viernes, 24 de noviembre de 2017

DE ECONOMISTAS Y OTRAS YERBAS

Gracias al uso de modernas tecnologías, una nueva tribu de economistas-arqueólogos está haciendo descubrimientos más propios de Indiana Jones que de la disciplina tradicional en la que se desempeñan
Los chistes sobre economistas suelen relacionar esta profesión con una personalidad-promedio más conservadora que tomadora de riesgos grandes. Si hay que tirarse a la pileta, cuenta una broma en el sitio humorístico especializado JokEc, los economistas saltan cuando no hay agua, "porque olvidaron hacer el ajuste estacional". Y hay pocos miembros de la profesión de Smith y Keynes emprendedores por eso de que si un economista ve un billete de US$ 100 por la calle no lo levanta porque, si fuera auténtico, ya otra persona se lo hubiera puesto en el bolsillo. La audacia no parece ser el fuerte de esta disciplina y por eso la única similitud que se puede encontrar a priori con un arqueólogo aventurero como Indiana Jones es la preferencia por el color caqui en los pantalones pinzados comunes en la academia.
Algo está cambiando: gracias al uso de nuevas tecnologías (machine learning, imágenes satelitales, análisis de grandes bases de datos, traductores más poderosos), una nueva tribu de economistas-arqueólogos (historiadores económicos con una buena caja de herramientas de nuevas metodologías) está haciendo descubrimientos más propios del personaje que escenificaba Harrison Ford que de la economía tradicional.
Tres semanas atrás, el sitio Marginal Economics, de Tyler Cowen y Alex Tabarrok, hizo referencia a una investigación "increíblemente original", firmada por los economistas Gojko Barjamovic, Thomas Chaney, Kerem Cosar y Ali Hortacsu que infiere la existencia de "ciudades perdidas" de la Edad de Bronce en la zona de Asiria, el imperio de la antigüedad en el sudeste asiático. Los académicos apelaron a documentos antiguos, los digitalizaron y diseñaron un programa para identificar en estos miles de registros alguna transacción entre dos ciudades. Con esta fuente, con las ciudades ya conocidas, con las barreras geográficas y con un modelo complejo de flujos de comercio se pudo llegar a inferir la locación de varias poblaciones perdidas. Hay un solapamiento de casi el 100% entre estas inferencias cuantitativas y las cualitativas de los arqueólogos; "y en las discusiones en las que hay dos grupos de arqueólogos con visiones opuestas sobre la ubicación de una determinada ciudad, nuestras conclusiones inclinan la balanza hacia una de las dos especulaciones", sostienen los economistas. Así, el trabajo podría servir para priorizar futuros esfuerzos de excavación en la zona de Asiria.
Hay "muchísimas investigaciones sobre el campo de la macrohistoria", cada vez más originales, cuenta Felipe Valencia Caicedo, economista que en la Universidad de Bonn, Alemania, dirige un seminario sobre este tema. En uno de sus últimos trabajos académicos, Valencia Caicedo encontró un impacto muy positivo de las misiones jesuitas guaraníes en América del Sur: demostró que los municipios de la Argentina, Paraguay y Brasil que tuvieron misiones jesuitas mantienen mejores indicadores de ingresos y educación que sus poblaciones vecinas, aun siglos después de que esta orden fuera expulsada (en 1767) de España, Portugal y sus colonias.
En su seminario de Bonn se expusieron trabajos que analizan desde el impacto económico de las grandes inundaciones en la actividad de distintas ciudades a lo largo de la historia (con conclusiones a partir de métodos cuantitativos) hasta el efecto económico de largo plazo de la Pequeña Edad de Hielo, que abarcó el período entre 1550 y 1850, y afectó particularmente al hemisferio norte. María Waldinger, de la London School of Economics, encontró efectos negativos significativos a largo plazo en la actividad económica, que podrían tomarse como referencia para especular sobre el impacto del actual cambio climático.
 Los estudios económicos sobre la Pequeña Edad de Hielo surgieron en la última década a partir de que la emergente paleoclimatología comenzó a precisar con exactitud la temperatura promedio en siglos pasados. En uno de los más conocidos, la economista Emily Oster señaló que los años más fríos de este lapso coincidieron con los más sangrientos de quema de mujeres acusadas de brujería (la Inquisición llevaba un registro detallado de la cantidad de asesinatos que cometía). La hipótesis de Oster es que se trató de chivos expiatorios por las hambrunas y épocas de escasez que trajo el deterioro climático.
En dos meses, el economista argentino Mauricio Drelichman, que estudió en la Universidad de San Andrés (Udesa) y da clases en British Columbia (Canadá), publicará un nuevo paper sobre los efectos económicos de la Inquisición española. Desde hace años, Drelichman viene haciendo una investigación exhaustiva gracias a la cual logró reconstruir las cuentas nacionales de un estado soberano más antiguas que existen hasta la fecha: las de Castilla entre 1566 y 1596.
"La documentación histórica española es increíblemente completa; uno tiene la sensación de que los burócratas de la época anotaban absolutamente todo", cuenta Drelichman. Aun así, a veces resulta difícil reconstruir información. Por ejemplo, en el siglo XVI no había una contabilidad pública unificada. Los reyes y sus tesoreros no sabían cuál era el total de deuda del Estado, y tampoco tenían un concepto claro de superávit o déficit. Su investigación lo llevó a recorrer archivos oscuros y olvidados de España. Por ejemplo, para reconstruir una serie larga de precios para ricos de esa época, encontró un inventario del valor de los alimentos que le daban a Juana de Castilla ("la Loca"), abuela de Felipe II, durante su cautiverio de más de 45 años en la casona-palacio-cárcel de Tordesillas. A la canasta de los pobres la pudo armar sobre la base de los registros de los "hospitales", que dependían de la Iglesia y donde daban abrigo y alimentos a los desamparados. De estos recorridos surgió su último libro, Lending to the borrower from hell (Prestándole al deudor del infierno), donde se describen los cuatro defaults de Felipe II.

