del horror
"No conozco ninguna historia, mía o de los demás, que no se inicie en el movimiento animal de un cuerpo." Esta "regla general" que el escritor italiano Alessandro Baricco enuncia en La Esposa joven, adquiere una contundencia absoluta en La condición animal, primer libro de Valeria Correa Fiz, autora rosarina que reside en Madrid. Los doce cuentos transitan por variantes de la violencia, la carne y otros avatares de aventuras de cuerpos y mentes, que dejan asomar su inevitable, oculta dimensión animal.
Una vivienda en la península de Florida será escenario de una invasión de pesadilla, con una víctima propiciatoria, el gato Philip, y la testigo forzada de la escena, su dueña: es difícil dirimir cuál de los dos padece más la sangrienta situación de "Una casa en las afueras", el relato que abre el volumen. Y hay una alusión a Franz Kafka por el pterodáctilo que aletea en la cabeza de un empleado de tienda, el chico que tortura con alfileres a una clienta en "La vida interior de los probadores". Pero el clima de las cuatro secciones del volumen ("Tierra", "Aire", "Fuego", "Agua") no es kafkiano; las afinidades, buscadas o no, pasan más bien por la descarnadura de Horacio Quiroga, la crueldad de Flannery O'Connor, o bien -ocasionalmente- por el sutil enrarecimiento de Silvina Ocampo.
Una excepción, calma y nostálgica, es "Las invasiones", cuento cíclico en torno a una foto de la joven Mafuyu, tomada en Nagasaki setenta años antes del instante actual del relato, con Mafuyu anciana en la Argentina, hacia la que emigró justo antes de la explosión de la bomba, en 1945. La aspereza del horror dominante no se opone, tampoco, a descripciones con hálito impresionista: "Las astas de las vacas se llenaban de luces y eran cirios encendidos.". "Regreso a Villard", que abre la sección "Fuego", induce a evocar la carne quemada que prolifera en un relato de Mariana Enriquez referido a cuerpos que arden, pero el registro de los cientos de quemados de este cuento se resuelve en una narración distinta, quebrada, de raíces poéticas.
Correa Fiz manipula ese espanto que despunta en el transcurrir cotidiano. Por eso pide, en el admirable relato final ("Criaturas"), que nadie se asombre, porque "el horror puede ser una costumbre", a raíz de una propagación de anfibios. La "anomalía" lo va invadiendo todo, así como se multiplicaban los clásicos conejos que Cortázar hacía surgir en sucesivos vómitos. A propósito: sutilmente la clave fantástica de Bestiario se instala en algunos de los relatos de La condición animal. Sólo que mientras los conejitos rezumaban alguna simpatía, los batracios y la gelatina de Correa Fiz generan bastante repugnancia; eso sí, estéticamente calculada.
LA CONDICIÓN ANIMAL
Por Valeria Correa Fiz. Páginas de Espuma. 161 págs., $ 300
N. T.
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