En la Argentina hay casos de investigaciones para etapas históricas en las que no existía -o era muy escasa- la información oficial agregada y, por lo tanto, hay que recurrir a fuentes alternativas. El economista Martín Rossi, también de la Udesa, por ejemplo, presentó en 2010 un trabajo que analiza la relación entre las riquezas de las familias y su poder político a partir de la asignación de tierras ganadas a los indios luego de la fundación de Buenos Aires. Se trató de una suerte de "experimento natural", ya que se asignaron en forma aleatoria terrenos para las familias. Aquellos que tuvieron la suerte de ganarse lotes más cercanos al centro porteño, tuvieron luego más chances de avanzar con éxito en la política local en los años siguientes. En la Udesa desembarcará a fin de año Tommy Murphy, quien coescribió con Rossi un paper sobre los orígenes de los carteles narcos mexicanos y sus vinculaciones con el tráfico de opio de China.
A nivel internacional hay casos que se remontan mucho más atrás en el tiempo. Peter Temin, profesor emérito del MIT, escribió sobre la economía del Imperio romano, utilizando datos sobre el contenido de ánforas descubiertas en naufragios de la época. Recurriendo a la química molecular, se pudo determinar cuál era el contenido de esas ánforas -vino, aceite, cereales-, mientras que la ubicación del naufragio suele sugerir qué ruta recorrían los barcos. Así, Temin pudo reconstruir las rutas comerciales y estimar tanto los bienes importados o exportados como su volumen.
Pero el Imperio romano es "ayer nomás", cuando se ven los esfuerzos de Bradford De Long, economista muy reconocido por estimar el PBI de un millón de años atrás.
Hay literatura de productividad detrás de los supuestos utilizados y la conclusión es que el 99% de la riqueza acumulada se construye en los últimos 200 años. Ni Indiana Jones se hubiera animado a tanto.

S- C.

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